Del miedo y otros males necesarios

Dentro de la experiencia humana encontramos que muchas de las sensaciones y emociones que experimentamos están llenas de euforia y una energía que, desearíamos, fuera eterna; por otro lado, tenemos otras que simplemente son de un carácter intenso, sublimes, pero también agonizantes. El miedo, para muchos, es una de aquellas sensaciones que, cuando nos habita, nos hace sentir una especie de adrenalina, una descarga que nos mantiene alterna. No obstante, a veces esta emoción se queda como un invitado de tiempo completo, ahogándonos y no permitiéndonos ver la belleza de la vida.

Como toda emoción, es compleja y es un camino de vuelta a nosotros, a nuestro camino más certero. Ocurre que, en sociedades como las nuestras, esta emoción es sumamente demonizada, siendo vista como algo que debemos evitar. Pero, como toda emoción, el miedo, realmente, lo que quiere hacer es cuidarnos. Lo anterior es interesante, ya que vivimos en la generación del “solo se vive una vez” y, para nosotros, el miedo simplemente estorba, nos detiene de “vivir la vida”. Es complejo llegar a pensarlo, porque podría argumentarse que en realidad ocurre; que muchas veces, por miedo a lo desconocido o a diferentes escenarios imaginarios, todo lo peor puede llegar a pasar.

Además, con el aumento del contenido motivacional en redes sociales y el aumento desenfrenado de la espiritualidad de la nueva era podemos ver que muchos apuntan a que “vivamos el presente”, que dejemos el miedo atrás, porque no debemos preocuparnos, entre otras cosas. Ahora, tratar de estar presente y mantener nuestra energía en el ahora no es malo, en lo absoluto; pero, si de por si ya es complejo sentir miedo, es tres veces peor sentirte culpable por experimentar ese miedo. De nuevo vemos aquí una demonización del miedo, donde es visto como una emoción “negativa” que debe solucionarse cuanto antes.

Por el contrario, esta emoción tiene mil funciones, pero la más importante es: cuidarnos, hacernos reconocer lo que nos lastima para que podamos esquivarlo. Aquí entra en juego una encrucijada, donde podemos llegar a sentir miedo y, puede, que esta sensación nos detenga de tomar ciertas decisiones, algunas que pueden ser bastante beneficiosas. Entonces, el miedo, trabajado desde un lugar empático y honesto, puede ser una brújula que nos direccione a los lugares correctos.

No obstante, es importante anotar que, como cualquier otra emoción, tiene un lugar aparente en nuestra existencia, mostrándonos que puede nunca irse, pero esto necesariamente no es malo. El truco es familiarizarnos con él, en vez de evitarlo y negarlo, porque al hacer estamos desaprovechando una herramienta fundamental para nuestro desarrollo personal. El miedo; emoción paralizante que nos genera alguna situación imaginaria o real. Es un lugar donde la esperanza no existe y los peores escenarios ocurren, pero también es un canal de nuestros instintos, que quiere lo mejor para nosotros. Sentirlo es complejo, pero vivir con él es una condena. Ahora, es importante entender que es una emoción pasajera, un huésped que viene a alertarnos y, una vez realizada la labor, puede irse con toda la tranquilidad del mundo.


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Juan David Muñoz Mejía

Curioso, imaginativo, melodramático y emocional. Además, Politólogo con opciones complementarias en Sociología y Filosofía de la Universidad Javeriana, especializado en derechos humanos, cooperación internacional y gestión de proyectos. También escritor aficionado y pensador de tiempo completo, con un interés particular en las novelas románticas y las series animadas. Finalmente, integrante del colectivo artístico y estudio de diseño Malabar, espacio donde crean piezas en serigrafía y demás técnicas.

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