De los derechos y otras infamias

Declaración de los derechos humanos

“Los derechos humanos son sus derechos. Tómenlos. Defiéndanlos. Promuévanlos. Entiéndanlos e insistan en ellos. Nútranlos y enriquézcanlos. . . Son lo mejor de nosotros. Denles vida.”

Kofi Atta Annan, Nobel de Paz  de 2001

La Declaración de los Derechos Humanos firmada el  diez de diciembre de 1948  aprobó y proclamó la defensa de aquellos derechos que son inherentes e inalienables y que  promueven los principios básicos de la convivencia.

Esos derechos tienen un apellido “universales” por lo tanto cada Estado debe procurar el bienestar de los mismos, pero ¿realmente lo son? Teniendo en cuenta las tres teorías interpretativas del derecho se concluye que todo “depende”.  Según el derecho natural los derechos tienen principios de universalidad, unidad e inmutabilidad que por el hecho de ser humano se tiene sin ninguna distinción.

En el derecho positivista, encontramos que estos derechos son vinculantes en la medida en que los Estados los constituyen dentro de sus leyes para que sean válidos, es decir, que estén escritos. En nuestro país estos derechos se pueden encontrar en la Constitución Política de 1991, en su capítulo primero “De los derechos  fundamentales”, aquellos que por ser de esta Nación nos compromete y nos salvaguarda.  Y finalmente encontramos  la teoría del realismo la cual describe que los derechos se proclaman en la medida del contexto histórico y las condiciones sociales.

No pretendo ser tecnicista, pero si definir la implicación de los derechos en los Estados y como más allá de las leyes la dignidad humana quedó relegada y pasó inadvertida.

67 años después de establecer esta declaración, vemos que el panorama no ha cambiado mucho, los derechos, aquellos que se denominan humanos son los más violados por la sociedad.

Proclamar derechos humanos en un mundo donde vive la deshumanización, donde caen victimas de guerras, donde la paz es un ensueño; en la época de los bombardeos, de los falsos positivos, de los inmigrantes, de los niños que mueren de hambre, en los tiempos donde nos está matando el calentamiento global, en un mundo donde habitan “animales” sin sentido, donde reina la desigualdad y mientras unos sufren, otros se ríen a carcajadas de la desgracia de los demás.

En los 30 artículos de esta declaración , la palabra libertad es la que más se repite. Esa libertad tan anhelada pero que lleva las cadenas de la ambición, la ignorancia, el odio, la corrupción, una libertad que se avergüenza de ser. La declaración proclama pero la realidad traiciona.

Todo en el papel se ve muy infalible, pero más allá de las leyes, tratados o declaraciones, el ser humano debe comprender que su existencia no es mérito de creerse amo y señor, somos la manifestación de miles de culturas, marcadas por la deshumanización. Por guerras cuyo único objetivo es el poder, donde los derechos humanos son más que una excusa de la poca humanidad que nos queda.

Estos derechos tratan de salvaguardar la dignidad humana, ese valor que no tiene precio y que es intrínseco del ser humano, que ha dejado de ser un concepto moral y ético en nuestra realidad indigna.

A pesar de la barbarie y las atrocidades que nos muestra el mundo, aún hay tiempo para humanizarnos para ser una sociedad sin fronteras, porque después de todo somos la mezcla de miles de generaciones y en la diversidad se puede encontrar la unidad. Esa que no pase por encima del otro sino que nos convierta en verdaderos humanos. No con la mirada en el poder sino en la construcción del mundo con el otro.

Porque es posible un mundo mejor si lo creemos, si cada uno asume su dignidad y respeta la del otro. Porque en nuestros tiempos coincido con el gran Eduardo Galeano «Ni derechos ni humanos».

 

 

 

 

 

Alejandra Mejía Bedoya

Estudiante de comunicación social de la Fundación Universitaria Luis Amigó. Apasionada por la literatura y el periodismo, con espíritu travieso (NATUSAN).
Creo en lo imposible porque de lo posible ya se ha hablado demasiado.

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