Todo encuentro con lo bello, si es bello, genera perplejidad ya que requiere más atención y esto provoca algo muy similar al vacío.
En el poemario los conceptos “luz” y “belleza” son lámparas que alumbran el paisaje y hacen que el cotidiano se perciba con otra sensibilidad.
La nostalgia
es la belleza de la memoria.
Edwin Andrés Rendón
Leí un poemario, “Informe sobre la belleza” de un gran amigo, el poeta Edwin Rendón. Aunque escuché que uno no debe opinar sobre la obra de un cercano porque está condicionado y no se puede ser objetivo. Y no estoy del todo de acuerdo porque es precisamente ese condicionamiento, el que brinda la cercanía, el que posibilita ir más allá de la obra y mirar entre líneas. Por eso, celebro este libro porque me conmovió, comentario poco objetivo, sobre todo si agrego que lo encontré dos veces bello, por ser de un amigo.
El libro de Edwin se divide en tres partes: “La belleza y el amanecer”, “La belleza y el atardecer” y “La belleza y el anochecer”. Esta división da la impresión de que la belleza es un día con sus ciclos ―mañana, tarde y noche―. Esto le aporta al poemario una idea cíclica. Como si en el trasfondo del poemario, en lo que apenas se insinúa, se manifestara el misterio de la belleza como en un día que se repite a diario. Es decir, como si el poemario contara con la magia del día que vuelve al amanecer y de nuevo inicia la vida con su incertidumbre. Entonces en el poemario, como en un día, pasan cosas que poco se recuerda. No obstante, en este libro los eventos no escapan de la memoria porque está lleno de momentos decisivos y relevantes. Veamos: “En la mañana,/ la ventana abierta/ gotea claridad”, del poema “Un estudio sobre la luz”; “Disfrutar la tarde, el amor, el café,/ la hegemonía de la tristeza”, del poema “Plan de vida”; “Después de la tempestad/ la noche abre sus carnes/ y se entrega al poeta/ que hunde sus colmillos/ y se nutre de su savia”, del poema “Fragmento de la noche”.
Al leer el poemario se manifiesta la belleza de lo cotidiano desde la infancia, la creación literaria y el paisaje; la belleza está presente y es inevitable que se asomen sensaciones como la melancolía y la nostalgia. Esto, porque todo encuentro con lo bello, si es bello, genera perplejidad ya que requiere más atención y esto provoca algo muy similar al vacío. De ahí que la melancolía sea un registro de lo bello o lo sagrado cuando se ve algo conmovedor como un amanecer, un camino o el brote de una flor. Y uno se conmueve. Otra cosa es cuando se lee y entre los poemas la naturaleza se manifiesta ―gracias a la observación juiciosa del poeta― y también conmueve. Se evidencia en poemas como: “El nacimiento”: “Hay belleza en la hierba que crece/ en la ranura del pavimento”; en “Lista de agradecimientos”: “Agradecer la nervadura de la hoja/ y las variadas voces de los pájaros”; en “Juego de la canica”: “Subir al árbol de ciruela/ como a una nave espacial”. Poemas que generan un estremecimiento interior porque invitan a cerrar la boca, sin pensamiento y mirar en un estado de estupor. Luego, no siempre, llegan reflexiones trascendentales con el vapor de un chocolate caliente, el abrigo de un fogón de leña o el recuerdo de la casa de la infancia del poeta. “Ahora viene el poema/ recoge leña del monte,/ la belleza en astillas”, del poema “Fotografías de la infancia”.
En el poemario los conceptos “luz” y “belleza” son lámparas que alumbran el paisaje y hacen que el cotidiano se perciba con otra sensibilidad. Y se requiere ojos nuevos para el nuevo paisaje que muestra lo oculto de lo cotidiano. De esta manera, la visión, que es más que una función de los ojos, registra la sensibilidad de lo observable. En esa medida, los términos “luz” y “belleza” pintan de nuevo el paisaje y se puede ver las cosas sencillas que escapan de la superficialidad, con mirada fresca. Y la naturaleza se manifiesta y genera un clima interior, como si se caminara por un pueblo lleno de flores, abejas y árboles. Así se percibe en “Naturaleza del poema”: “Oye las pulsaciones/ de estrellas distantes” o en “Juego de luces, este último lo cito entero porque en él la “luz” y la “belleza” resignifican el transcurso del camino:
“Poema de la noche
y los días nublados.
Poema se concentra
en el origen de la luz.
Responde con destellos
y partículas incandescentes.
Dialoga con luces
brillantes y cenicientas.
Estudia el color y la sombra,
enciende velas y lámparas.
Le prende fuego al camino
para iluminar el paso”.
El poemario “Informe sobre la belleza” cuenta con principios estéticos y éticos ―a partir de lo cotidiano― al tener versos donde hay una preocupación por los ancestros, como se ve en “Posibilidades de la nostalgia”: “El poema/ puede volver a tocar, /con manos de niño, /el rostro viejo de mamá./ Su aroma, su voz”. También acude al recurso del metalenguaje en versos que se referencian así mismos o nombran el camino con un simbolismo propio, como aparece en “El poema es un camino a casa”: “El poema calla/ cuando más lo necesito,/ suele llegar a deshoras”.
En este poemario existe una presencia sensorial que genera cierta tensión que empuja hacia adelante la música impersonal del silencio en los paisajes recreados por el poeta. Y esto es vital para que el instante siempre permanezca pasajero; pase sin irse, como el viento y le dé la frescura, la sencillez e incluso la ingenuidad que posibilita la ilusión de tocar lo eterno, por eso mismo fugaz, para que prevalezca en el tiempo. Gracias a ese instante Edwin puede, con este libro, rozar el misterio de la creación con los dedos y su peculiar mirada del mundo que lo circunda.
Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/camirgo/
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