El furor de “Narcos” y Medellín

La muerte de Pablo Escobar, Fernando Botero, 1999 El arte nos ayuda a hacer catarsis desde antes de las series.

El siguiente texto lo escribí originalmente para amigos brasileños que este año se aficionaron a la primera temporada de Narcos, en Netflix, y algunos de ellos me hicieron preguntas, que no siempre supe responder instantáneamente. Se generó entonces una oportunidad de diálogo y aprendizaje. Aquí van parte de las reflexiones, sobre la serie, y sobre lo que nos toca.

No me es fácil abordar este tema, tal vez porque tenga pocos elementos para tratarlo como quisiera, pero sobretodo porque más allá de lo histórico e impresionante, todavía está muy cercano al cotidiano de Medellín y de las vidas que por aquí transitamos, en las más amplias esferas.

Siento que la generación que no vivió directamente la Medellín de Pablo, sino la que le siguió, sabemos mucho menos de lo que deberíamos de esos episodios, y entiendo los motivos: después de tal barbarie  era necesario un momento de silencio y de entenderse nuevamente como ciudad con otros valores, aunque no haya sido precisamente fácil ni indoloro. Pero el silencio se imponía. Y claro, que no es que no haya estado presente en nuestras vidas, si algo la geografía me ha enseñado es que las acciones humanas  siempre dejan marcas en el espacio y en las relaciones. Y las marcas de Pablo Escobar en Medellín es claro que existen. Y no sólo en edificios y resquicios materiales que se pueden visitar, sino en las anécdotas y memorias más increíbles de ciudadanos tanto del sur como del norte de la ciudad, y se mantienen: su vecino, ni más ni menos, puede ser la encarnación de una historia vinculada con ese periodo. No siempre son evidentes, es más, muchas veces se esconden, todavía, pero ahí están.

Por eso el silencio, el alejamiento y mi propia incapacidad de escribirlo, y aun, la ausencia de la enseñanza formal de esta historia en colegios. Personalmente nunca me había animado a ver Narcos, ni las demás novelas sobre eso, llevada por el sentimiento de que no deberíamos hablar de eso, y en segundo término, que la caricaturización de una historia tan compleja era difícil. Pero al ver Narcos tuve que ir en busca de más información, dada su poca profundidad, y me terminé viendo El Patrón del Mal con voracidad.

Así, (y de aquí en adelante siguen “adelantos” de la serie, aunque ya sabemos por lo menos como termina, o lo estamos viviendo). Piensen que lo que se ve en las series, pasó en la esquina de sus casas, o que conocen a alguien que conoce una víctima, o peor, un victimario, de tal o cual episodio. Así es como la gente de Medellín ve esa historia y esas series: toca lo cercano, es doloroso, pesado y difícil.

Dicho lo dicho, vamos específicamente a “Narcos”:

