El feminismo del sinsentido

“Las feministas me detestan, ¿no es así? Y no las culpo, porque yo detesto el feminismo. Es veneno”.
– Margaret Thatcher.


La actual ola del feminismo, que pretende sacar de la mesa a los hombres simplemente por serlo, denota que el propósito del feminismo, como fue concebido originalmente, ha cambiado. Lejos de una lucha por los derechos de las mujeres, se ha convertido en una guerra de sexos sinsentido, que prioriza el discurso de víctimas y victimarios, y no el de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.

El feminismo, como movimiento, nace en el siglo XIX, con ideales de corte liberal, en pro de la defensa de los derechos, la igualdad ante la ley y una calidad de vida justa para las mujeres. En su momento significó una idea nueva en contra del sistema que brindaba un trato diferenciado a mujeres y hombres en razón de su sexo, lo cual impactaba el desenvolvimiento de la mujer en sociedad. A priori (1848), el feminismo estaba sujeto a una agenda que tenía como objetivo principal extender el catálogo de derechos de las mujeres: derechos como el sufragio y algunos otros que figuraban la admisión de las mismas dentro de espacios económicos; la primera ola del feminismo evidenciaba una preocupación real sobre una desigualdad patente entre hombres y mujeres, no solo material, sino formal. Las luchas feministas, para ese momento, adoptaron, un carácter que pretendía configurar un orden social que le permitiese a la mujer disfrutar de los mismos derechos a los que tenían acceso los hombres de la época; es decir, su propósito era instaurar un orden que estuviese permeado por la igualdad ante la ley.

Aunado a lo anterior, En esta ola, la mujer no estaba interesada en obtener privilegios, sino lo justo, lo que le correspondía en función de ser tan persona como el hombre. Su ánimo, no le apostaba a ideales de superioridad, sino de equivalencia. Era un feminismo pro-mujer, un feminismo que tenía como fundamental empeño la igualdad y el reconocimiento de facultades necesarias para el desarrollo de las mujeres en la sociedad de la que hacían parte. Lo referente a esta primera etapa, se clarifica en gran manera cuando leemos frases como “No les deseo que tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas”, de Mary Wollstonecraft, escritora y filósofa inglesa nacida en el siglo XVIII; por supuesto, el norte de ese feminismo eran la mujer y sus derechos.

El feminismo actual, lejos de perseguir esos fines de igualdad y el acceso a una mejor vida para las mujeres dentro de un marco justo, ha demostrado, con una serie de comportamientos e inclinaciones, la puesta en duda acerca de la necesidad de su existencia hoy día para nosotras. El problema de esta ola feminista es que dicen luchar por los derechos para las mujeres, cuando no son capaces de definir ni siquiera lo que significa ser mujer. La definición de ello puede parecer irrelevante, sin embargo, la mujer es el foco central de la lucha del feminismo. Es por esto que, la inexactitud de la respuesta a la pregunta “¿Qué significa ser mujer?”, con frases tipo “mujer es todo aquello que se identifique como mujer”, denota lo disperso de su lucha en el presente, y lo difuso que puede llegar a ser al juntarse con ideas que minimizan la esencia de la mujer y la reducen a una mera construcción social o cultural.

Pareciera que antes las sufragistas de primera ola si tenían claro por qué y por quiénes luchaban, y no era un feminismo que pretendía una lucha de sexos, sino una lucha por el reconocimiento de los derechos individuales de las mujeres. Pero, hoy por hoy, las feministas de esta ola lo han convertido en una auténtica guerra entre los sexos, donde priman el actuar con base en el odio y buscando el derrocamiento de un “macho opresor, hijo del patriarcado”, figura que, en la sociedad occidental, brilla por su ausencia.

