El final no existe. Aforismos, poemas y anécdotas sobre la potencia

Este texto no busca argumentar ni preparar académicamente un tema. La única intención es trazar algunas ideas sobre la potencia, la vida y el mundo. La forma de argumentación se basará en preguntas y aforismos, no necesariamente con respuestas contundentes. En el fondo, este texto busca crear potencia y la potencia solo nace de la búsqueda activa de un vínculo con el Otro.

Empezamos. ¿Por qué si hay más razones para pensar que el mundo puede acabarse y con él la vida que lo habita, existe algo que nos insiste en plegar la vida sobre el mundo? De eso va la potencia.

Entiendo por potencia una afirmación activa, situada y propia del ejercicio de la vida. Spinoza en su libro Ética dice lo siguiente: “cada cosa se esfuerza, cuanto está en ella, por perseverar en su ser”. Pareciera ser que la potencia sobre la vida no es un hecho total, sino múltiple, y construye una política de lo menor, es decir, del giro de plegarse en las singularidades (en la vida, en los otros, en el amor, en el arte, en los gestos).

De todo lo anterior se inaugura una incongruencia, la de una obstinación sobre la vida y una realidad que promete muerte. Un poco la obstinación por crear relaciones (el poder en términos foucaultianos) se fija a la pregunta por la dialéctica muerte-vida; con ello, el mundo, como concepto que engloba todas las posibilidades de relación con la vida, lleva acabándose desde que el ser humano se tropieza con la reflexión. En otras palabras, producimos vida y vociferamos muerte; somos potencia y ruina.

La potencia se desvanece en las constantes promesas de un apocalipsis, el final de la Historia, un cataclismo, la emergencia climática irreparable o las pandemias. Así los discursos de un final llegan y lo único que vivimos, con extremadas certezas, es que el final no existe.

La fantasía originaria del fin del mundo construye una relación instrumental con él: se acaba la vida porque es objeto, instrumento, paso, mero tránsito de los verdaderos espacios.

Lo real es que nunca acaba nada. Los acontecimientos rompen cualquier posibilidad de estratificar y unificar. Llegan, se mueven, transitan, se van, se reproducen. La vida se sigue en alguno de los infinitos acontecimientos que existen.

Tal vez la metafísica social invite a un anarquismo ontológico; la vida como influjo ingobernable de posibilidades, sin principios, sin cauces ni articulaciones; sin telos ni arkhe.

Los discursos apocalípticos buscan el absoluto, la totalidad llamada fin, mientras que la vida es discontinua: repuebla constantemente las relaciones, reproduce, trastoca, se reinventa, y con ello el absoluto parece no tener lugar. No hay fin si cada instante hay recomienzos.

Seguimos creyendo en la vida y ello es una derrota honrosa. Imaginarse que la potencia menor nos enraíza en relaciones, en ser no-copias o la constante privación de imposibilidades.

La potencia abre y los constantes discursos del final cierran. Pese a todo seguimos abriendo. Hace 30 años dejé el útero de mi madre y llevo preparándome para morir desde ese momento. Sin embargo, pienso que me he producido y reproducido (no biológicamente) en el intento de preservar, durar, intentar, seguir. Para morir me preparo, pero la vida la vivo como posibilidad de más vida.

La vida se entiende finita, de eso no hay duda, pero es también una potencia que busca persistir porque su forma es la innegable tendencia a expandirse. La vida funciona como una telaraña; frágil, aunque tendiente a la aspiración de ser más. Los discursos de muerte buscan comprimir, acabar las posibilidades, reducir las potencias que, al final, todo sea parálisis y la vida insiste, resiste y persiste en mostrar otras rutas para brotar.

Literaturas de la potencia

La primera enseñanza del preescolar fue que los dinosaurios se acabaron, se extinguieron.

¿Cómo se acaba algo tan fuerte?

—Muriendo, me respondieron.

Lloré y lloré al saber que existía la muerte. No concebía a los 5 años la idea de un final, no obstante, más viejo comencé a pensar que morir es dormir, adormecerse hasta ser todo, descansar en la quietud del cosmos. Seguro puede haber un final después de una risa o entender la muerte como un acontecimiento físico y químico.

No es romantizar la muerte, es pensar que por poca vida que se produzca la potencia tiende a lo perdurable.

Me pregunté el por qué tantas indicaciones sobre la muerte y tan pocas sobre la vida. Nos enseñan que todo tiene su final y nada dura para siempre, en cambio, el -ser -para -la -muerte solo es posible en el ejercicio de vivir.

— “Seguiré en el aire o en la tierra, pero seguiré”, dijo un poeta. 

El escritor italiano Cesare Pavese escribió durante 15 años un diario que fue titulado el Oficio de vivir. La vida parece un oficio antes de leer este texto, pero en su interior se desborda la pasión por la vida y la literatura.

