El estallido social: entre la protesta y la violencia

“…Las protestas, como la guerra, son la política por otros medios. Cuando la política tradicional ha fracasado constante y deplorablemente, los potentes sentimientos colectivos pueden acumularse hasta producir un estallido social como hemos visto


Probablemente el aspecto que más divide a la opinión pública con relación a las manifestaciones y sus momentos más álgidos tiene que ver con los actos de violencia que terminan desencadenándose. A partir de esto parece que la opinión, y el país mismo, se segmenta en quienes justifican la violencia en el contexto de la protesta y quienes reprochan y deslegitiman la manifestación por tales sucesos violentos.

Sin embargo, presiento que bajo las circunstancias actuales se carece de un enfoque o análisis, más allá de la posición e interés individual, que logre integrar las legítimas pretensiones de manifestación (tal vez pacificas) con la posible violencia que conlleva y que hemos evidenciado. Para esto, quisiera centrar el análisis a partir del concepto de estallido social.

Las razones y el contexto de las presentes protestas y manifestaciones en el país son claras y conocidas por todos: una pandemia con unos importantes costos sociales y una reforma tributaria regresiva y absolutamente impopular que pretendía llenar el vacío fiscal causado por los gastos coyunturales. Esta situación genera entonces un conjunto de emociones y sentimientos en la población, y a medida que pasaban los días -entre el anuncio de la reforma y sus respectivas protestas- se acumulan las sensaciones de indignación, injusticia y rabia generalizada.

Es así como al día establecido para la manifestación, aunque aquel encuentro colectivo pueda recibir el nombre formal de “marcha”, en realidad se trata de la justificación y forma inicial de un estallido social cuya fuerza, basada en aquel cumulo de fuertes e intensas emociones, ha venido acumulándose durante días, y el gobierno, a pesar del generalizado reconocimiento de la indignación producida por sus políticas, no tomó las respectivas medidas para distensionar tales sentimientos.

De esta manera, una vez que se da inicio a tal marcha, nombre disimulado para el estallido social subyacente, es prácticamente imposible pretender crear divisiones entre la protesta pacífica y los episodios de violencia. Los sentimientos de ira e indignación han ebullido hacia su forma más concentrada y potente; la frustración por la injusticia percibía, al compartirse y verse unida en la colectividad de las calles, se transforma en sentimientos radicales de cambio y transformación; los medios de protesta pierden proporción ante el constante sentimiento de impotencia por los abusos gubernamentales en un periodo de crisis social tan delicado como la pandemia actual. En todo caso, la coyuntura pandémica y un conjunto de decisiones políticas totalmente negligentes, desacertadas e impopulares, han acumulado en la población la cólera generalizada que conduce a que las manifestaciones alcancen todos los niveles de intensidad hasta los episodios de violencia que hemos presenciado.

Una marcha no es una simple marcha por su nombre, hay que reconocer las circunstancias y sucesos que han llevado a su convocatoria. Pretender que sea pacifica, por su mero nombre, es caer en una ilusión semántica que desconoce por completo el contexto social y político y las emociones colectivas del pueblo en determinado momento. La sumisión, obediencia y resignación de los individuos tiene un límite, cuando este es saturado y rebosado mediante abusos e injusticias se produce un estallido, el cual, por su potencia e intensidad, no posee una dirección única, se esparce y propaga hacia los límites que le opongan resistencia. El caos producido por esto, a su vez, es el escenario perfecto para que todas las formas de violencia se filtren y manifiesten, permitiendo la contaminación de la manifestación política por actores del saqueo, hurto y demás formas oportunistas que solo contribuyen a deslegitimar ante ciertos ojos aquel momento democrático de protesta.

Irónicamente, la resistencia propuesta por el gobierno y la fuerza pública ha sido tan útil como apagar un incendio con aceite: lo único que ha hecho es aumentar la fuerza del estallido. La violencia, basada en legitimas sensaciones de indignación e injusticia, jamás puede ser aplacada con más violencia; esto refuerza las sensaciones iniciales de abuso y fomenta los deseos radicales de transformación inherentes a las manifestaciones.

Las protestas, como la guerra, son la política por otros medios. Cuando la política tradicional ha fracasado constante y deplorablemente, los potentes sentimientos colectivos pueden acumularse hasta producir un estallido social como hemos visto. Si esta explosión, hambrienta de justicia, es respondida con más violencia, lo único que tendremos, como ha sucedido, es un gigantesco huracán de muertes, heridos y abusos de fuerza.

Finalmente, como todo estallido, como toda explosión, siempre debe llegar a su fin. Tal vez después de recoger a los heridos y cadáveres resultantes de esta trágica situación, podamos también recoger enseñanzas para el futuro. Después de todo, somos nuestra historia, somos por lo que hemos pasado como sociedad y nación, y estos sucesos, que marcan la piel y la memoria, deberían consolidarse en momentos que fortalecen nuestro espíritu democrático y la esperanza en un país más justo.

Juan David Montoya Espinosa

Economista y politólogo de la ciudad de Medellín, interesado por los temas sociales alrededor de la justicia, la desigualdad y la subjetividad capitalista; consciente del compromiso social que tengo, no solo por mi formación en las ciencias humanas, sino como ser humano que se construye y proyecta en la sociedad.

1 Comment

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  • Muy bien manejado el texto, es la realidad a un país que ya no aguanta una desproporción más del pseudo gobierno.