«Me da la impresión de que el tiempo se mueve diferente adentro y afuera de la casa»: Diarios de Cuarentena

Eran como las 6 pm en Buenos Aires y en Medellín las 4pm, lo digo porque en el encierro mi cuerpo aún no se hace a la idea de que su horario cambió, entonces se la pasa viajando en el tiempo de un lugar a otro…

A veces me duermo a las 4 am y me despierto a la 1 pm, lo que me parece un horario más bien desorganizado, y me tranquiliza pensar que realmente me dormí a las 2am y me desperté a las 11am, porque tal vez mi reloj sigue configurado en Colombia….

En fin, a las 6 o 4pm de hoy hablé con mi papá, fue una conversación normal, como las de casi siempre, el día ya venía normal, como casi todos los demás, y quién sabe por qué o para qué,  pero después de esa conversación con Hugo (mi papá) mi ser se volvió un poco vaporoso… tirando a un gris de lluvia, y los días así a mí suelen gustarme, para quedarme en mi casa, sola, con la música muy fuerte para silenciarme a mí, dejar que el vapor se vuelva nube y está caiga como lluvia…

Hoy se me hizo más difícil.

La conversación con Hugo me recordó lo que se sentía tenerlo cerquita… y por dios como extraño ese aire que me daba, como anhelo tomarme un café con él y mostrarle algún video, alguna canción, ver como se emociona conmigo. Con este anhelo, con esta nostalgia se despierta el pesimismo que me habita, que ha estado bien alerta por estos días raros… pienso en la posibilidad de no volver a sentir su cercanía nunca más, de que ese lugar de mi existencia en el que me sentía tan feliz, en el que amaba tanto la vida, no pueda ser visitado otra vez. Me asusta un poco el recurso virtual, me congela, me envicia y me desconecta de lo que realmente es la vida, la que está acá, no esa vida “a través de las ventanas”

Jueves 23 de abril:

Parte I:

Hoy salí después de varios días de encierro… salí a comprar algo, cualquier cosa… y caminar se me hizo tan extraño, al principio tenía miedo, pequeño pero ruidoso, no sabía bien el camino pese haberlo recorrido un millón de veces cuando transitábamos las calles todo el día a todas horas. Me confundía la ruta y ver a la gente toda tan distante, toda tan de afán… parece que salimos ya con el tiempo limitado, con la meta clara: el mercado, la farmacia, el banco… ya no hay gente por ahí pasando el rato, tomando el sol, encontrándose, tocándose, sintiéndose…. Cada uno por su lado, a un metro y medio de distancia en las filas, para entrar, comprar, pagar, y volver…

Me da la impresión de que el tiempo se mueve diferente adentro y afuera de la casa, a velocidades distintas, con sonidos y colores abismalmente opuestos, y se encuentran en mi balcón, con lo limitado y a su vez infinito que me ofrece su vista, su calor, su intimidad, y esa posibilidad de salir y entrar en cuestión de segundos.

Hubo dos cosas de este pequeño paseo que me llamaron especialmente la atención, la primera fue el otoño, que ya había conocido por su sol y por su viento, y el color particular del cielo a las 6pm, que se convierte en oscuridad mucho más pronto que hace unos días.  Conocí el otoño entonces en las calles, y me enamoró a primera vista… es tan simple y tan amarillo, se siente tan tenue en la piel, como algo que no es muy muy ni tan tan, es preciso y nada más, el sol apenas se siente, no incomoda, no molesta… el viento sutil, no duele, no quema y los arboles todos amarillos deshojándose, desapegándose, mutando… las aceras con tapetes de hojas que pisamos con una naturalidad sonora, como parte del paisaje, como música de fondo.

Lo segundo que se me quedó en el álbum de recuerdos fue en la farmacia, comprando unos tapabocas o “Barbijos” como lo nombran acá… había un hombre de unos 70 años sentado con una larga lista de medicamentos que necesitaba comprar. Iba diciendo uno a uno y a cada pedido lo acompañaba de una historia o algún chiste… pareciera que ya estaba allí hacía un rato antes de que yo llegara, y cuando ya iba a irme alcancé a escuchar que le dijo a quien lo atendía: “Ya sé que llevo mucho tiempo acá, pero en realidad nunca en mi vida he tenido afán, y ahora que el tiempo está quieto, muchísimo menos”… me sonó y resonó esto en la cabeza porque al salir de la farmacia volví a sentirnos a todos caminando justamente con afán de un lugar a otro, con la meta clara y las filas largas, especialmente ahora que “el tiempo está quieto”.

-Carolina Vélez Rivas, soy de Medellín, allí viví toda mi vida, estaba viviendo en el barrio Santa María de los Ángeles.

Hace más de un mes vine a estudiar a Buenos Aires- Argentina

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