Duelo colectivo ante la pérdida de vidas

“Resulta sorprendente que sea tan difícil reivindicar el derecho más elemental de todos, que es el derecho a la vida, pero en un país donde la violencia se ha ensañado con tal virulencia, pareciera que esta se constituyó en un hábito difícil de erradicar.”


Durante la tarde del 20 de febrero pasado en el centro de la plazoleta de La Alpujarra de Medellín se realizó un performance. Un grupo de mujeres y hombres caminaban en derredor mirándose, acercándose, alejándose y cayendo al suelo de tanto en tanto… uno por uno. Cada vez que alguien del grupo caía, el resto se le acercaba dibujando en sus cuerpos y rostros expresiones de angustia, tristeza y dolor. Simultáneamente una flauta y un tambor acompañaban la escena ejecutando un son juguetón mientras el grupo caminaba, pero cuando alguien caída, la música se precipitaba en un tremor de toques espasmódicos anunciando la tragedia. Sucedía también que poco después de que alguien caía, la marcha de los otros se reanudaba como en un presagio de lo que vendría. Al final todos y todas cayeron y diríase también, callaron.

Esa pequeña obra de teatro no es una simple representación de una tragedia, es de hecho la descripción exacta de lo que ha sucedido en este país en el que se castiga con la estigmatización y la muerte a quienes le apuestan a la paz. En Antioquia han asesinado 41 firmantes de paz y 203 líderes y lideresas sociales, desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016, hasta la fecha. Si lo miramos de manera global las cuentas hablan de 1456 líderes sociales y 412 firmantes de paz asesinados en todo el país. No se trata de monetizar la tragedia entre sumas y restas, por el contrario, se busca visibilizar una problemática frente a la que gran parte de la ciudadanía colombiana da la espalda o se muestra indiferente.

Resulta sorprendente que sea tan difícil reivindicar el derecho más elemental de todos, que es el derecho a la vida, pero en un país donde la violencia se ha ensañado con tal virulencia, pareciera que esta se constituyó en un hábito difícil de erradicar. Aquel encuentro denominado duelo colectivo ante la pérdida de estas vidas humanas y proyectos políticos, ambientales y sociales que de hecho sigue en aumento, hurga en una herida social imposible de ignorar o desconocer.  ¿Qué debe suceder en este país para que el duelo se emprenda en serio y que sirva además para un escenario de no repetición?

La respuesta a esa pregunta pasa por la posibilidad de construir escenarios de paz que trasciendan lo declarativo para que operen en la práctica como realidades que permeen la propia cultura, con lo cual se conseguiría un plus de garantías para la convivencia colectiva y la paz social. En el fondo de lo que se habla con ese llamamiento al duelo colectivo es el de explorar la verdadera posibilidad de instaurar garantías de no repetición tal como están invocadas en la ley de Víctimas y restitución de tierras.

No puede seguir sucediendo que la ley instituya, declare y contemple lo que la realidad niega.


Todas las columnas del autor en este enlace: Andrés Arredondo Restrepo

Andrés Arredondo Restrepo

Antropólogo y Mg. Buscando alquimias entre Memoria, Paz y Derechos Humanos.

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