“Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.”
-Miguel Hernández-
Colombia alcanza en el mundo una de las cifras más altas en desaparición forzada con 121.000 personas, más de 8 millones de desplazados, de acuerdo con el Registro Único de Víctimas nacional la cifra exacta es de 8´630.545 personas desplazadas forzosamente en el país para el 31 de marzo de 2024, superando los casos de “falsos positivos” que corresponde a una cifra de 6.402 víctimas declaradas, un fenómeno como resultado de décadas de conflicto armado interno y violencia que ha afectado dramáticamente y de manera mayoritaria a las poblaciones rurales y fronterizas del país.
De tal manera, la guerra interna en Colombia, de más de 60 años dejó una estela de muerte que aún hoy con todas las entidades que se crearon para desentrañar la verdad, no se ha logrado dimensionar sus alcances reales. La investigación es precaria con el agravante que además preocupa y es que lo poco que ha salido a la luz pública es rechazado por un sector mediatícamente influyente que insiste en tratar de ocultar la verdad, afectando la memoria histórica, los procesos humanos de duelo, perdón y olvido para avanzar, para pasar página como persona, como región, como país.
En suma, una ideología de derecha acompañada por la subordinación de los medios del poder económico, ha vendido la narrativa de que no es cierto lo que pasó, han disfrazado o quieren disfrazar la realidad, señalando que son relatos creados por defensores de derechos humanos, izquierdistas, guerrilleros, o cualquier otra acepción despectiva para referirse a quienes intentan sumarse a la voz de las víctimas, muchas de las que son madres, “las cuchas”; se trata aparentemente de una construcción de contra respuesta para quitarle peso a una verdad contundente, innegable presente en la tierra, los ríos, y las fosas comunes que empiezan a “hablar”, como en La Escombrera de Medellín.
En realidad, esos restos óseos o lo queda de ellos no son narrativas; los muertos, nuestros muertos, están allí, esperan que el tiempo se desgrane contra el olvido y se les dé su lugar, y que las lágrimas contenidas por décadas, permitan el descanso en paz de las personas asesinadas, que la verdad revelada actúe como proceso sanador para las cuchas y para una sociedad entera.
Sí en cambio, esta narrativa de la derecha que, con la promoción del turismo y fiestas (como en la comuna 13), con dispositivos mediáticos de toda índole, sobre todo repitiéndose en las redes sociales, propenden la colonización de la mentalidad de buena parte de la población e intentan hacer que las verdades para las víctimas se queden en sucesos, acontecimientos pasados sin consecuencias ni responsables, o en simples falacias. Todo ello está ocurriendo en un país que se ufana de tener la “democracia” más vieja de América Latina, el país que no ha tenido dictadura pero que sí ha padecido una guerra que parece no tener fin, a pesar de los procesos de paz firmados.
No obstante, frente a estos relatos de olvido y contra la memoria, se levanta en Colombia un gran movimiento artístico a través del grafiti, haciendo que los muros hablen, enmarcando en esa expresión coloquial que Las Cuchas tiene la razón, la verdad de las madres que señalaron insistentemente la desaparición y sepultura de sus hijos con toneladas de tierra en la Comuna 13.
Las Cuchas tienen la razón, son también las madres y abuelas de La Candelaria, aquellas que siguen reuniéndose periódicamente en las plazas públicas para decir acá estamos y estaremos hasta encontrar a nuestros hijos y seres amados, aquellas que con décadas de búsqueda en sus cuerpos y gargantas persisten firmes por la verdad.
También Las Cuchas tienen la razón denuncia los falsos positivos, las mujeres y madres de Soacha, cuyos únicos objetivos son la verdad de lo que les pasó y realizar el duelo; llorar a sus muertos, saber que son ellos, reconocerlos, que la evidencia de esos huesos cierra un capítulo de dolor e incertidumbre en sus vidas porque estos les pertenecen.
Además, Las Cuchas tienen la razón en los Montes de María, en la masacre de El Salado, que quieren saber que sucedió con las personas que se llevaron los jinetes de la muerte, quieren reparación más allá de las cosas materiales, que se les digan por qué sus vidas quedaron vacías y silenciadas por los fusiles.
Una vez más, Las Cuchas tienen la razón en el corregimiento de El Aro, en el municipio de Ituango, que vieron con sus propios ojos el carnaval de muerte de varios días, jugando con los cuerpos asesinados de sus familiares, como ritual satánico de terror y espanto.
Finalmente, Las Cuchas tienen la razón, son todas estas mujeres guerreras que, a pesar de haber perdido a sus hijos, esposos, familiares siguen luchando por la verdad, por la memoria, son miles de Cuchas que tienen la razón a lo ancho y largo del país, Cuchas a quienes el clamor por la verdad, la justicia y la dignidad no les permite la complicidad del silencio.
La tierra está hablando, la tierra está pariendo la verdad, aquella verdad donde Las Cuchas tenían la razón, la verdad del amor, de la lucha y la resistencia.
Se nota un poquitico el sesgo politico. Pq las cuchas de los que mato, secuestro,desaparecio, recluto forzadamente,violo o desterro la guerrilla no las nombran
son todos los actores políticos responsables, con diferentes grados de responsabilidad.