Crear un Estado no es como desgranar una mazorca


¡Salve, segunda trinidad bendita,
Salve, frisoles, mazamorra, arepa!
Con nombraros no más se siente hambre.
«¡No muera yo sin que otra vez os vea!»

Memorias sobre el cultivo del Maíz
Gregorio Gutiérrez González


Como consecuencia directa e inmediata del triunfo de la mesnada conservadora en la Batalla del Cascajo en un sitio entre Marinilla y Rionegro, comenzó la década de gobierno como Presidente (Gobernador) (1864-1873) del que por sus ideas y hechuras se considera el arquetipo del estadista de la antioqueñidad, Don Pedro Justo Berrío; también se asentó con propiedad el partido conservador y se acentuó el conservadurismo cultural en el fértil huerto antioqueño. En definitiva, se reforzó el ya veterano autonomismo político antioqueño, memorizado desde épocas coloniales, pero con dos antecedentes de sólida referencia jurídico-política durante la naciente república en las Constituciones de 1812 (Constitución del Estado de Antioquia. Título I, Sección primera. Preliminares, 1, 2.) y la de 1815 (Constitución provisional de la Provincia de Antioquia. Revisada en la Convención de 1815. Decreto de promulgación) que alambican y destilan, ambas, una amalgama de iusnaturalismo de origen divino, liberalismo catolizado con regusto español entre democrático y monárquico, algún deje de utilitarismo a la inglesa y fuerte olor a conservadurismo. Pero autonomismo al fin de cuentas, que no segregacionismo ni aislacionismo.

Y en ese contexto es obligatorio resaltar a Don Gregorio Gutiérrez Gonzáles, “Antíoco” por sobrenombre y amigo, copartidario, correligionario, compañero de armas, ideólogo y publicista de Don Pedro Justo, quien escribió y divulgó por la misma época el que la más purista tradición regional acredita como el gran cantar de los cantares paisa, “Memorias sobre del cultivo del Maíz” (1866), que no solamente entró en el mundo de las letras o en la “geografía del espíritu” como dijera Don Tomás Carrasquilla un tantico exageradamente, sino que también influyó profunda y duraderamente en la cultura general y política del “país paisa” o de la “Patria Antioqueña” al modelarlas arquetípicamente con su azulada plumilla, junto con otro poema suyo menos conocido pero talvez más rotundo políticamente, “A los Estados Unidos de Colombia”, en donde reta a guerra, indirectamente, al gobierno liberal con el lema “patria o muerte”.

En la idea de una “Patria Antioqueña” con lenguaje propio (“como solo para Antioquia escribo, yo no escribo español, sino antioqueño”) modelada por el poeta “Antíoco”, y con religión propia (el catolicismo) se conjugan autonomía y autoctonía, es decir, nacionalidad. Por paradójico que se vea, esa idea se fortalece y florece en el Estado de Antioquia durante las dos décadas de vigencia del federalismo liberal en toda la nación (Los Estados Unidos de Colombia -1863-1886-), inaugurado un año antes en la Constitución de Rionegro (1853), a un tirito del sitio de la refriega, con lo cual Antioquia quedó como una casa azul en una cuadra roja. La Batalla del Cascajo, en la que muere el líder de la tropa liberal, Don Pascual Bravo, es, pues, de poca alzada militar, pero de alargada influencia política y cultural.

Don Pedro Justo le dio vida estatal a la idea de nación paisa. Pero al contrario de lo que se esperaba de su victoria militar y de su principialística rígida, propició el despegue de Antioquia hacia un modernismo aunque sin modernidad o al menos sin la modernidad sazonada en la Ilustración europea y más ligada a la Ilustración española que publicitó, a diferencia de aquella, la idea de la soberanía popular y de los derechos naturales con origen en la providencia divina y bajo la tutela eclesiástica, que liberó de pecaminosidad al lucro comercial e incluso al agiotismo, que apañó de la modernidad el utilitarismo y el progreso técnico para agregarle valor al negocio, que ajustó la tradición monárquica para la eficiencia de una administración centralizada.

Y el proyecto le dio resultado sobre todo porque, ganada la guerra no siguió en guerra aun estando rodeado de un ambiente un tanto más que hostil; es decir, porque inmediatamente pasó de la guerra a la paz y se dedicó a gobernar sin segregacionismo, sin hacer causa del triunfo para afanes belicosos. Por eso, como coinciden todos los historiadores, en medio de muchos conflictos nacionales que terminarían con un cambio radical de Constitución en 1886, la década de Berrio se caracterizó por la «tranquilidad interior», por el equilibrio entre conservadurismo y reformismo, entre tradición y progreso y, específicamente, por una cohabitación pragmática y una especie de convivencia marital estable sin vínculos matrimoniales con el gobierno central del liberal Manuel Murillo Toro mucho menos radical que Tomás Cipriano de Mosquera, mi General “mascachochas”.

