Iván Cepeda: El eterno amenazado

Aunque no es el personaje más expuesto de Colombia, es uno que debe cargar con la incertidumbre de no saber si podrá llegar a la vejez, o si para él habrá un mañana. Si es un personaje estigmatizado, uno que aunque no existan pruebas tangibles en su contra es tratado como guerrillero por una parte de la sociedad, llegando a despertar anhelos sobre su muerte entre los sectores más conservadores de la ciudadanía. Desde el punto de vista de quien les escribe, es el personaje ideal para enfatizar que en el país del Sagrado Corazón ninguna amenaza debe ser ignorada. Porque en tiempos de un histórico tratado de paz, Iván Cepeda Castro es una pieza clave para responder la pregunta más importante de todas: ¿Qué es más importante, extirpar el cáncer, o detener la hemorragia nacional?
Fuente: Periodismosinfronteras.org

El eterno amenazado

—No hay una etapa de mi vida, salvo cuando he estado exiliado en el exterior, en la que no haya tenido razones para pensar que estoy en peligro. Siempre hay una situación constante de amenazas —acentúa Iván Cepeda Castro, actual senador de la República.

Iván tenía tres años cuando —por la reconocida actividad partidaria que su padre Manuel y su madre Yira tenían en el Partido Comunista— se vio forzado a abandonar Colombia por primera vez.

Ocho, cuando regresó y tuvo que acostumbrar su niñez a la intromisión constante de guardaespaldas.

Trece, cuando se vinculó a la Juventud Comunista Colombiana.

Diecisiete, cuando se fue a estudiar filosofía a Bulgaria.

Y veintiséis, cuando regresó para ejercer como profesor.

Para entonces, su padre ya formaba parte de la Unión Patriótica, partido de izquierda surgido de un proceso de paz —posteriormente fallido— entre algunas guerrillas y ex Presidente Belisario Betancur, que fue exterminado por fuerzas estatales y para estatales. Hoy en día se habla de no menos de 3000 miembros asesinados, no hay cifras oficiales, el número no incluye a los desaparecidos.

“El panorama era muy distinto. Se había desatado el genocidio y encontré en mi casa un arma que me produjo terror, hombres armados en la sede del Partido Comunista y de la Unión Patriótica, bombas, asesinatos, el estar cada semana yendo a un cementerio, unas tensiones terribles. La vida de mi padre se convirtió en una crónica permanente de muerte”, recuerda Iván. Sus miedos no eran infundados, eran años de importante expansión del paramilitarismo en Colombia, de atentados contra la población civil, de narcotráfico, de diálogos de paz con guerrillas que se daban en un contexto violento y complejo.

Seis años más tarde —más precisamente la mañana del 9 de agosto de 1994—, Manuel Cepeda fue acribillado.

A partir de ese momento, la encarnizada pero paciente búsqueda que emprendieron Iván, su madre y su hermana, fue también un siniestro prefacio a una serie de amenazas contra la familia. Acercarse a la verdad, también significó acercarse a un nuevo exilio entre los años 2000 y 2003. Nuevamente en el país, Iván se dedicó de lleno a la política y a seguir buscando justicia: Fue Representante a la Cámara y ahora es senador. Denunció más de 200 actos de corrupción. Escribió ‘A las puertas del Ubérrimo’ (2008), ‘Víctor Carranza: El Patrón’ (2012) y ‘Por las sendas del Ubérrimo’ (2014); tres libros que exponen vínculos entre el paramilitarismo y el estado colombiano.

¿Sin límites?

En el marco de su vida pública, y salvo por unos pequeños gestos risibles que se cuelan por la comisura de sus labios, este barbado erudito de —recién cumplidos— 53 años está más cerca de Joel Kinnaman en Robocop que de Robin Williams en El Hombre Bicentenario. A simple vista puede parecer malhumorado, pero esa primera impresión se derrumba rápidamente con su trato amable y más aun cuando en medio de su acelere cotidiano, aminora revoluciones y por enésima vez te recuerda que está disponible para cualquier cosa que necesites. Entonces vuelve su sonrisa, tenue, pero sincera.

