Cartas a Adela – Decimotercera carta

CARTAS A ADELA
CARTAS A ADELA

A veces me pregunto, qué piensa el silencio y a quién recuerdan las nubes, pero no todas, sino esas que pasan como soñando… como si fueran nubes nada más, agua en estado gaseoso como lienzo de Van Gogh ¿Pensarán en ti sobre un mar de plata? o acaso en Maga, ella tan aire, tan perfume de margaritas ¿Acaso estarás vos ahí? Ya sabes, tan revestida de burbujas de Galatea y humo de shisha.

Y la verdad es que soy yo el que te piensa, te recuerda como una frase perdida en un almanaque de la filosofía en las piedras. Te pienso como cuando coloreo avellanas o cuando me inflo y entonces, pues nada, me inflo como un globo, me relleno de nitrógeno, oxígeno y argón, y pues lo obvio querida, este montón de ojos se me riegan por el piso como si fueran jarabe de amapolas… y son tantos ojos, de tantos colores, unos tan ciegos y otros tan amarillos.

Intento entonces armarme, recomponerme; que cada ojo quede en su cuenca, pero pasa, y muy a menudo, que entonces se me va cayendo la piel y las uñas, aparecen lotos entre los dedos, se me desprende incluso el hígado, como si uno pudiera andar por ahí sin hígado ¡Qué horror! Intento, de verdad que lo hago, pero quedo como el hijo bastardo de Picasso después de una borrachera de colores.

Cuando me pasa eso, me siento como como cerca de llegar a ningún lado… pero cerca, de la nada, de un vacío, de un inicio o una meta, cerca, de allá, de acá, siempre estamos cerca de algo, de perdernos o de encontrarnos, de ser cola de ratón y llamarada de dragón, de ser serenata de ballenatos o silencio de medusas… si, así, más o menos, cerca de Plutón o de una mentira, de ser nada en tus besos dulces y ácidos, y todo en tu vientre de fuego.

Y me digo “sabes que algo anda mal y sigues como si nada… cómplice de tu propia infelicidad, de tu propia insatisfacción, de tu propio ego”.

Pareciera que escribo con exceso de razón, pero tan solo es falta de vos… de vos querida, como quien anhela estar en un medio de un escrache retumbando a gritos las calles diciendo que nunca firmó ningún contrato social.

Ha pasado algo ¿Y cómo no? siempre pasa algo ¿No? El caso es que hablé horas y horas con el gato, y mientras lo hacía, las cosas no parecían tener control de nada, viste, la gente volando por ahí, los nenes irguiendo la nueva torre de Babel, Ícaros estrellándose en los parabrisas de los coches y paladines en escaramuzas por putas más putas que la Maritormes. Fue así, como cuando caminas al revés y te escurren los mocos.

No recuerdo muy bien qué era lo que maullábamos los dos, fue casi un sueño, casi como estar cerca de algo y no llegar nunca, y súbitamente sentí la necesidad de Sasha, un vacío, una angustia de alondras que invadió mis entrañas por estar cerca de ella, de acariciar su rostro resquebrajado y frío, por sentir su herida abierta entre mis manos.

Y fue ahí, ahí; colapso del mundo; retención del tiempo caprichoso; silencio turbio de llanto. Fue ahí, en medio de la calle, en una biblioteca, abriendo cárceles… de la nada, porque era nada lo que había ¡Sasha nació de un huevo!

Miraba como quien no cree lo que ve, cerraba este montón de ojos y los abría con el deseo de estar perdiendo la razón, pero no, allí estaba ella, Sasha tan nacida de un huevo como un libro de las lágrimas.

Hubo un primer maullido, entonces de la tierra brotaron dos ejércitos, uno tan rojo y azul y otro tan celeste y blanco, uno de un millar de Borges y el otro con millones de Nerudas. Marcharon a la guerra en medio de una lluvia de sombrillas. Sacaron lunas y demonios como armas, invocaron adioses y cegueras, se inventaron a Dios y luego comieron de su carne.

Hubo un segundo maullido. De la tierra, del aire, del fuego y del agua, llegaron Benedettis de piedra caliza aplastando a los ejércitos con sus pies de prosa, y en el suelo, la sangre de los poetas se volvió una, y cuando la guerra estaba perdida, de la sangre nació Da Vinci montado en un duque de bronce que decapitó al gigante de piedra, y de la piedra también salió sangre a borbotones.

Hubo un tercer maullido. El último y el primero, fue un alfa y un omega. La tierra se alzó sobre los aires levantando a la ciudad, y se empezó a contraer. Los edificios lentamente se fueron yendo a un centro de gravedad, coches, oficinas y casas fueron a parar a una bola de concreto. Un temblor sacudió el suelo, y entonces, la nada… simplemente la nada.

Una ciudad convertida en una bola y yo en la nada con Sasha nacida de un huevo.

Entonces fijé mi mirada en ella. Estaba elevada bajo una cáscara de huevo, con ojos de cristal, desnuda y con el corazón en la mano… un corazón violáceo, frío, duro y con una sonrisa trémula. Dejó caer su órgano palpitante al vacío. Sentí tanto dolor, tanta pena, tanta tristeza pero ella era frialdad pura, tan fría que se empezó a convertir en hielo que luego se derritió. Sasha murió.

Su cuerpo se evaporó, se fue a al cielo, literalmente hablando… y me pregunto… qué piensa el silencio querida, a quién recuerdan las nubes, pero no todas, sino esas que pasan como soñando… como si fueran nubes, como si fuera mi amada Sasha.


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César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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