“La población puede continuar creciendo durante muchos miles de siglos y la tierra seguirá siendo suficiente para asegurar la subsistencia de sus habitantes” (William Godwin).
Desde que el Club de Roma encomendara al MIT el famoso informe, publicado en 1972 con el perentorio titulo de Los límites del crecimiento, las ideas sombrías de un colapso planetario de la población y la producción se han instalado en la mente de millones de personas, condicionando fuertemente sus elecciones políticas, aunque sin modificar ostensiblemente sus patrones de consumo conspicuo.
Todo el tiempo están apareciendo libros y documentales advirtiéndonos de la catástrofe ambiental que nos espera a la vuelta de la esquina. Esos libros no son más que anecdotarios, más o menos coloridos, construidos alrededor de la trivial frasecilla, dicha por alguien allá en los años setenta, que resume el saber de la inmensa mayoría de los ambientalistas: un crecimiento infinito no es posible en un planeta finito, o algo así.
La he visto atribuida a Nicholas Georgescu-Reogen; el marxista Serge Latouche se la atribuye a sí mismo. Yo la leí en un libro de título encantador, Lo pequeño es hermoso, del economista alemán Ernst Friedrich Schumacher, quien la expresa de la siguiente manera:
“Una pequeña minoría de economistas ha comenzado a preguntarse hasta dónde puede llegar el crecimiento, dado que el crecimiento infinito dentro de un medio ambiente finito es obviamente imposible. Pero aún ellos no pueden alejarse del concepto puramente cuantitativo de crecimiento. En lugar de insistir en la primacía de las distinciones cualitativas, simplemente sustituyen no-crecimiento por crecimiento, o lo que es lo mismo, un vacío por otro”[1].
Schumacher era un buen economista y un hombre bien intencionado. Huyendo del nazismo llegó al Reino Unido donde fue protegido por Keynes. En la posguerra, participó como asesor económico en la reconstrucción de Alemania. Más tarde, regresó al Reino Unido donde se desempeñó, entre 1950 y 1970, como asesor económico principal de la National Coal Board, empresa estatal a cargo de la minería del carbón. Desde ese importante puesto defendió el carbón como energético principal de la economía británica para evitar la dependencia del petróleo que consideraba riesgosa por factores geopolíticos.
En varias oportunidades viajó a Birmania como consultor y quedó fascinado con la austeridad de la gente, la amigabilidad ambiental de las técnicas productivas y la valoración del trabajo por la misma actividad más que por sus resultados, elementos característicos de lo que en su libro llama la economía budista.
En efecto, Small is Beautifull, es una defensa un tanto ingenua de esas cosas con las que, en principio, casi nadie está en desacuerdo – consumo austero, tecnología amigable y trabajo creativo – por la sencilla razón de que significan algo distinto para cada cual. Acuerdos sobre el contenido específico de cada una de esas categorías y sobre su implantación pueden resultar perfectamente viables en pequeñas comunidades, basadas en el conocimiento y la confianza mutua de sus integrantes. Cuando se plantea la cuestión a nivel de un país o de todo el planeta emergen obstáculos que parecen insalvables si ello quiere hacerse sin acabar con la libertad. Escribe Schumacher:
“¿Cuál, entonces, podría ser el significado de un plan nacional en una sociedad libre? No puede significar la concentración de todo el poder en un punto, porque ello implicaría el fin de la libertad: la planeación genuina va acompañada de poder”[2]
La cuarta parte del libro, titulada Organización y propiedad, Schumacher la dedica a la cuadratura del círculo de cómo hacer que la humanidad abandone la codicia, la envidia, la búsqueda del lujo, la obsesión por el beneficio y otras perversiones; para adoptar, en su lugar, los valores de la economía budista, sin acabar con la libertad.
Como buen keynesiano que era, Schumacher imaginó un capitalismo fuertemente intervenido y regulado por organizaciones multilaterales cada vez más poderosas y, cómo no, con una tributación progresiva para reducir la desigualdad.
