Esbozada la concepción de Ortega y Gasset sobre el dogma país, como la empresa audaz que despierte “los instintos vitales de las masas” y permita procesos de incorporación que neutralicen los de desintegración, la ilegalidad y la violencia, entre otros, acercaré el foco sobre sus elementos.
Asocio el dogma país, ese proyecto sugestivo de vida en común, con el “Acuerdo sobre lo fundamental” de Álvaro Gómez Hurtado. No obstante, para que entusiasme, debe ser creíble. No podemos volver a engañar la esperanza, pues la paz va más allá del silencio de las armas y la paz no se firma, se construye a partir de la unión de voluntades.
Debe motivar un acompañamiento social a los procesos de negociación y una gran presión social a la contraparte, desde un país comprometido con el dogma de la paz.
Debe expresarse en unos elementos que respondan a lo “sustantivo”, a las causas objetivas de la ausencia de paz; con soluciones de futuro, pero también con victorias tempranas que manden mensajes de “SÍ SE PUEDE” a la sociedad escéptica. Esbozaré algunos, con la promesa de desarrollarlos en columnas venideras.
Un sistema legislativo cuya independencia garantice leyes que respondan a las necesidades de todos y no a los intereses de unos pocos; y un Estado capaz de convertirlas en realidades transformadoras. En la profusión de leyes y el gigantismo burocrático se esconden la trampa y la corrupción.
La justicia es el mayor factor de desconfianza social. La igualdad de acceso y tratamiento, a pesar de la tutela, aún es un logro inalcanzado. Sus ineficiencias y la manipulación dilatoria la hicieron inoportuna. La impunidad del 95% y el sistema carcelario son su vergüenza.
La seguridad como derecho y bien fundante, a partir de una Fuerza Pública moderna y civilista. El libre emprendimiento, con énfasis en el apoyo al pequeño y mediano, tanto urbano como rural. La democratización del crédito, expresión dramática de la inequidad, con costos que agobian a la clase media y empujan a los menos favorecidos al gota a gota.
La educación, como factor de equidad y construcción de futuro, es una prioridad, y la elevación del tono moral de la política es un imperativo para el futuro de la democracia.
La complejidad del narcotráfico exige soluciones diversas y consensuadas, que tienen que ver con seguridad, justicia, educación y, sobre todo, con la recuperación económica y social del campo, en un entorno de adecuada descentralización que reivindique el derecho de las regiones a una mayor participación en sus decisiones de futuro.
Estas reflexiones iniciales, así como propuestas sobre la recuperación del campo como primer elemento sustancial, están sobre la mesa de negociaciones, como aporte asertivo al debate, y un paso hacia el dogma nacional que convoque voluntades en torno a la paz total.
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