Cómo el colectivismo traicionó la libertad individual

Vivimos tiempos en los que cualquier disenso se convierte en motivo de escarnio público. En la era del progresismo radical, la corrección política ha dejado de ser una forma de respeto para convertirse en una herramienta de control. Se impone un nuevo lenguaje, una nueva moral, y cualquiera que no acate ese catecismo, ya sea por desconocimiento, convicción o simple desconcierto, es etiquetado, señalado y, muchas veces, cancelado.

Este fenómeno responde a una lógica perversa: luchas que nacieron para defender la libertad individual han sido absorbidas por una agenda colectivista que premia la identidad de grupo por encima del mérito, la razón y la libertad. Lo más grave es que esta apropiación no solo ha distorsionado el sentido original de dichas causas, sino que ha dado combustible a su contraparte reaccionaria: una derecha retrógrada que utiliza los excesos del progresismo para desacreditar la inclusión y las libertades individuales.

El feminismo, por ejemplo, nació como una lucha legítima por la igualdad ante la ley. Las mujeres del siglo XIX y principios del XX pelearon, muchas veces arriesgando la vida, por derechos fundamentales como el voto, la propiedad o el acceso a la educación. En naciones como Reino Unido, el movimiento sufragista logró su cometido en 1928, cuando las mujeres obtuvieron el derecho al voto en igualdad de condiciones que los hombres. Eran feministas liberales que no pedían privilegios, solo igualdad ante la ley.

Hoy, una parte importante del feminismo ha abandonado esa base. Muchas de sus exponentes actuales ya no luchan por libertad, sino por beneficios exclusivos: cuotas, subsidios y un Estado que reemplace al “patriarca”. Pero el Estado es, en realidad, el patriarca más autoritario de todos: controla, impone y castiga a quien no se ajusta a su visión del mundo. Mientras las feministas liberales defendían la autonomía individual, muchas hoy repiten discursos asistencialistas.

Y si hay un ejemplo donde los extremos se tocan, es en el de la libertad sexual y el derecho a capitalizar con el propio cuerpo. Tanto las conservadoras más recalcitrantes como las socialistas más radicales coinciden en su impulso por decidir por otras mujeres. Ambas quieren imponer su moral y coaccionar a través del aparato estatal. Gritan “mi cuerpo, mi decisión” cuando se trata del aborto, pero cuando una mujer decide ejercer la prostitución o vender contenido íntimo de manera voluntaria, entonces lo llaman patriarcado, explotación o cosificación. Ese doble discurso no protege a nadie, solo empuja a miles de mujeres a la clandestinidad, donde corren más riesgos. Si de verdad se busca protegerlas, lo lógico sería legalizar y regular esas actividades, no negar su existencia.

Un caso poco mencionado es el de Margaret Thatcher. Aunque nunca se asumió como feminista, hizo más por la libertad de las mujeres que muchas de sus supuestas defensoras actuales. Durante su gobierno se despenalizó el aborto en el Reino Unido y se promovieron políticas económicas que permitieron la independencia financiera de miles de mujeres. No construyó su legado desde la victimización, sino desde la responsabilidad individual y la libertad. La izquierda, por supuesto, no la reconoce como referente, porque no encaja en su relato colectivista.

Lo mismo ocurre con la lucha LGBTIQ+. En sus orígenes, el activismo gay pedía no ser perseguido, no ser discriminado, tener derecho a amar y a vivir sin miedo. Los disturbios de Stonewall en 1969 fueron un hito, pero incluso antes, en países supuestamente desarrollados, la homosexualidad era castigada. Alan Turing, el genio que ayudó a descifrar el código Enigma y derrotar al nazismo, fue condenado por su orientación sexual y obligado a someterse a una castración química. Poco después se quitó la vida.

Paradójicamente, fue en gobiernos considerados conservadores, como el de Thatcher, donde se despenalizó la homosexualidad en Reino Unido. Sin embargo, hoy muchas personas LGBTIQ+ asumen que hablar de libertades individuales es “de derecha” o “reaccionario”, sin saber que los derechos que hoy disfrutan fueron ganados desde una visión liberal clásica: la que defiende que cada persona pueda vivir como quiera, mientras no dañe a otros.

