En una democracia madura las elecciones son rutinarias, un asunto importante pero normal. Los ciudadanos votan por los candidatos de acuerdo con su ideología y su partido y, en especial, por su opinión sobre el gobierno de turno, escogiendo aquellos que se acercan al gobierno que les gusta o a los que se oponen en caso de que tengan distancias con quienes detentan el poder. En una democracia madura las elecciones son típicamente de gobierno-oposición y nadie duda de que transcurrido el período para el que se eligió habrá nuevo comicios y la oportunidad de elegir distinto. Y, sobre todo, se sabe que más allá de los énfasis y las diferencias, sean quienes sean los elegidos, se preservarán el sistema democrático y el modelo económico.
Sin embargo, las democracias latinoamericanas son, con un par de excepciones, inmaduras, frágiles. La nuestra en particular parecía estar en el grupo de las estables, a pesar de la amenaza constante de los grupos armados violentos sobre ella. Democracia imperfecta, sin duda, pero democracia en todo caso, apenas interrumpida cuatro años a mediados del siglo pasado. Salvo Costa Rica, la democracia de más larga vida del Río Grande al sur.
Pero desde el 2018 las elecciones dejaron de ser las ordinarias gobierno-oposición y han pasado a ser unas extraordinarias sistema-anti sistema. Al menos uno de los aspirantes con posibilidades reales de ganar amenaza tanto la supervivencia del sistema democrático como el modelo de economía de mercado. Es un candidato abiertamente anti sistema. Fracasada la vía violenta que ya intentó, pretende llegar al gobierno por vía electoral pero, si consiguiera vencer, quiere hacer una revolución, con modificaciones al sistema político a través de una constituyente que ya anunció y al modelo económico eliminando la autonomía del Banco de la República, haciendo emisión monetaria sin justificación e implementando una política de expropiaciones que empezaría por las pensiones privadas y seguiría con las tierras «improductivas». En su deseo de alcanzar el poder, se ha unido a lo más maloliente de la política tradicional, tiene una alianza abierta con criminales internacionales, miente de manera sistemática y ofrece planes, proyectos y obras irrealizables o ruinosas, más propios del famoso Goyeneche (que al menos era cómico, folclórico) que de un candidato serio. Para rematar, denigra de la democracia de la cual se ha lucrado y en la que ha sido elegido una y otra vez. Populismo del peor.
En estas eleciones nos jugamos el futuro. Son dramáticas, pueden tener un desenlace trágico, funesto. Es vital elegir bien. Y tener un congreso con mayorías que, en caso de un triunfo populista, aseguren que lucharán por la preservación de la democracia y puedan hacer control político efectivo. Alguien dirá que tal cosa es imposible, que la historia reciente demuestra que a los congresistas solo les importa su propio beneficio, acomodarse para mantener sus curules en la siguiente elección y que al final terminan gobiernistas por cuenta de la mermelada. Es parcialmente cierto. Durante la administración de Santos, el Centro Democrático fue el único que se mantuvo haciendo oposición y control político permanente y se resistió al canto de sirena del presupuesto y el clientelismo. En este de Duque, ha sido independiente el liberalismo.
El punto: elegir un buen congreso es clave, sea cual fuere el gobierno y especialmente importante si ganara el populismo. Opciones hay, de todos los colores y matices, ahora enriquecidas por el retorno de las personerías jurídicas de Salvación Nacional, el Nuevo Liberalismo y Oxígeno. Hay nuevos nombres interesantes y repitentes a los que vale la pena apoyar. No hay excusa para no votar. En últimas, si no tiene un candidato favorito, marque solo el logo del partido que más le simpatice. Como sea, vote para elegir el mejor Congreso.
Ahora, es verdad que las elecciones parlamentarias han quedado a la sombra de las consultas interpartidistas. Las consultas han convertido las elecciones presidenciales en una de tres vueltas de hecho, siendo la primera las consultas mismas. Las consultas destacan y promueven a los candidatos que participan en ellas y opacas a quienes no lo hacen. Son una fuente adicional y extraordinaria de ingresos de las campañas. Y depuran el escenario político.
La campaña empieza verdaderamente el domingo 13 al final del día. Hasta ahora todo han sido juegos artificiales.
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