Un relato más sobre la nostalgia

la nostalgia también puede ser ficción. Es un sentimiento que no solo transita las temporalidades, sino que, adicionalmente, es una expresión que se percibe a través de los sentidos: del cuerpo que transmite los recuerdos.


Señor, señor, está ahí… ¿qué es lo que está hablando? Escúcheme lo que le estoy diciendo. Deje de hablar huevonadas…

Interrumpo sus palabras para hablarle sobre la nostalgia. Este es un sentimiento del presente que se imagina sin las voces de los otros. Su sensación se basa en la melancolía del pasado. La nostalgia es irónica, ya que abraza un recuerdo –o varios– que se percibe como bueno, significativo, hermoso. Es eso lo que intento captar en mi vida por estos días, afirmo a mi compañero en la caminata.

Una moto cruza con prisa por la carrera trece. Así mismo, los ladridos de un perro, junto con sus ecos, se escuchan resonar.

Desaparece el ruido de la moto y del perro. Sigo debatiendo con él. Le pregunto que si la nostalgia es un sentimiento que se puede medir a través del tiempo. En qué momento el recuerdo de algo empieza a asociarse con la nostalgia. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para llegar a serlo? Una hora, un minuto, dos segundos, cuatro años, media vida… Por más que lo intento no he podido lograr hallar la fórmula. Si es que existe.

– Silencio total entre ambos.

Ahora, estoy atrapado entre las calles, las callejuelas y las sombras de un sábado que creía iba a darme certezas entre muchas preguntas. Nunca es de esta manera. No entiendo por qué siempre caigo en la trampa.

– Escucho de nuevo su voz “Señor, señor, sigue ahí…”.

No digo nada. Se acerca un gato. Este no tiene una apariencia tan mística como los míos. Mientras camino a mi casa recuerdo un fragmento de un texto que escribí hace un par de años a una exnovia “…comprarle flores amarillas a su tristeza y coquetearle a su espumoso orgullo”. Aquello que escribí no era tan bueno, y tampoco iba a arreglar las cosas en ese momento. Mucho menos remediaría mi culpa. Los corazones que dañamos nunca vuelven a repararse. Ni si quiera una bella melodía logra arreglar un verso que hemos arruinado. Cuando escribí eso ella estaba en todo: desde que despertaba hasta que dormía, en el sol de la mañana, en el azul de la tarde, en los charcos, en el verde de las plantas. El gato vuelve a frotarse entre mis piernas. Acaricio su cabeza, lo aparto y sigo.

Vuelve su voz para decirme “Responda. ¿Está bien? Páseme su maleta, su billetera y su celular. ¡No me joda!”.

Dejo en sus manos lo que me pide. Menos el celular.

Silencio total. Pienso en los fragmentos de mi vida que se encuentran en ese aparato. Una fotografía de un viejo amor. Un viaje con mis papás. El último mensaje de mi abuela. Una foto de mi perro. Cientos de fotos de mis gatos. Las fotos con mis amigos. Siempre me he considerado un hombre con buena memoria, sin embargo, si empiezo a perderla ¿cómo voy volver a recordar? ¡Me aferro al aparatejo!

Me niego a olvidar. Me acerco a un OXXO. Pido dos botellas de agua, saco un billete del bolsillo derecho de mi chaqueta y pago. Le doy una de las botellas al hombre que me acompaña. Me mira con rabia. Ese billete pudo habérselo llevado. Sin embargo, no le importa, y la recibe. ¿Aquel hombre estará experimentando la nostalgia futura? Este sentimiento habla también sobre la imaginación. Aquello que pudo ser… a partir de un suceso del pasado. Un deseo que no se materializó. Se mezclan los tiempos. Miro aquel hombre con algo de pesar, por el sentimiento que experimentará.

Hay impaciencia en sus expresiones. Arroja la botella a una caneca. Abre sus ojos, de monstruo ansioso, y desenfunda, como si de un machete se tratara, una pala del tamaño de un brazo de un niño de cinco años. Retrocede y grita: “¡Socio, deme el celular y todos los billetes que tenga en sus bolsillos!”

Lo miro con desdén. O eso piensa él. Tengo un poco de miedo, sin embargo, no se lo demuestro y sigo con mi camino. Es una sensación familiar, le digo al señor de la pala, ya que de niño creía que las personas que hacían una labor importante –beneficiosa– en este mundo no iban a morir nunca. Mi mamá fue franca conmigo al decirme que eso no sucedería. No obstante, esa sensación asociada con la muerte me persigue hasta el día de hoy. Le aclaro, apresurando el paso, que no se encuentra siempre presente en mi vida. Pero que sí suele asomarse por momentos. Así que, a pesar del miedo, me es indiferente su pala de brazo de niño –le digo mirándolo de reojo–.

Ya estamos cerca a mi casa. Le invento una historia tan reforzada que ni yo mismo me la creo. Él menos. Así que es mejor ni contarla. En ese momento reflexiono en voz alta, mientras el hombre aprieta la pala, asegurando que la nostalgia también puede ser ficción. Es un sentimiento que no solo transita las temporalidades, sino que, adicionalmente, se percibe a través de los sentidos: del cuerpo que transmite los recuerdos, que los expresa. ¡Es tan maravilloso y aterrador este sentimiento! Todo pasado fue mejor o pudo ser peor… un rotundo silencio entre ambos. Presiento que él entiende el punto al que quiero llegar. Eso creo.

– Arroja con violencia la maleta y la billetera. Camina rápidamente haciendo ademanes de resignación con la pala. Escucho cómo se marchan algunas de sus palabras: “Hijueputa loco…”.

Me he salvado de morir, pienso. La próxima no tendré tanta suerte. Era la segunda vez que reflexionaba sobre este sentimiento en una situación similar.

Daniel Ricardo Riaño García

Estudios Culturales | Psicología Jurídica | Derecho |

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