El concepto de patriarcado no es reciente. Es una institución que surge en la Antigua Roma para designar el dominio del pater familias; no obstante, en la agenda feminista, paradójicamente, el término hace su aparición en los años 70’s, misma época de una nueva divulgación del libro El segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir. La razón del uso de dicho término, en estos tiempos, deja un sinsabor, ya que en ninguna de las anteriores olas del feminismo este cobra relevancia, lo que hace cuestionarme su consideración.

Sumado a lo mencionado, el “patriarcado”, para las feministas de la actualidad, se pretende posicionar como la institución que en pleno siglo XXI conserva “su validez”, siendo esta, la raíz de “todos nuestros males”: un patriarcado que es el progenitor de todos los “machos opresores” (hombres) que son los dueños y señores del sistema en el que hoy se encuadra nuestro vivir. El problema de tal planteamiento comprende dos vertientes.

En primer lugar, crea un ambiente nocivo para los hombres, puesto que la actual ola encarna una mujer oprimida y maltratada por varones, quienes según el pensar en cuestión, son los amos del sistema; esto ocasiona un impacto trascendental en la vida de cualquier varón, ya que si la lucha es en contra de los que “nos oprimen”, lo lógico es que la misma vaya encaminada a debilitarlos para desgarrar el “lazo de dominación” que estos ejercen. Tal situación es percibida, por ejemplo, cuando las feministas pretenden excluir la voz masculina de situaciones que por su importancia demandan su participación. Ilustración referente es la frase “mi cuerpo, mi decisión” en debates sobre el aborto, frase que manifiesta que la única voz que merece ser escuchada es la femenina, desligando al hombre y colocándolo fuera de la esfera de la discusión.

Si bien sería de ignorantes afirmar que al presente no existen hombres con comportamientos tóxicos y nocivos, es necesario meditar acerca de los daños que el uso de un término puede ocasionar. De cierto vemos como hoy no es sorpresa que en marchas feministas se maltraten a hombres solo por ser hombres, y se proclamen frases desfavorables e injuriosas que atentan en contra de la integridad moral de los mismos y de la misma manera en contra de la imagen que se tiene de ellos.

En segundo lugar, se encuentra la victimización constantePese a que es conocimiento de todos los maltratos de todo tipo provocados a las mujeres en nuestra sociedad, la solución inmediata no debe encontrarse en la victimización, sino en acudir a medios idóneos para combatir la causa de esos agravios. Apostar por la educación, por programas de prevención de alcoholismo y drogadicción, por planes para mejorar las condiciones de vida hacia una vida digna de las personas desde que están en la etapa de la niñez y fomentar en los padres los aspectos que se requieren para una crianza integral de los hijos, son opciones que necesitan tener en consideración las feministas.

La victimización no es la respuesta, porque debilita el carácter y porque hace que la sociedad así nos perciba: frágiles; si lo que se quiere, es precisamente desarmar la idea de vulnerabilidad, la mejor forma de lograrlo es trabajar en la fortaleza, la inteligencia, la sabiduría y la productividad. Publicar un post o un trino de indignación, o usar pañoletas de colores, no será lo que labrará el camino a un cambio. No. Lo único que ocasiona esto es visibilizar un problema YA CONOCIDO sin brindar soluciones, demostrando su esencia infructuosa.

El cambio es por un verdadero actuar. Trabajar en las mujeres de una manera tan integral que cada vez seamos más las líderes, pero no en razón de lo que nos fue asignado al momento de la fecundación, sino porque se tengan las aptitudes y las destrezas necesarias. Si hoy se necesitara un feminismo, lo cual, lo enmarco en una esfera de duda, no sería este, puesto que nos hace ver perturbadas, sensibles y débiles.


Este análisis apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Mayta Bolaño

Activista por las ideas que considera correctas, escritora y conferencista. Estudiante de Derecho de la Universidad Libre Seccional Barranquilla y miembro de SFL Colombia (Students for Liberty Colombia). Cuenta con estudios de Diplomado en Cultura Democrática para La Paz y en Coaching para el Liderazgo.

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