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La supuesta finitud de los recursos está condicionada por el estado de la ciencia y la tecnología que determinan la capacidad del hombre para usarlos de manera eficiente. Ya en la edad de piedra, por ejemplo, han debido alcanzarse los límites demográficos que, sin aparición de la agricultura, habrían llevado la humanidad al colapso. De las tribus de cazadores y recolectores anteriores a la invención de la agricultura sabemos, por Marshall Sahlins[3], quien ha hecho la mejor apología de la economía paleolítica, que no trabajaban mucho, 4 ó 5 horas diarias, pero que requerían para su subsistencia un espacio vital considerable: entre 8 km² y 30 km² por persona. De acuerdo con eso se ha estimado que en ese entonces el mundo no podía alimentar a más de 15 millones de esos depredadores humanos. Pero el hombre paleolítico no debe haber pensado mucho en ese asunto ocupado como estaba en combatir con el mamut.
La idea de que el tamaño de la población es demasiado grande para la capacidad la de carga del planeta aparece con gran fuerza en el mundo antiguo, hasta el punto en que se atribuye al exceso de población haber sido la causa eficiente de la Guerra de Troya. Esto lo sabemos por Eurípides, no por Homero.
De acuerdo con la Ilíada, la perdición de Troya empezó el funesto día en que Paris, llamado también Alejandro, hubo de entregar la manzana, dispuesta por Eris, la diosa de la discordia, a la más bella de tres altivas diosas: Hera, Atenea y Afrodita. Como se sabe, la escogida fue Afrodita quien sonsacó el voto de Paris con la promesa de entregarle el amor de la mujer más bella del mundo: la esplendorosa Helena, esposa del atrida Menelao.
No deja de ser irritante que esa terrible guerra – en la que murieron tantos héroes y en la que participaron todos los dioses, apoyando a uno u otro bando – tuviera un motivo tan baladí como el resultado de un reinado de belleza. En su tragedia Helena, en la que cuenta el destino de la princesa de la discordia después de la guerra, el gran Eurípides nos revela que la carnicería homérica pudo haber tenido una motivación menos ruin poniendo en boca de Helena estas palabras:
“Y aún añadió Zeus más desgracias a estas desgracias, pues llevó la guerra hasta el país de los griegos y de los desdichados frigios a fin de que la madre tierra se viera libre de una enorme multitud de hombres, y de que el hijo más valiente de la Hélade lograra una gran fama”[4]
La Guerra de Troya parece pues haber sido la primera experiencia a gran escala de decrecimiento deliberado de la población para salvar al planeta. Pero fue obra de los dioses.
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El debate sobre la población del siglo XIX tuvo dos grandes protagonistas: Thomas Robert Malthus y William Godwin. Curiosamente, aunque hasta el momento Godwin le gana a Malthus la apuesta por casi siglo y medio, pues según este el colapso demográfico se daría hacia 1880, son las ideas del último las que han ganado la mente y el corazón de millones de personas. Recordemos esa historia.
Malthus es, probablemente, el más reconocido de los tres grandes discípulos de Adam Smith – Ricardo y Say, son los otros dos – a causa de su teoría de la población, formulada inicialmente en 1798, en lo que la posteridad denominó Primer ensayo de sobre la población, puesto que en 1803 publico una versión tan sustancialmente ampliada en datos que se consideró como obra distinta recibiendo el nombre de Segundo ensayo.
El punto de partida son los dos célebres postulados, enunciados de la siguiente manera:
- “Primero: el alimento es necesario a la existencia del hombre
- Segundo: la pasión entre los sexos es necesaria se mantendrá prácticamente en su estado actual”
Más adelante se lee:
“Considerando aceptados mis postulados, afirmo que la capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la capacidad de la tierra para producir alimentos para el hombre. La población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica. Los alimentos tan sólo aumentan en progresión aritmética”[5]
Esa es toda la teoría. En el resto del primer ensayo, Malthus se dedica a “destrozar” a su antagonista el optimista Godwin[6] y a suministrar alguna evidencia empírica en favor de su tesis. En el segundo ensayo la amplía enormemente.
Todos los grandes vaticinios sobre el futuro de la humanidad están restringidos por la imposibilidad de incorporar en los modelos el impacto del avance de la tecnología. No de lo que pueda proyectarse a partir del desarrollo mecánico de la que se conoce en la actualidad sino de lo que definitivamente es nuevo y nadie habría podido anticipar. El gran mérito de Godwin es haber formulado este planteamiento que es el argumento central de Karl Popper en su crítica al historicismo[7].
Malthus encara la cuestión con singular honestidad intelectual:
“Se dirá, tal vez, que se han hecho en el mundo muchos descubrimientos que no habían sido previstos y no se esperaban. Reconozco que esto es cierto; pero si una persona hubiese vaticinado esos descubrimientos sin que le guiase ninguna analogía o indicación de la experiencia pasada, merecería el nombre de vidente o profeta, no el de filósofo”[8].