Pavese me ha resultado esencial para vivir, alimenta la potencia literaria que se impacienta y nunca está satisfecha. El texto no es perfecto, roza con los peores ismos (machismos, fanatismos, etc), pero esa memoria que transita el arte, el amor, el desamor y la literatura es un manuscrito sobre la potencia. Al respecto dice la escritora Natalia Ginzburg: “un encuentro con él (con Pavese), aunque hecho de pocas palabras, podía resultar tónico y estimulante como ningún otro. En su compañía nos volvíamos más inteligentes, nos sentíamos inclinados a poner en nuestras palabras lo mejor y lo más serio que llevamos dentro”. Hay potencias en los lugares más recónditos de vida, hay potencias en el devenir de la muerte.

Por otro lado, de la poesía han brotado monstruos: Idea Vilariño y Joan Salvat Papasseit, por ejemplo. La primera escribió el siguiente poema:

“Todo es muy simple

Todo es muy simple mucho

más simple y sin embargo

aún así hay momentos

en que es demasiado para mí

en que no entiendo

y no sé si reírme a carcajadas

o si llorar de miedo

o estarme aquí sin llanto

sin risas

en silencio

asumiendo mi vida

mi tránsito

mi tiempo”.

La más verdadera de las potencias no es un truco de exhibición, es el cuidado del transitar. Ser en el mundo sin más; ser duración que se revela ante la desaparición. La vida abruma y se hace densa. Parafraseando a Nietzsche, con Vilariño la pesadez se mata con la risa, ese es el primer funcionalismo de la poesía: componernos en relaciones, habitar los contactos corporales, afectivos y vincularnos.

Vilariño dice: no entiendo, no sé si reírme o llorar y muchas veces los acontecimientos se vuelven contratiempos y no tenemos esquemas para afrontarlos. La ruta es la potencia, plegamos por composición de relaciones y por composición de relaciones compuestas y así hasta concebir que llorar y reír son tránsitos del tiempo.

Joan Salvat Papasseit escribió un poema llamado Nada es mezquino. A continuación presento algunos de sus fragmentos:

Nada es mezquino

Ni hora alguna es ingrata

Ni oscura es la suerte de la noche

Y la rosada es clara

Que el sol sale y encanta

Y ansía el baño:

Pues se refleja en el lecho de todo lo creado

 

Nada es mezquino

Y el rico como el vino y la mejilla colorada

Y la ola del mar siempre ríe

Primavera de invierno- Primavera de estío

Y todo es primavera

Y toda hoja verde eternamente

 

Nada es mezquino

Pues los días no pasan;

Y no llega la muerte ni si la habéis suplicado

 

(…)

 

Nada es mezquino

Porque la canción canta en cualquier cosa

La potencia se resbala en su lírica y no llego a eso desde una gris cuestión de reflexión. Papasseit hace sentir gusto por lo no mezquino, es sensibilidad, por la hoja siempre verde o la canción que canta en cualquier cosa. Y es que la expansión de la sensibilidad es potencia y, claro, política; sentir de otra manera.

Las palabras tienen quantum afectivo, por eso algunas nos dicen y otras no, y hay que salir a buscar qué palabras nos afectan, nos apuntan, nos traspasan, nos interpelan, nos alegran, nos potencian. Si no se buscan nunca llegan. Y a los que no encontraron sus palabras se les ve por ahí amargados de todo cuanto acontece.

La potencia se expande cuando nos encontramos (o tropezamos) con palabras con quatum afectivo, que nos permiten transitar con alegría el tiempo. Hace unos años estaba en el aeropuerto de Guadalajara resignado a esperar horas el retraso de un vuelo. Para calmar la espera fui a una librería a ver qué título, autor, palabra me sacudía de una vez por todas. Lo recuerdo bien. En el fondo en el lado derecho, casi como escondiéndose, vi unas letras que decían Los cínicos no sirven para este oficio, arropadas por una tapa roja y cuyo autor no podía pronunciar: Ka-pus-cin-ski. Desde ese encontronazo he trabajado en maestría y doctorado la obra del autor polaco y en sus palabras he encontrado un sin fin de potencias (sociales, políticas, periodísticas y psicosociales).

La potencia al final es amor, Eros, pasión y solo se construye con la expansión de los vínculos vitales. Hay libros que he amado, como los de Kapuscinski, porque como dice Deleuze, “es preciso que, en última instancia, sólo tengan relación con aquello que aman…”.


Otras columnas del autor en este enlace:  https://alponiente.com/author/juanpabloduque/

Juan Pablo Duque Parra

Colombiano y vivo en México. "Con edad de siempre, sin edad feliz".
Psicólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Mágíster en Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y Magíster en Comunicación de la UNAM. Estudié Escritura Creativa en Aula de Escritores (Barcelona). "Un jamás escritor a un siempre lector".
Profesor universitario, sea lo que eso signifique.

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