Colombia: Un género de ficción

En los últimos años no existen ciudadanos preocupados por su realidad y el rumbo del país sino que hay dos polos que se rozan, chocan, se gritan y aún no logran explotar, y es que entre más separados estemos, más difícil se nos hace la tarea porque la indignación no debería llevar de apellido a algún partido político


Tengo miedo de vivir en este país, y este no es un sentimiento que se presente a raíz de un solo hecho. Cuando pensé que ya lo había visto todo, llegó la mismísima Colombia a callarme la boca. Pareciera como si no tuviera un límite ni las intenciones de dejar de sorprender. De este lado del continente pasan cosas tan mágicas  que vivir en cualquiera de nuestras ciudades podría ser un género nuevo y único de ciencia ficción, el más descarado de todos. Tiene sentido que Gabo haya dado a luz a su realismo mágico en medio de estas montañas, y no es necesario leerlo para entender, solo basta poner el boletín de noticias de cualquier canal nacional para asombrarse y apreciar como lo imposible se hace posible.

Hay muchos hechos que pasaron a la historia, como el asesinato de un ministro de justicia por parte de unos bandidos que podían comprar hasta la ley, y la injusticia en unas elecciones por una caída de la energía a nivel nacional de lo más de sospechosa. Otros más recientes, pero únicos, como las calles repletas de manifestantes vestidos de blanco haciéndole eco al “no” por la paz al conflicto que nos masacró por bastantes años , y la policía sumando muertos a las cifras de mortalidad diarias por llevar a cabo lo que ellos llaman errores en sus respectivos ejercicios de autoridad. Temas que si de seguro se pusieron en un libro o una película arrasarían y se llevarían los aplausos tanto de la crítica como del público en general. Aquí lo vivimos con realidad aumentada, supongo que es nuestra fortuna o algo así, y como era de esperarse le ponemos un toque único como protagonistas de la historia: Sufrimos de olvido colectivo. En Colombia se vive de instantes y de pequeños ciclos de indignaciones, porque pasa el tiempo, pasa algo peor o llega algún logro de la selección nacional, y todo se va al carajo. Merecemos dignamente que nos consideren como el país en que es fácil tirar la piedra y esconder la mano, porque así se haga daño, la bulla solo durará un ratico y después ni rastros.

Nuestro himno nacional, considerado como uno de los más hermosos, podría ser reemplazado por aquella canción de Luis Enrique, “Yo no sé mañana”, nos identifica más, porque la horrible noche aún no cesa y a la libertad sublime se le perdieron las auroras. Los hombres de siempre, los de apellidos bonitos que siempre han estado en la parte superior de nuestra estructura, han perdido tanto la esperanza en nuestro país que se ven obligados a venderse como los salvadores de la patria, y el colombiano, por desgracia, les cree. Y es que a primera vista, esto parece un sentimiento de lo más de admirable y potente, pero en la práctica, solo es una mentira más prestada a alimentar egos y una respuesta a las ansias de calmar el poder al que quieren llegar. Son tan descarados que no son conscientes de que su lucha se ha impregnado tanto en la sociedad que ahora todo está polarizado. En los últimos años no existen ciudadanos preocupados por su realidad y el rumbo del país sino que hay dos polos que se rozan, chocan, se gritan y aún no logran explotar, y es que entre más separados estemos, más difícil se nos hace la tarea porque la indignación no debería llevar de apellido a algún partido político. Qué lindo sería que el colombiano entendiera que este país es de nosotros y no solo del presidente, o del expresidente, o el senador de la república, o de la policía o de cualquier otro cuello blanco. Este extenso territorio no tiene un solo dueño, esto no se trata de una parcela, se trata de nuestra casa, nuestro país.

Los jóvenes, en medio de tanta crisis, se pintaron como la esperanza y la salvación. Se reconoce que son los únicos que se mantiene  al margen de aquella polarización y los que más se empoderan de lo que es suyo, solo que como yo, también tienen miedo. Para muchos de nosotros resulta más fácil quebrarnos el lomo para encontrar salir de aquí de que hacer el cambio, porque los que luchan, los terminan matando de alguna manera, y a los que no, los llaman bandidos para desacreditarlos. Actualmente interesarse por los temas del país o asumir una actitud crítica tiene dos finales: La muerte o condenarse a ser un “castrochavista cubano del foro del Sao Paulo con tintes de guerrillero, asesino y bandido”, aquí somos hasta de lo más de creativos para desacreditar al otro. Se ha perdido tanto la fe y la esperanza en estos seres que parecían estar llenos de luz, que su única manera de emitir respuesta es mediante el descontrol, y que lástima, porque aquellos que se quieren salir con las suyas aprovechan estos actos para sustentar su idea que son una plaga ignorante que no sabe lo que quiere, que solo se quejan y ya está.

Un país mágico requiere de soluciones que sean de este tipo, y a pesar de tener muchos avances tecnológicos, aún la humanidad no conoce a un tipo como Superman o existe la cura para los males sociales, pero como aquí lo posible se vuelve imposible, soñar con un país unido se convierte en el único consuelo, en el matiz de luz más cercano a la solución. No se necesita de un golpe de Estado, una guerra, más muertos o que metan a cierto tipo peligroso a la cárcel. Necesitamos fortalecer nuestro sentido de comunidad, apoderarnos de lo que significa ser colombiano, porque sí, eso es un título que va más allá de gritar un gol de la tricolor. Es más, ese símil con el futbol es de lo más de bonito, porque llena de esperanza pensar que el día de mañana, así como nos acordamos del autogol de Escobar, la salida al medio campo de Higuita y el gol no reconocido de Yepes, nos acordemos de todas las injusticias y todas las luchas que hemos dejado a medias por pensar que este país ya está perdido. Colombia puede que se esté hundiendo desde hace más de un siglo, pero siempre hay oportunidad para remar y llegar a la orilla, hagamos que la ficción juegue de nuestro lado, vamos a empoderarnos.

Sebastián Castro Zapata

Envigadeño de corazón, amante a la poesía y a la literatura. Le tengo miedo a los truenos y llevo una tormenta tatuada en mi brazo derecho. A veces me las doy de poeta y en la actualidad, estudiante de psicología en la Universidad Pontificia Bolivariana.

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