Pero después de este reconocimiento de la limitación de sus sombríos vaticinios, Malthus la emprende nuevamente contra Godwin tratando de evidenciar las limitaciones del avance técnico y nos entrega esta maravillosa perla:
“Quienes idearon las primeras mejoras del telescopio pensaban seguramente que mientras se pudiese aumentar el tamaño de las lentes y la longitud de los tubos se podría incrementar la potencia y las ventajas del instrumento; pero desde entonces la experiencia nos ha demostrado que la pequeñez del campo, la deficiencia de la luz y el hecho de que la atmósfera resulta también aumentada, nos impiden alcanzar los beneficiosos resultados que se esperaban de los telescopios de extraordinario tamaño y potencia”[9]
Hoy, después del Hubble, del James Web, del Gran Telescopio de las Canarias y de las decenas de grandes telescopios que desde el desierto de Atacama exploran las entrañas del universo, hay que concluir que el optimismo tecnológico de William Godwin triunfó sobre el pesimismo de Robert Malthus.
“Resulta imposible señalar límites al perfeccionamiento del hombre, y sobre todo a las mejoras que puede introducir en las artes, y en la aplicación de la industria humana”[10]
Por eso es increíble que los malthusianos modernos continúen esgrimiendo los vaticinios del Club de Roma y el MIT – en los Limites de 1972 y los nuevos Límites de 1992 – ignorando las grandes innovaciones que se han sucedido desde entonces, cuya lista no exhaustiva incluye las siguientes: el automóvil eléctrico, la energía solar fotovoltaica, la tomografía axial computarizada, la fibra óptica, la cirugía robótica, los microprocesadores, las computadoras personales, los teléfonos móviles, los drones, las criptomonedas, las pruebas de ADN, los biocombustibles, el GPS y la internet.
LGVA
Septiembre de 2022.
[1] Schumacher, E.F. (1973, 1981). Lo pequeño es hermoso. Editorial Hermann Blume, Madrid, España, 1981. Página 42.
[2] Schumacher, E.F. (1973, 1981). Página 201.
[3] Sahlins, Marshall (1974). Economía de la edad de piedra. Akal, Madrid, 1977.
[4] Eurípides (1988). Las diez y nueve tragedias. Editorial Porrua, México, 1988. Página 125.
[5] Malthus, T.R. (1798, 1982). Primer ensayo sobre la población. Alianza Editorial, Madrid, España, 1982. Páginas 52 y 53.
[6] William Godwin fue un filósofo libertario inglés, amigo de Malthus, según afirma este en el prefacio al primer ensayo, que fue motivado por un ensayo de aquel “sobre la avaricia y la prodigalidad”. En 1820, Godwin publicó una refutación de Malthus titulada On Population. En esta obra Godwin habla de cómo el trabajo humando será sustituido por autómatas y que los alimentos se producirán a gran escala empleando la química. Godwin es el padre de Mary Shelley, la célebre autora de Frankenstein.
[7] Nunca es inútil recordar el elegante planteamiento de Popper:
“1. El curso de la historia humana está fuertemente influido por el crecimiento de los conocimientos humanos (…) 2. No podemos predecir, por métodos racionales o científicos, el crecimiento futuro de nuestros conocimientos científicos (…) 3. No podemos, por tanto, predecir el curso futuro de la historia humana”. Popper, K.R. (1971,1984). La miseria del historicismo. Alianza Editorial, Madrid, 1984. Página 12.
[8] Malthus, T.R. (1798, 1982). Página 183.
[9] Malthus, T.R. (1798, 1982). Páginas 184-185.
[10] William Godwin, citado por José Ardillo en “Malthus y Godwin: la discusión sobre el poblacionismo en el medio libertario” . https://www.briega.org/es/opinion/malthus-godwin-discusion-poblacionismo-medio-libertario
[…] “Una pequeña minoría de economistas ha comenzado a preguntarse hasta dónde puede llegar el crecimiento, dado que el crecimiento infinito dentro de un medio ambiente finito es obviamente imposible. Pero aún ellos no pueden alejarse del concepto puramente cuantitativo de crecimiento. En lugar de insistir en la primacía de las distinciones cualitativas, simplemente sustituyen no-crecimiento por crecimiento, o lo que es lo mismo, un vacío por otro”[1]. […]