Las últimas semanas de Iván Cepeda han transcurrido a 320 kilómetros por hora. ¿La razón? Dentro de pocos días liderará el debate de control político más importante de toda su carrera, en el que indagará en la Comisión Segunda del Senado al ex Presidente Álvaro Uribe Vélez por sus presuntos vínculos con el paramilitarismo. La idea de hacer dicho debate surgió el 9 de marzo, luego de que el ex mandatario alcanzara su curul como senador; y se materializó a partir del 20 de julio, luego de que este asumiera y comenzarán a articularse todos los preparativos para su realización.

Este ha tenido toda clase de obstáculos: Primero fue negado en la plenaria cuando la bancada del Centro Democrático se pronunció en contra. Al mes siguiente fue aprobado por la Comisión Segunda y posteriormente censurado por la Comisión de Ética del congreso, que resolvió prohibir las menciones directas al anterior jefe de estado. Los cinco encargados de su organización (él incluido) fueron intimidados durante y después del proceso. Algunos de estos episodios, incluyen amenazas por parte de las Águilas Negras.

En los últimos once años la protección de Iván aumentó de uno a ocho hombres.

—Te estás jugando demasiado —advierto, con la convicción de que mis palabras no están afirmado nada que no se le haya dicho antes.

—En la balanza de los miedos, el mayor es a no hacer lo que debes hacer —me aclara en el acto. Otra vez su faceta robótica, esa que transforma respuestas en impulsos automáticos, en simples combinaciones de números binarios.

Es fácil creer cada una de esas palabras. Porque—ya sea por las raíces políticas de su padre o por su minuciosa labor investigativa—, Iván es el eterno amenazado.

“Tengo una reflexión sobre cierto tipo de cosas que no debo hacer, pero en general he perdido un poco los límites”, remata dejando escapar otra de sus esquivas muecas de simpatía. Está claro, Cepedacop (su alterego inconsciente) tiene clara su respuesta porque es la contraparte de una pregunta que él se ha hecho, se hace y se hará de manera constante.

Garzón y Cepeda

Compararlo con Jaime Garzón es inevitable. Salvando las enormes diferencias (uno político, el otro humorista), los dos se la jugaron por contar otra historia; una de horrendos crímenes estatales otrora invisibles, que han adquirido sorprendente relevancia con el paso de los años.

Jaime Garzón. Fuente: Elturbión.com

Quizás ambos hayan hecho —o hagan parte—, de un selecto e infortunado grupo que Alirio Uribe denominará unos días más tarde “los inmatables”. Personajes que marcan un límite que la delincuencia no debería sobrepasar, pero que a su vez, por su calidad de íconos sociales se convierten en víctimas estratégicas. Dicho de otra manera, objetivos que a la hora de ser asesinados desatan todo tipo de consecuencias, pero que también envían un mensaje contundente a quien se quiere silenciar: ¡Con nosotros no se jode! “Lejos de ser un homicidio loco el de Jaime fue un homicidio preconfigurado, por eso es que a él lo matan en agosto y en septiembre tenían capturados a los autores materiales, porque simultáneamente hacen el montaje”, concluye este Representante a la Cámara que acompañó al senador Cepeda en su fórmula electoral.

Iván siente que la conciencia de paz que tiene el país en estos momentos lo protege.

—¿De los límites que traspasó Garzón, cual crees que haya sido el que hizo que lo mataran? —pregunto preocupado, tras conocer el calibre de las denuncias recopiladas en sus libros.

—Él hizo lo que tenía que hacer, pero vivió en un momento en el que estábamos en un contexto de una violencia desenfrenada, todos los días, todas las semanas había ese tipo de noticias. No es que hoy no pase nada, pero a mi modo de ver ya están más visibilizadas las llamadas fuerzas oscuras.

