“Borrosidades en tiempo de pandemia II”: Diarios de Cuarentena

Por Esteban Vélez; educador popular, PhD en educación (+57 311 5514513 – [email protected])

La seducción y el asombro de la calle deshabitada le ganó la partida a la prudencia y al miedo. El asombro se materializó en un viento dulce que se pavonea sin restricción alguna por entre las callecitas de los barrios de abajo y las avenidas que llevan a los senderos sembrados de mansiones y edificios altos donde viven los que miran desde arriba.

Dan ganas de guindar una hamaca y disfrutar del silbido manso que produce la brisa dulce que rasga sin asco y sin premeditación el cuerpo de las calles pobladas de vacío y le acompaña un coro polifónico de variados silencios que se escapan por las rendijas tanto de los barios altos como desde los de abajo y desde los moteles, las estancias, los inquilinatos, las guaridas, los cambuches, las alcantarillas, de las copas de los árboles y los zaguanes, de los bajos de las escalares y del metro; de los arropados en plásticos negros y raídos en una esquina, donde los habitantes de la ciudad pasan las semanas de confinamiento.

Se pavonean bajo la luna nítida fantasmas envueltos en poemas, y uno va proclamando la herencia de García Lorca: “se apagaron los faroles y se encendieron los grillos”.

Occidente está de luto, el evangelio del progreso anuncia el apocalipsis de lo moderno: las Bolsas de Valores se vienen a pique y los valores de la solidaridad, la compasión y el amor emergen en medio de la crisis.

La certeza del progreso muestra su fragilidad y la verdad proclamada de la competencia y el individualismo como el estado ideal se derrumba ante la incertidumbre: la ciudad tiembla de pánico ante la aparición de lo nano, lo pequeño, lo mínimo, el virus. Y el poder y el Estado declaran la guerra. Los misiles son inocuos frente al estornudo

La vida es incertidumbre pura… y aprender a vivir en la incertidumbre es un oficio que asumimos encarando nuestras imposibilidades que es donde brotan nuestras potencialidades.

El coronavirus, es un sistema vivo que nos asalta y desnuda nuestra fragilidad, pero que igual anuncia que nuestra fuerza está en el diálogo con el otro, y, para que aprendamos eso, nos regala la soledad.

Caminando el territorio en condición de domiciliador humanitario, algunas de las elucubraciones que hacemos se van evidenciando; una va caminando por los barrios pobres, los inquilinatos donde los inmigrantes refugian su extranjería, o en las casas de clase media donde el hambre anónima no asoma a la calle por vergüenza, y a cada paso ese mundo te cuenta su sabiduría, te habla…

Caminar el nuevo territorio recién dibujado por la pandemia, en la búsqueda de seres que requieren paliar sus necesidades básicas es mágico; no hay una decisión cartográfica, el instinto es brújula; ellos con su fuerza nos atraen y nos arrastran; es la constatación de que el magneto que ponía a temblar las casas de Macondo, no es una ensoñación literaria; los herederos de Aureliano siguen buscando una segunda oportunidad sobre la tierra: los gitanos, los desplazados, las víctimas del conflicto armado, social y político, los que huyeron de sus tierras lejanas, se buscan territorialmente para juntar lo poco y multiplicar el pan. Y con su fuerza nos halan hasta donde malviven.

Caminando el territorio en tiempos de pandemia la ética emerge con toda su fuerza cuando la solidaridad se expresa entre iguales; cuando el otro reconoce a su semejante, así mismo, a los demás de su especie. No al disminuido sino a un sujeto al que el poder y el Estado, secuestrado por los del barrio de edificios altos arriba de La Frontera, les niega, desde un proyecto de acumulación sin sentido, el goce efectivo de sus derechos y de su cuerpo.

Eso aprendemos en este nuevo oficio de domiciliadores humanitarios; repartimos algunos alimentos a los habitantes de calle, y uno de los chicos que tenía una bolsa no quiso recibirnos: no doctor, yo tengo cositas aquí; mejor déselos a los de allí; y los de allí te dicen: no monito, a los de más arribita que son venezolanos. Cuanto aprendemos en la calle…eso ha de ser lo que la academia llama una sociedad liquida; mis ojos viejos son un nacimiento de gotas saladas al recordar esa cadena de afectos entre los que suponemos que no tienen nada…

Nota:

En Al Poniente quisiéramos saber cómo ha sido la experiencia de las personas en este tiempo que llevamos confinados en nuestros hogares. Decidimos crear los Diarios de Cuarentena, con la intención de comunicar los sentimientos, sensaciones y experiencias vividas que sentimos en estos momentos insólitos para nuestra especie, a raíz del confinamiento.

Si quieres contarnos cómo ha sido tu experiencia en esta cuarentena, escríbenos tu testimonio al siguiente correo: [email protected]. Estaremos recopilando todos los relatos que nos lleguen. Les pedimos que nos dejen sus nombres, sus edades y el barrio en el que vive. Pero también, si desean, se puede publicar con un seudónimo o anónimamente.

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