Todas las sociedades del mundo tiene élites asociadas a los sistemas de gobierno, en muchos periodos de la historia los avances más significativos de la sociedad han devenido del interés de las élites por construir desarrollo; en Medellín el impulso de la élite industrial de finales del Siglo XIX y principios del XX significó un salto cualitativo que convirtió a la ciudad en el epicentro del desarrollo económico del país, incluso en las condiciones logísticas más desventajosas – solo a los paisas se les ocurre crear una ciudad industrial encerrada entre montañas, lejos del mar y sin carreteras – también las élites han constituido, en otros periodos de nuestra historia y la historia de otras sociedades en el mundo, un relato de conservador que ha perpetuado el atraso y la desigualdad.
La historia de las élites en Medellín y Antioquia es también la historia de la ciudad y el departamento, en el sentido del avance y del atraso de la sociedad. La historia de los gobiernos locales en Antioquia y Medellín, sus aciertos y desaciertos, ha estado asociada sobre todo al interés económico de esas élites.
La forma de hacer negocios también se expresa de manera cultural entre nosotros, los grandes capitales en Antioquia no parecen estar muy interesados en competir entre ellos, de hecho, tenemos una amplia y registrada tradición de cartelización, para la muestra dos botones: El GEA y el Cartel de Medellín. Más allá de la comparación chocante entre los dos conglomerados y no por el interés de acusar de delitos a los más importantes empresarios del departamento y la ciudad, resulta relevante, para lo que discutimos, poner en evidencia que las élites locales que no son desde luego homogéneas, si expresan rasgos culturales comunes.
Por otro lado, en una perspectiva de balanza comercial, al menos en los últimos 50 años la economía legal e ilegal han compartido cuentas. Los relatos judiciales e históricos del conflicto armado en Antioquia, sobre todo en la acción narcotraficante y paramilitar, han puesto en evidencia la relación entre la renta legal e ilegal en nuestro territorio.
Nuestras élites en los negocios y en la política han tenido al menos dos expresiones que se comunican y se relacionan -no siempre de manera pacífica- y que en el escenario político parecieran contraponerse capturaron por muchos años la disputa política, precisamente, en una especie de colusión que no admitía otros competidores. Una de las conductas restrictivas de la competencia que suelen presentarse en los negocios es fingir la competencia, dos marcas de un mismo origen fingen competir y controlan de esa forma los precios y el mercado. Así se han comportado las dos expresiones políticas de la elite en Antioquia.
Antioquia ha sido el lugar de nacimiento de dos expresiones políticas hoy de orden nacional, que, aunque han disputado entre ellas también han compartido objetivos y, siempre, han respetado el proyecto económico que las respalda. Por decirlo de alguna forma y para seguir con el símil son dos marcas de la misma matriz cuya diferencia se ha basado sobre todo en el tono.
Está la Marca tradicional: que obedece y resalta los valores tradicionales que reivindica la autoridad y la verraquera; esta marca tiene un tono fuerte y pugnaz, no está interesada por la verdad y fortalece mucho los estereotipos del paisa berraco, homofóbico y bravucón. Es una marca que enfrenta los debates más duros y que está separada por una sinuosa línea con el traqueto con el que ha coincidido en la historia no solo estéticamente. Además, tiene una relación con lo popular asociada al caudillismo, al seguimiento religioso de un líder es una relación de subordinación.
Por otro lado, está la marca alternativa: fresca, no se pone correa y anda en jinnes tiene un tono pausado y académico es el hijo peludo de la familia tradicional paisa que aunque toma café orgánico y monta en bicicleta no cuestiona los orígenes del dinero de su padre y en el peor de los casos guarda silencio (como cuando celebraba los logros de gobernabilidad que devenían solo de la hegemonía militar en la ciudad de un paramilitar) esta marca tiene una relación con lo popular de desprecio, todo lo popular es feo, mañe, poco educado. Tuvieron un secretario de cultura que se enojaba con la gente porque no le gustaban sino los chistes de montecristo. A todo lo feo, decidieron llamarlo corrupción, muchas veces sin pruebas, las formas en que los demás compiten les parece non sancto, pero casi siempre porque es feo.
Frente al hecho político más importante de la historia republicana al que hemos asistido como generación, la posibilidad de alcanzar la paz dialogada y la suscripción de un acuerdo de paz que buscaba solucionar las dificultades centrales que dieron origen a ese conflicto. Las dos marcas actuaron aparentemente enfrentadas, pero al servicio de los mismos intereses. Los tradicionales acudieron, sin tapujos y de frente en contra del proyecto que afectaba terriblemente sus intereses políticos y los intereses económicos del sector de la elite que representan. La segunda marca tuvo un comportamiento mucho más reprochable en esta coyuntura, se lavó las manos, su representante salió del país para pasar de agache la coyuntura y no enojar a un sector de la sociedad que no han enfrentado nunca, a su hermano mayor, a la otra marca. Dirán que hubo algunos representantes aquí en “la calle” aportando a la paz, pero además de utilizar eso para lograr representación pública lo cierto es que los personajes más representativos de ese equipo se fueron y dejaron a las inferiores jugando el partido más importante. Al final, en conjunto, son responsables del mismo resultado.
Estas dos marcas, que como he dicho son dos expresiones estéticas de los mismos intereses están hoy desconcertadas con la administración de la ciudad. El gobierno de la ciudad los desconcierta principalmente porque no representa los intereses de esas élites y la colusión que armaron para disputar solo entre ellos el gobierno local salió mal por primera vez en muchos años.
Lo que más desconcierta, me parece a mí, para estos representantes de las élites es la imposibilidad de predecir el comportamiento de su enemigo actual que significa – para bien y para mal – todo lo que ellos no son. Por eso unos le dicen insurgente y otros politiquero. Porque también significa otro proyecto de ciudad en disputa que no responde al proyecto de las estas élites y que no parece tener una relación de subordinación o de asco con lo popular.
Esta lectura que supera el formato de una columna por su extensión busca más que un acto de militancia con la alcaldía de carácter contractual, como dibujan estas marcas toda lectura que no les favorece, una apuesta por describir desde mi punto de vista la disputa en la que se revuelca la ciudad por estos días. Desde luego, la ruptura de la hegemonía de una élite rompe todo y da lugar a la construcción de nuevas élites o a reacomodar las existentes, no sabemos, lo que podemos expresar con tranquilidad es que militamos (y trabajamos nadie lo oculta) en una administración que significa una ruptura. El sentido de esa ruptura también está en disputa y ese el trabajo que algunos creemos estar haciendo.
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