“Frases como “sólo se vive una vez en la vida”, reflejan la tendencia que tenemos hoy de privilegiar primero el yo: los gustos, deseos, sueños; y que se ven truncados si hay personas que dependen de nosotros”.
Esta semana, en una conversación, escuchaba varios puntos de vista sobre la conveniencia de tener hijos o casarse, una de las personas decía que viendo como está el mundo ahora hubiera preferido no tener hijos y que les aconseja a sus hijos que no los tengan, su razón primordial es el costo de vida y con ello la dificultad para darle a los hijos el mejor entorno para crecer.
Sobre el matrimonio, otra persona dijo que le habían recomendado no casarse en etapa de enamoramiento, seguramente, siguiendo el consejo del exsacerdote Alberto Linero que publicó un libro de similar nombre (Si estás enamorado, no te cases). El racionamiento principal de esa afirmación se basa en que, en la etapa de enamoramiento, que puede durar alrededor de 5 años, (no es una fórmula exacta) idealizamos a la pareja como si fuera perfecta o como si el mundo siempre fuera color rosa y eso sólo ocurre en las fantasías.
Siguiendo con el planteamiento de Linero, después de la etapa de enamoramiento es que empezamos a ver de manera más objetiva a la otra persona con sus virtudes y defectos y si realmente nos podemos acoplar y desarrollar unas vidas y proyectos en común. Y es algo que tiene sentido; sin embargo, este planteamiento no es infalible; conozco parejas que se casaron a los pocos meses de conocerse y siguen con sus matrimonios, así como otros que se tomaron su tiempo para casarse y a los años se divorciaron. Tal vez, lo más importante es que haya voluntad de parte y parte para estar juntos, es decir, que tengan como prioridad la familia que decidieron conformar.
María Clara Villegas en su libro La gente feliz es más exitosa, relata lo que para ella ha sido una de las claves para vivir feliz. Se resume en el balance en el tiempo; por ejemplo, dedicar un 25% a las relaciones laborales, otro 25% a las relaciones con familiares o amigos, otro 25% a la familia primaria y otro 25% a la pareja, esto último es supremamente importante porque es esa disciplina lo que permite seguir cultivando y blindando el amor.
Frente a la responsabilidad que implica traer hijos al mundo, es cierto que el costo de vida de hoy y la priorización de las libertades individuales hace que menos personas decidan tenerlos. Frases como “sólo se vive una vez en la vida”, reflejan la tendencia que tenemos de privilegiar el yo: nuestros gustos, deseos, sueños; y que se ven truncados si hay personas que dependen de nosotros.
Pero para los que descubrimos la vocación paternal es un sacrificio que vale la pena.
De algo de lo que me he dado cuenta de mi experiencia como papá e hijo, es que lo que más agradecen los hijos de sus padres es el tiempo dedicado: jugar, pasear, ver películas, acompañarlos en sus tareas. No lo material, que, por supuesto es importante, pero no lo esencial en esa etapa de formación.
Los hijos son una oportunidad que tenemos como papás de trabajar en nuestra mejor versión. Un niño aprende del ejemplo, de las acciones, no de las palabras. Si queremos hacer el mejor trabajo posible, nos estamos obligando a ser mejores cada día para que esa persona que está en formación vea el mejor referente posible; y a la vez, es una obligación nuestra con la sociedad de educar de la mejor manera a una persona que en un futuro pueda contribuir de manera positiva.
Entendiendo eso y con las enseñanzas de la última gran pandemia de la humanidad, es que muchas empresas han adoptado métodos de trabajo en casa para que los papás puedan pasar el mayor tiempo posible con sus hijos, que, reitero, es el mejor regalo.
El amor que se siente hacia los hijos, al menos en mi caso, es único, no tiene precio y nos ayuda a ser mejores.
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