Algunas meditaciones sobre la guerra

A raíz de los últimos sucesos se confirma una vez más que el enfrentamiento y la contienda parecen estar en el seno de la humanidad.

Es cierto que ante esto lo primero que nos viene a la mente es la reciente invasión de la Federación de Rusia sobre Ucrania, no obstante, hay otros conflictos ya casi olvidados, aunque siguen su curso. Asimismo, las amenazas de China sobre Taiwán o de Corea del Norte sobre su vecino del sur.

Sin embargo, no debemos olvidar que los mismos mitos ancestrales ya nos hablaban que la formación del universo fue mediante la destrucción y el sacrificio. Los dioses luchan, a partir de lo cual crean el cosmos al derrotar al caos simbolizado con la serpiente primigenia. Lo civilizado como “prótesis” se impone por la violencia. Indra sobre el saurio. Gilgamés sobre el gigante. Odiseo sobre los Titanes. Como fuere, ya lo había señalado Friedrich Nietzsche, “la voluntad de poder” está ahí por doquier, tiñendo de sangre la tierra.

¿Cuál es el sentido de la guerra? ¿Por qué a pesar de vivir en un mundo que se precia de “civilizado” las disputas no se pueden dirimir a través del diálogo y del respeto? O ¿es justamente que la guerra existe porque existen las civilizaciones? ¿No será que el hombre aún necesita evolucionar dejando atrás su animalidad en función de encontrar una Supra-humanidad? Nietzsche escribió en el prólogo de su “Zaratustra”, quizás citando a Plotino, que “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el Superhombre, -una cuerda sobre el abismo-”. No deja de ser una visión muy romántica y positivista. Olvida que en el reino animal no existe la guerra. Estas, entonces, terminan siendo posibles por la evolución de la consciencia de las culturas y, junto con ello, por la evolución del yo, es decir, del egoísmo: no hay metafísica del poder sin el ego o sin un agente ambicioso que lo inflame.

Lo curioso es que la lógica de la conflagración se enraíza más y más a partir del progreso de la mente, y no al revés. Desde esta perspectiva un supuesto “Superhombre” sería más belicosos que un primate.

Las hostilidades tienen como característica básica que trascienden una oposición personal, ya que son las proyecciones de los intereses de un líder psicopático que, dentro de una estructura inventada por el establecimiento y la complejización de las sociedades tecnificadas contagia su odio y su sed de “aumentar su espacio vital” sobre lo colectivo, de modo tal que personas desconocidas que nada tienen en contra de otras y que eventualmente podrían haber sido amigas se convierten pues en objetivos a los que hay que eliminar. En esta dirección podemos también reflexionar que lo que un individuo no haría en lo particular, en el ámbito de lo propio, ahora, coaccionado por la fiebre de las masas adquiere la capacidad de perpetrar las peores barbaries.

Hay una película de ciencia ficción llamada “Enemigo mío” filmada en 1985 que nos hace pensar en este problema. La historia se desarrolla a finales del siglo XXI donde para variar hay una guerra interestelar ente los humanos y unos reptiles humanoides conocidos como Dracs. Cuando la nave del protagonista el piloto Willis Davidge E. (Dennis Quaid) cae averiada a un hostil planeta llamado Fyrine IV allí halla a un Dracs (Jerry) que también le había pasado lo mismo. Se encuentran ambos perdidos a merced de la soledad y el peligro. Descubren pues que deben enfrentar la calamidad juntos y es ahí que el contrincante se libra de los condicionamientos impuestos por la cultura, y el otro adquiere el estado original de un verdadero ser. En realidad, muestra que la guerra es algo más que una proyección del acometimiento del hombre, es una forma de posicionamiento agresivo característico del mundo tecnificado. En la narrativa bélica hay una evitación de la ontología emancipatoria de lo más profunda.

La obra de teatro escrita por Jean-Paul Sartre “Las manos sucias” justifica lo antedicho.  Cuando un militante es enviado para fusilar a un enemigo y este se dirige a cumplir su misión siente que “la orden había quedado atrás”. No había “obediencia debida” que valiera. Él era responsable de realizarla o no. Él era dueño de su decisión y, por supuesto, de su libertad más pura, más cercana a la esencia primera.

Lo que nos lleva a considerar que una cruzada sentenciada por pocos es llevada a cabo por los pueblos. Esto pone negro sobre blanco que las masas “civilizadas” ofician cual “demiurgo” a través de las ideas elaboradas por un dictador. Vale decir que si nadie cumpliera ese decreto dado en el ejercicio del derecho básico de pensar por sí mismo las guerras serían improcedentes. Adolf Hitler no hubiese sido quien fue ni hubiese hecho lo que hizo si el pueblo alemán y su ejército no hubiesen servido como el brazo ejecutor de las perversiones que se produjeron en su cabeza.

Es simple, pero ideal, tanto como lógico, que, por su misma idealidad acaba por ser fantástico. Pero también nos lleva a considerar que las matanzas requieren de una responsabilidad conjunta; además nos convoca a meditar que hay mucho que tenemos que aprender del reino animal, como pensar en una “ética de lo natural”, ética que debería ser llevada a lo contractual, que en vez de construir un “Leviatán” (como es el Estado), podamos encontrar los elementos necesarios para equilibrar la razón con la naturaleza. En definitiva, es una lectura más atenta de Thomas Hobbes y Baruj Spinoza a través de Jean-Jacques Rousseau.

Somos entes sociales, no podemos vivir en el aislamiento, tampoco sin utilizar la tecnología como medio de supervivencia, de la misma manera que por alguna oscura razón no podemos vivir por mucho tiempo en paz. Tendemos a la apropiación de lo abstracto. Algo pasa. Algo se pierde cuando la causa individual se transfiere a lo multitudinario. Algo nos separa de los otros, pero por otro lado ese “algo” nos hermana en la consecución de una meta común para matar a un “enemigo” anónimo porque nos han inculcado que debemos defender valores vagos, de aquellos que ha dibujado fronteras imaginarias bajo la lógica de “Nación”, “País”, “Estado”, “Soberanía” o “Propiedad”. En la guerra no hay demasiados inocentes. El asesinato está sobre la vida. En la guerra hay “irrazón técnica” antinatural. Es la causa de unos pocos construida bajo el apoyo y también bajo la sangre de muchos.

A estas alturas debemos pensar si el progreso es deseable o no. Ya que delante nuestro todavía hay un hoyo oscuro, misterioso e insondable, que tanto cuesta superar. Siempre que los vínculos se diriman desde la ideología técnica y desde la cerrazón instrumental y no desde la autenticidad que constituye la existencia como parte de un biosistema no tendremos paz.

Mientras tanto seguimos creyendo que lo superior es lo digital, despreciando la animalidad como lo malo, estimando que somos los amos del cosmos sostenido en las mentiras que inventaron los otros, obnubilando el entorno para no cavilar que, si no vislumbramos al otro como un congénere, como un ser necesario para la supervivencia del suelo, las larvas, esos entes viscosos y odiados como inferiores serán los únicos que nos sobrevivirán.

Sergio Fuster

Filósofo, Teólogo y ensayista.

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