  • Es pobre como producción audiovisual: Medellín tiene apenas tres vistas estáticas y aéreas, lo demás son montajes de estudio, llegando al punto de que un barrio de Medellín se filma en el mismo escenario de un barrio de Bogotá, obviando la enorme diferencia en arquitecturas y paisajes entre las dos. De ahí se nota que no se hizo para el público colombiano.
  • Defenderé a Wagner Moura: para quien nunca había hablado español, el paisa le quedo hasta decente, y vamos y vengamos, eso es lo de menos. Sin embargo la traducción de los subtítulos logran dañar lo que el español de Moura no hace (en inglés y portugués), ya en el primer capítulo, ¿cómo se les ocurre traducir “Plata o plomo” por “prata ou chumbo”, o “silver” en inglés, como si fuera un juego de palabras químico? Moura aprendió el acento, pero se les olvidó avisarle al traductor que plata era dinero, en este caso, y por las dudas, plomo es bala, aunque «chumbo» también lo sea. Los demás gazapos se los dejo como reto.
  • Me desilusioné del todo con la serie al identificar graves errores históricos e ideológicos, que lastimosamente no creo que sean casuales. Cito dos, pero creo que conocedores de historia encuentran más: 1) En un episodio aparece una guerrillera al lado de un cura y la voz del narrador dice: “ven este cura, es peor que la guerrillera, hace parte de la teología de la liberación” (algo por el estilo). No, no y no. Y defenderé con uñas y dientes: decir eso en una serie disponible en todo el continente es de una irresponsabilidad absurda. Aclarando: la Teología de la Liberación no está ligada a ninguna guerrilla ni a las armas, y es más, de fondo, ni a ninguna ideología política. Decir eso es deslegitimar lo que la Iglesia Católica en América Latina tiene de mejorcito en la defensa de los más pobres y de ideas más abiertas. 2) Hacia la mitad de la serie, llega el episodio de la quema del palacio de justicia. Como bien sabemos, y especialmente este año en su trigésimo aniversario, hecho históricamente complejo que no ha sido totalmente aclarado. Además de que aún está en duda la conexión con Escobar, la serie, aunque dice que todo parecido con la realidad es fruto de la coincidencia, presenta las imágenes de archivo, REALES, del EJÉRCITO entrando con tanques de guerra al palacio, mientras va diciendo el narrador: “la guerrilla invadió el palacio de justicia”. Está bien, ambas cosas son ciertas, pero para el que no sabe que las imágenes de los tanques son del EJÉRCITO, ¿no parece que la guerrilla tenía un pie de fuerza absurdo y desmedido? ¿y no hay interés de que parezca eso justo cuando Colombia adelanta por fin otro proceso de paz? ¿Sirve de algo decir que esa guerrilla que entró al palacio ya no existe y que el patido que creo fue aniquilado matando uno a uno sus candidatos, y que los posibles crímenes del palacio por manos de los militares siguen impunes? Esas dos “fallas” invalidaron toda la serie para mí.
  • Finalmente, todo el tiempo sentí que era una propaganda estadounidense para la legalización de las drogas en SUS términos, y opino que debemos pensar el tema, pero no una vez más dejándonos imperializar. Sobra decir que todos los personajes gringos cuando se equivocaban lo hacían por pura inocencia, y que si hubieran ayudado más, mucha cosa se hubiera evitado, da a entender.

Como luego vi El Patrón del Mal, hago otra consideración en pie de comparación:

  • La novela es mucho más larga. Pero para conocer la historia, más recomendable. Trata mucho mejor la historia, las situaciones. Tiene mejores y más verdaderos escenarios y lo más importante de todo: gasta tiempo en la identificación con las víctimas, de forma que el espectador abomina a Escobar a lo largo de la novela. Narcos, por lo contrario, hipervaloriza su figura, y así vende la serie, llevando al espectador a tener una mayor identificación con Pablo que con las víctimas. El mismo hijo dice eso en su dura crítica a Narcos, con la que estoy de acuerdo.

Para terminar, quedo agradecida con los que me llamaron a dialogar y preguntaron. Conecté historias que estaban desconectadas, ahora veo esto en el contexto de Medellín de otra manera. Me convencí que tenemos que volver a hablar de esto, y enseñarlo en colegios, pues como dice El Patrón del Mal: “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”

Y por último, Narcos generó un deseo de conocer Medellín. Sean todos bienvenidos, siempre lo han sido. Pero ojalá no vinieran con la actitud de hacer narco-turismo. Medellín tiene mucho más que ofrecer y descubrirse que no en ese sentido, y si se visita sin ese morbo se tiene una mayor posibilidad de conocer la ciudad y su cultura. Que sigue siendo la cultura capaz de engendrar un Pablo Escobar, pero que es una cultura sobretodo capaz de la resiliencia y de recrearse en tantas otras cosas tan buenas. Un pedido que es casi una súplica: conozcan a Medellín por lo que es, no por Pablo Escobar, para eso, véanse Narcos, o mejor, El Patrón del Mal.

Como dice la canción: «Yo vivo en otra ciudad que trafica sueños«.

La muerte de Pablo Escobar, Fernando Botero, 1999 El arte nos ayuda a hacer catarsis desde antes de las series.
La muerte de Pablo Escobar, Fernando Botero, 1999
El arte nos ayuda a hacer catarsis desde antes de las series.

Isabel Pérez Alves

Colombobrasileña, aunque eso no quiera decir mucho. Geógrafa en vías de ser, lo que tampoco quiere decir mucho. Indecisa de nacimiento y contradictoria por opción. Insisto en lo imposible, porque de lo posible se sabe demasiado. Escribo, para mirar las cosas de otro punto de vista, leo. Nado, traduzco y pedaleo, todo como amateur. Colecciono nubes y atardeceres.

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