El problema comienza cuando una causa por la inclusión se convierte en una imposición. Hoy se exige el uso obligatorio de pronombres, se impone un lenguaje artificial como si el respeto pudiera decretarse por ley. Quien no se adapta o se confunde es acusado de transfobia o intolerancia. Pero no todos lo hacen con mala intención. Hay personas mayores, o simplemente ajenas a estos cambios, que no entienden estas nuevas reglas. En lugar de construir puentes, el progresismo radical prefiere cancelar.

George Orwell lo anticipó en 1984: “quien controla el lenguaje, controla la narrativa”. El Ministerio de la Verdad que describe su novela ya no parece ficción. Hoy existen verdaderas patrullas ideológicas en redes sociales, vigilando, censurando y castigando a quienes no repiten las consignas del día. Este ambiente inquisitorial no ha favorecido a la inclusión; al contrario, ha servido como excusa para que desde la derecha más autoritaria se promuevan nuevas censuras, prohibiciones y nostalgias peligrosas por el “orden” y la “moral tradicional”.

También el ecologismo ha sido secuestrado. Una causa tan vital como la protección del medio ambiente ha sido apropiada por figuras como Greta Thunberg, que repite discursos alarmistas que piden más control estatal, más prohibiciones y más cuotas. Ya no se habla de innovación ni de libertad energética, sino de regulaciones que benefician a grandes intereses mientras castigan al ciudadano común.

Entretanto, inventos como los del peruano Hernán Asto, quien desarrolló un sistema para generar electricidad a partir de plantas y fotosíntesis, o tecnologías que convierten residuos orgánicos en materiales más resistentes que el cemento, pasan desapercibidos. Porque eso no genera likes ni sirve a los gobiernos para justificar más poder. El ecologismo que necesitamos no es uno que aumente el control estatal, sino uno que impulse soluciones descentralizadas y creativas desde la libertad.

La batalla que hoy enfrentamos no es una revolución, es una batalla de ideas. Y los liberales y los libertarios somos quienes realmente creemos en un mundo plural, donde el respeto entre personas distintas no necesita imponerse con censura ni coerción. Porque en libertad uno puede ser lo que desee: feminista, conservador, socialista, religioso, ateo o incluso nazi. Lo único que no se puede ser en libertad es autoritario.

Por eso urge volver a las ideas de la libertad. No solo porque son más justas, sino porque son las únicas que permiten la convivencia pacífica entre personas diferentes. No queremos un mundo de clones ideológicos, sino uno en el que todos podamos ser auténticos, sin miedo a ser castigados por no repetir el guion oficial.

Acércate a las ideas de la libertad. Es muy probable que ya pienses como liberal… solo que aún no lo sabes.


La versión original de esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Majo Salinas

María José “Majo” Salinas es una mujer emprendedora y multifacética, que ha destacado en diversos campos gracias a su gran capacidad de adaptación y a su incansable espíritu de lucha. Licenciada en Comunicación, Majo ha sabido combinar su pasión por la creatividad y la innovación, con su compromiso por difundir las ideas de la libertad. Especialista en marketing digital y asesora patrimonial, ha ayudado a numerosos emprendedores y empresas a crecer y prosperar en un entorno cada vez más competitivo. Además, es colaboradora activa de distintas organizaciones liberales-libertarias como Liberales Disidentes y México Libertario. Es Líder de LOLA Capítulo Guanajuato, donde ha resaltado por su compromiso y su capacidad para liderar e incentivar a los demás.

Pero, sin duda, uno de sus mayores logros ha sido fundar y dirigir FEMINISMO ORIGINAL, un movimiento que busca recuperar la esencia del feminismo, alejándose de las corrientes más radicales y promoviendo la igualdad de oportunidades y el empoderamiento de las mujeres desde una perspectiva libre y responsable. Con su ejemplo de perseverancia, dedicación y pasión por lo que hace, Majo Salinas se ha convertido en un referente de lucha para todos aquellos que buscan hacer de su vida algo más que una mera rutina y defienden sus ideales con todas sus fuerzas.

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