Exaltación de ánimos

 Inaceptable resulta que el gobierno del cambio apueste por la imposición de las políticas sociales desde la violencia, cohoneste con la beligerancia como medio de expresión. La protesta social nuevamente se toma las calles y se instituye como mecanismo para violar los derechos de los demás y operar desde la base del miedo.¡Se les dijo, se les advirtió y no hicieron caso! Idea de gobierno que se gestó desde la izquierda es incapaz de llevar a la práctica las doctrinas populistas que activistas ideológicos promulgaron, por años, sin capacidad técnica. Las consecuencias de apoyar un cambio, sin importar el costo, delinea que no solo las clases populares pagarán aquello que implica lo que ya se vive, o está por venir, sino todos los colombianos. Tensiones que enfrentan al pueblo con el pueblo no pueden desdibujar los hechos de suma gravedad que se tejen en el sur del país y se quieren trasladar a la toma que proyectan para Bogotá. La violencia como arma política hace parte del paisaje que la paz total no significa impunidad, beneficios que ahora se ofrecen a los “gestores de paz” excita la confrontación y arrodilla a la justicia frente a los narcoterroristas, los criminales, los corruptos, las mingas indígenas, las milicias urbanas “primeras líneas”, los colectivos estudiantiles, las fuerzas sindicales y las asociaciones campesinas.

Sin el ánimo de estigmatizar, llama la atención cómo el gobierno del cambio recurre al fuego amigo para intentar visibilizar un respaldo, inexistente, a las políticas que promueve y muy distantes están de lo que germinó desde la manifestación popular de algunos sectores sociales. Agresiones y bloqueos atizan las diferencias de un país polarizado, Colombia se enfrasca en la insensatez del ente gubernamental y la sordidez de una corriente política que busca minimizar la latente crisis económica, los índices de desempleo, la desatención estatal, la violencia, la inseguridad y demás acontecimientos que se constituyen en una bomba de tiempo a punto de estallar. Anuencia de Gustavo Francisco Petro Urrego, y su equipo de gobierno, con el caos hace gala de la incapacidad gestora para atender las necesidades de la población. Llamado a cuatro horas de cólera en las calles poco y nada repercuten sobre los problemas de fondo que tanto aquejan al colectivo social colombiano.

Polarización, conflicto y enfrentamiento, que hacen parte del ADN de la sociedad colombiana, se avivan con la convocatoria a la protesta, el llamado a marchar como argumento para ejercer una fuerza de presión sobre el legislativo. La movilización, que utiliza como pretexto el inconformismo, solo busca distraer y pasar a un segundo plano la torpeza administrativa, jurídica y social del gobierno, cóctel inédito de hechos que conlleva a que se tomen las vías de hecho y se planteen serios cuestionamientos sobre el “statu quo” del estamento gubernamental. La apuesta de cambio, propuesta por la izquierda, si quiere lograr trascendencia deberá superar los elementos desestabilizadores y vandálicos que la han caracterizado. El reproche ciudadano requiere de inteligencia política y social, músculo de acción propositiva que lo lleven de la arenga a la acción legislativa.

Alzheimer histórico, que caracteriza a la población nacional, sirve de estandarte a proyectos políticos de caudillos, mesías populistas, que hacen estupendo uso de los micrófonos, y los escenarios sociales digitales, para adoctrinar, incautos que van a la calle sin saber por qué. No hay peor ciego que el que no quiere ver, adagio popular que se adapta perfectamente a la desconexión de su presidente con lo que a diario se ve en las calles de cada una de las poblaciones colombianas. Los intereses particulares y comunes son incapaces de reconocer el escenario de un país en crisis y las multimillonarias pérdidas que dejan las marchas y los paros de la protesta social. Los perjuicios económicos se trasladan al bolsillo de todos los colombianos y acrecientan no solo las diferencias sociales, sino que profundizan la violencia, entre unos y otros, en las zonas urbanas y rurales.

