Disecados

Escalofriante, el costo de sus cabezas es el fracaso de una patria enceguecida, desplazan sueños para sembrar pesadillas, la corrupción que exporta veneno fratricida. Jóvenes cuerpos que en su corazón añoraban justicia, ilusión que les fue también ideología, padecen ante los ojos de una nación gobernada por cuervos, perecen en la polarización bruta como si de un torneo por la ignominia se tratase. Impotencia, la tontería.

Vida, y nuestra promesa casi implícita de hacernos trizas, familias lloran mientras el odio enardecido tratando de consolar, revictimiza. ¿Cuánto horror requiere el honor para justificar una guerra perdida?, nación sin lengua y de sus alaridos, adolorida. Vencida la patria boba, otra vez, por sigo misma. Democracia raquítica donde la verdad es la mentira, muy pocos son muchos y la otredad es desaparecida. Repugna, hipocresía.

Lápida, puto luto hecho memoria, engalana la pujanza y sus hazañas hasta encontrar la bala perdida. Resiliencia de la madre que entierra a sus hijos con la fe de saberlos semilla, flor de loto la esperanza que retoña en el fango de la perfidia, manos amables que cosen retazos de territorio en diáspora sellando desgarradoras heridas. Cantos de indomable y revolucionaria alegría; regímenes arrollados por la realidad que impone y de la libertad abisma. Lástima, lastima.

Silencio, asonada que intimida, cuando hay hambre no existe regla de fuerza legítima, se juntan la precariedad y la avaricia. Cómplice y compatriota respaldan la misma línea, sostener el poder desde la dicotomía de la muerte útil, al final da igual el motivo de quién asesina. Las narices del mundo no huelen la sangre de la doble moral prohibicionista, porque huele a represión de pobres, y eso la crueldad erotiza. Revela, la desdicha.

Esquizofrenia colectiva. Golpes contra un espejo, ser vidrio, tratando de derrotar al reflejo de enemigo.

María Mercedes Frank

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