Acción, reacción y caos

Dice la teoría del caos, que algunos sistemas complejos y sistemas dinámicos, son muy sensibles a las variaciones, y que, en caso de alguna intervención, se podría generar grandes diferencias en el comportamiento futuro de los mismos, lo que en algunos casos hace imposible determinar los patrones y por ende predecir resultados. Colombia es muestra de ello, y desde el 2012 vivimos un constante caos.

Este estado caótico empezó desde que Juan Manuel Santos impuso el acuerdo de La Habana, y que sumió al país en una grave crisis institucional, moral y financiera, ya que para ello usó al Congreso como una notaría, implementando un fast track que no aguanta una revisión constitucional seria, y vendiéndole a los colombianos y al mundo entero, la fachada de la paz, pero en el interior, el paquete contenía el desmonte de la política de seguridad, desmonte de las acciones contra el narcotráfico, la polarización del país, el excesivo e injustificado gasto público, el nacimiento de nuevas violencias, producto del aumento de los cultivos ilícitos, y una laxitud con los grupos terroristas.

Esta acción de Santos produjo como consecuencia el daño moral al país, ya que tergiversó la paz, dejando en el imaginario colectivo la creencia de que la lucha legítima del Estado contra los grupos terroristas y narcotraficantes es lo mismo que la “guerra”. A raíz de esto surgieron tres reacciones en cadena; la primera fue que el Estado equiparó al terrorismo como a un igual, y la segunda, es que puso en duda la legitimidad de las Fuerzas Armadas, causando, en un segmento de la sociedad, el repudio hacia los hombres y mujeres que portan con honor el uniforme de la patria, y la tercera, es que invitó a que muchas personas vieran con legitimidad el enfrentamiento contra las mismas instituciones encargadas de salvaguardar la vida y honra de los ciudadanos.

No por nada el país fue testigo del nacimiento de un grupo terrorista como la Primera Línea, y esto nos lleva a escenarios lamentables como el incidente con los estudiantes de la Universidad de Antioquia que dejó a Estefany muerta, y a sus tres compañeros, Santiago, Jeremy y Andrés, con graves e irreparables heridas.

En pocas palabras, la política de la “paz” de Santos, que fue cimentada en el odio y alimentada por polarización; dejó a la población fragmentada y a Colombia sin un proyecto de país claro. Nos dejó un completo caos que Iván Duque ha tratado de componer, pero como dice la propia teoría, una vez alterado un sistema, es casi imposible volver al punto cero de la ecuación, con el agravante de que el candidato perdedor en el 2018 prometió estar en la calle y no dejar gobernar, sumando así un ingrediente más a un escenario afectado por la pandemia, la inflación mundial y la guerra Rusia-Ucrania.

Ahora que estamos ad-portas de unas nuevas elecciones a la presidencia, debemos pensar en cuáles serán las consecuencias de nuestras acciones en las urnas, y sobre todo, cuál de ellas puede seguir alimentando el caos inicial o cual puede ir calmando una tormenta que desde hace 10 años no deja de amenazar con hundir al barco. Ya dos veces metimos las patas eligiendo a Santos, y hoy podemos elegir entre un candidato como Petro, quien recoge las banderas del propio santismo, además de las del del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla, o Rodolfo Hernández, quien promete una lucha frontal contra la corrupción y un Estado austero.

Petro se hace fuerte en el caos, y no porque imponga orden, sino porque es producto de este y solo sobrevive en él. Para superar el caos debemos agregar una variable diferente y que tal vez no estuviera en la ecuación inicial… debemos elegir una opción disruptiva, en este caso, ese sería Rodolfo Hernández, para ver si por fin superamos la incertidumbre que vivimos desde hace una década, y volvemos a poner un norte en nuestro andar.

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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