Peligroso es ese discurso que expresa lo que la gente quiere oír y no lo que necesita saber, artilugio de la palabra de taumaturgos de feudo electoral, como Gustavo Francisco Petro Urrego, que lejos está de la garantía de los derechos y disfrazado de imparcial, sin criterio, impone a dedo la política de los favores. Ejercer el derecho a la protesta es totalmente válido, pero respetar el derecho al discernimiento también lo es. Se debe pasar la página y salir de ese ni por el más, ni por el menos… ¿Por qué protestamos? ¡No sabemos! Paso de la protesta a la violencia social llama a cuestionar la facilidad con que el llamado a la rebeldía, antes que dar mayor poder al pueblo, evidencia el apetito de poder que busca saciarse a cualquier costo. Silogismo, al margen de la ley, que requiere de una capucha, las armas y andar en grupo para intimidar desde la protesta a aquellos que no comulgan con su propuesta en las urnas.

Se habla de perdón social, distribución equitativa de los recursos, lucha contra la corrupción, temas sensibles en los estratos medios y bajos de la población, pero se actúa en diametral oposición. El momento por el que atraviesa Colombia no admite la indiferencia, este es el instante de la unión para incitar una metamorfosis política que no lleve a la gente a caminar miles de kilómetros para escapar de la miseria y la represión de las libertades. Peligroso entorno que se delinea, en la espiral del poder, dice que o se abren los ojos o la nación se hunde con la estúpida insensatez. Estulto resulta creer que, ensuciando la dignidad de hombres que dan la vida en defensa de los colombianos, de todas las ideologías, para asegurar su libre derecho a pensar, y decir lo que quieran, se superará el hambre, la muerte y la envidia que sustenta la política socialista que, desde el sofisma de la igualdad, trae menos oportunidades y un futuro oscuro. Diversas conjeturas que se tejen entorno a la corriente ideológica de la izquierda están más que cimentadas en la compleja situación social que atraviesa Latinoamérica y ya se materializan en la nación.

Agitación social, basada en discursos incendiarios de caudillos, solo desborda la tranquilidad y aviva los odios y rencillas diseminando un ambiente hostil al límite de los derechos constitucionales. Clamor del colectivo nacional pide estructurar una reconstrucción del núcleo social colombiano alejado de la tensión y la división que ha estado presente en los últimos años. El llamado responsable es a que todos se unan a la causa de trabajar para salir de la inviabilidad y la intolerancia, se debe dejar el pretexto de protestar, por el simple hecho de manifestarse, para poner los pies en la tierra y sin radicalismos reconstruir la institucionalidad y el estamento de una sociedad democrática como es Colombia. La oscura insensatez no puede facilitar el llevar la ignorancia a la calle, propiciar el andar detrás de un mesías mitómano que los obliga a cambiar de creencia cada semana para reinar en el mar de la confusión y conseguir así su nefasto propósito.

Podredumbre y hedor que se percibe, en el sórdido proceder de la izquierda, siembra un profundo interrogante sobre el axiomático propósito de llevar nuevamente a las calles el inconformismo ciudadano. Actitud desafiante del gobierno abusa y presiona, más allá del límite, la paciencia de un pueblo que se cansó de la ceguera de la clase política que sucumbe en la corrupción y el derroche. Valores y principios invertidos, con verdades a medias, que enaltecen a excombatientes como guía de paz y la moral no puede hacer creer que un amplio sector de la población colombiana es intolerante, guerrerista y sembradora de odio. Polarización que aflora en el ambiente social impide que los colombianos sean mejores seres humanos, personas más empáticas, solidarias, generosas y trabajadoras con dedicación para hacer de Colombia un mejor país para las futuras generaciones. Flaco favor se hace a la democracia, la economía y la recuperación del país atenuando el comportamiento revoltoso de quienes de cara al país dicen una cosa y luego hacen todo lo contrario.

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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