Conectados pero confundidos: el cansancio de una sociedad híper-informada

““Vivimos rodeados de noticias, conectados a cada segundo con el mundo, pero sin el tiempo —ni la pausa necesaria— para comprender lo que realmente significa todo lo que pasa. Saber mucho, sin entender nada, se ha vuelto la paradoja de nuestro tiempo”.


Desde mi última columna, he intentado procesar, con cierto esfuerzo y un poco de frustración, todo lo que ha ocurrido en nuestro entorno. La lista parece no tener fin: el ataque contra el candidato presidencial Miguel Uribe Turbay, la intensificación del conflicto armado en Colombia y en diversas regiones del mundo, las nuevas tensiones entre Irán e Israel, la polémica internacional derivada de la renuncia de Elon Musk al consejo consultivo del gobierno de los Estados Unidos, y una cascada incesante de titulares, opiniones, filtraciones y reacciones que nos asaltan sin pausa desde todas las direcciones. Todo esto ha acontecido en apenas unas semanas, y la sensación que deja no es de conocimiento, sino de agotamiento.

Vivimos en una época que se precia de estar hiperconectada e híper-informada. Nunca antes la humanidad había tenido acceso tan inmediato a tantos datos. Sin embargo, esta sobreabundancia informativa no se traduce en mayor comprensión, ni mucho menos en sabiduría. Nos enfrentamos, paradójicamente, a una forma de ignorancia nueva: la incapacidad de detenernos a pensar, de procesar lo que ocurre a nuestro alrededor con la pausa que exige el juicio crítico y la reflexión ética.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han ha llamado a nuestra época “la sociedad del cansancio” y también “la sociedad paliativa”, porque pretende evitar el dolor, el conflicto y la incomodidad del pensamiento profundo. En lugar de enfrentarnos al sufrimiento o al análisis incómodo, buscamos consuelo en distracciones rápidas, en dosis constantes de información que nos hacen sentir ocupados, pero no necesariamente comprometidos con la realidad. Como advierte Han: “La sociedad paliativa elimina todo lo que duele, todo lo que hiere. La sociedad actual aspira a una anestesia universal”. En este contexto, la sobreinformación se convierte en un analgésico más, que alivia momentáneamente la ansiedad del no saber, pero que a la vez impide el verdadero conocimiento.

¿Será entonces que estamos demasiado informados, pero no tenemos el tiempo —ni la voluntad— para pensar lo que sabemos? ¿Estamos consumiendo noticias como si fueran golosinas, rápidas y efímeras, sin detenernos a ver qué significan en el tejido más profundo de lo humano, lo político, lo ético?

Este fenómeno no es solo personal, sino estructural. Las plataformas digitales nos han acostumbrado a una lógica de inmediatez que deja poco espacio para la pausa reflexiva. Opinamos antes de pensar, reaccionamos antes de entender, compartimos antes de analizar. La velocidad con la que todo circula en redes sociales parece incompatible con los ritmos del pensamiento crítico.

Quizá por eso se hace cada vez más urgente recuperar espacios para la conversación pausada, para el estudio riguroso, para el análisis con tiempo. No se trata de rechazar la información ni de romantizar el silencio, sino de encontrar formas más humanas y sostenibles de estar informados. Porque de nada sirve estar al tanto de todo, si al final no entendemos nada.

La reflexión sobre la actualidad no puede reducirse a un resumen de eventos. Necesitamos otra forma de estar en el mundo: más atentos, más sensibles, más reflexivos. En medio del ruido, el pensamiento sigue siendo un acto de resistencia.

Carlos Andrés Gómez García

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