En ese ambiente centralizó la administración del Estado autónomo aprovechando con realismo y sentido práctico al federalismo nacional, modernizó la administración de la Hacienda Pública, amplió en cobertura y en calidad la educación, acrecentó la comunicación y la movilidad y generó un ambiente de paz interna y de concordia externa en medio de muchos conflictos nacionales y todo ello sin dejar de ser autonomista.

Pero el éxito del gobierno de Berrío no es solamente propio. Contribuyeron algunas coincidencias con el Presidente de la Nación, Murillo Toro al entender éste que para consolidar el federalismo debía tolerar autonomismos teniendo en cuenta las amargas experiencias de la Guerra de las Soberanías en época del entrometido integrista conservador Mariano Ospina Rodríguez y el efecto disolvente del caudillismo militarista de un liberal por conveniencia como el General “mascachochas”. Y entendió Berrío que para el progreso de su patria regional no era necesaria una soberanía absoluta, ni el aislacionismo y por ello facilitó una mutua tolerancia y reciprocidad sin cesión de principios y sin colisión de jurisdicciones. El Presidente nacional sacrificó un poder regional para mantener la gobernabilidad de la nación liberal y el Presidente regional no alentó el secesionismo o la segregación de la “patria antioqueña” ni del “país paisa”.

Y todo porque intuyó Don Pedro Justo que una cosa es el gobierno y otra cosa es el Estado; que entre la defensa de los principios y la exigencia de la resultados hay un arco iris de eticidades; que estaba bien lo de la santísima trinidad bendita pero como poesía bucólica y como integración cultural, pero que no solo de maíz, frijoles y arepa vive el paisa; que unos son los afanes y la agenda electoral y otros los afanes de la producción industrial y de la vida comercial; que el trance electoral, condición inmanente y cuasi natural del político profesional, no puede invadir la administración del Estado, que es cosa técnica, ni la actividad económica privada y que el control mutuo, si fuere necesario, se da por mutuo acuerdo.

Y, en efecto, en su primera presidencia asentó Berrio la cultura de las soluciones pacíficas para apuntalar las imperecederas y paradigmáticas reformas que lo hicieron estadista y no solo gobernante porque hizo un buen gobierno fortaleciendo el Estado de Antioquia y actuando con pragmatismo en sus relaciones con el gobierno nacional sin ceder autonomía política y cultural y sin cerrar fronteras ni circuitos económicos. Entre esas reformas siempre habrá que destacar las que hiciera y proyectara creando la Escuela de Artes y Oficios, consolidando la Universidad de Antioquia y formando profesionales en el exterior siempre pensando en las obras públicas y en la modernización administrativa tanto de lo público como de lo privado.

Pareciera que Don Pedro Justo ya estuviera entendido de cuánto vale, solo en términos económicos, crear y, sobre todo, sostener, un Estado y por eso no aventuró el radicalismo segregacionista de los patriotas antioqueños de la época; los maiceros.

Pero a pesar de esa enseñanza histórica ejemplar del gran estadista de la antioqueñidad, una mesnada de secesionistas de hoy, atizados por un agenda política de políticos profesionales autárquicos promocionan la cucaña de un nuevo Estado pretendiendo financiar con “vacas”, rifas y cantarillas el costo costosísimo de los derechos que debe asumir: los de libertad, los de seguridad, los de bienestar (salud, empleo, vivienda, recreación, educación y seguridad social), los de participación política, los de justicia, los de bienes y servicios (84 derechos), los costos de la administración y sostenimiento del régimen cualquiera que sea, más los costos de las obras públicas para una infraestructura adecuada, más los costos de las relaciones internacionales y de sostenimiento del orden internacional en un mundo globalizado, mas los costos del empresarismo y de la actividad económica privada.  Como si crear y sostener un Estado fuera como desgranar una mazorca. Con muy poco realismo y mucha voluntad alebrestada con chicha de maíz, pretenden empezar de cero, creando un Estado, desconociendo que con ello retroceden no solo en política sino también en industria y en comercio aunque fortalezcan una idea.


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Fabio Humberto Giraldo Jiménez

Profesor de Ciencias políticas de la Universidad de Antioquia, Medellín Colombia. Ejercí, además, como Director del Instituto de Estudios Políticos (5 años) y como Director general de Posgrados (5 años) de la misma universidad. Como profesor jubilado dicto actualmente una cátedra sobre opinión política y me dedico casi exclusivamente a la lectura y a la escritura de textos de opinión.

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