Su respuesta me persigue por varios días, como buen clarividente impostor que soy (es decir, tengo el incómodo vicio de adelantarme a visualizar posibles situaciones que pueden llegar o no a suceder) imagino toda clase de desenlaces, desde los más fatídicos hasta los más alegres. Recuerdo la tertulia entre tragos de whisky que tuve con un amigo uribista el fin de semana de la segunda vuelta de elecciones presidenciales y sus enfáticas respuestas que invitaban a reforzar la mano dura en el país de los falsos positivos y de las —malnacidas y mal llamadas— limpiezas sociales. Pienso en lo fácil que es para muchos justificar un asesinato y veo esta paz —que me produce anhelos pero también una increíble desconfianza— más lejos que nunca. Llego a la conclusión de que no se trata de que tan pilladas estén estás fuerzas oscuras, sino de que la ciudadanía se de cuenta todo lo que causa su impunidad.

¿Cómo se hace para garantizar que la pena de muerte —ya sea por medios ilegales, o legales— está ajusticiando a verdaderos culpables? ¿Cómo puede un ciudadano común proclamarse tan defensor de la vida para unas cosas y tan defensor de la muerte para otras?

Iván detrás de cámaras. 

Iván Cepeda no tiene hijos y como van las cosas, probablemente ya ni vaya a tenerlos. Es triste, según me explica su hermana María, los niños (y también los animales) revelan su costado más tierno, ese que jamás veremos en las noticias.

Ella ahora vive en algún país europeo, pero en el año 92 anheló volver a Colombia con su familia. Fue imposible, la zozobra que sentía cada vez que iba por su hija al jardín de infantes estaba matándola, entonces tomó la decisión de irse.

Así que al senador no le queda otro camino que resignarse y repetirse a sí mismo el mantra: “ahora no se puede”.

—El conoce el tamaño del peligro, a él ya le ha tocado verle la cara a la muerte varias veces —resume ella.

Las sonrisas en María no solo son menos esquivas, sino constantes. Su cabello es oscuro, así como el primer tinto cargado de las mañanas; y su entusiasmo a la hora de contestar ciertas preguntas; hace pensar si al mejor estilo de Sansón, no concentrará en su vello capilar toda su energía. Tiene aspecto de tía alcahueta y las mejillas que toda tía desearía pellizcar, enternecedoras y un tanto redonditas.

Inspira una dulzura más infantil que maternal y ríe como chiquilla de cinco añitos que acaban de pillar en una travesura, sobre todo cuando hablamos de la primera novia de Iván e intenta disimular la identidad de la misma (dejándome claro únicamente, que es una persona —ahora— pública y probablemente perteneciente al mundo de la política). María recuerda que entonces pasaba mucho tiempo con la pareja: “Ellos como que me adoptaron”, me cuenta divertida. Según ella, buena parte de ese hombre cariñoso, de concepto tan grandilocuente sobre la mujer que es Iván; nació con la infortunada muerte —por enfermedad— de su madre Yira y con el posterior apego que él tendría tanto con su chica, como con su hermanita tres años menor.

De él se ha dicho a menudo que es un hombre amargo, incapaz de reir de un chiste. Una tesis quizás algo atrevida para un personaje que solo conocemos desde afuera y que cada día debe vivir con la carga de estar amenazado. Rolando Díaz su escolta me explica que es una “cuestión de momentos”, que hay una gran diferencia entre estar trabajando y tomarse una cerveza en equipo.

—Tiene un humor muy basado en relatar las cosas, en sacarle el picante a las situaciones. Siempre que estamos juntos nos reímos mucho, porque tanto mi padre como mi madre eran gente con mucho sentido del humor —explica María. Manuel e Iván fueron alumbrados por la misma estrella.

Cepeda padre tenía talento para la caricatura y en segundos retrataba a cualquier persona que tuviera en frente. Cepeda hijo se desenvuelve mejor en la sátira y en las imitaciones.

—Yo pienso que esa es además una de las salidas de escape para un espacio de tanta tensión. Poder hablar de tu adversario, reírte y ridiculizarlo en vez de verlo con odio —remata ella.

Con sus palabras, comienzo a entender que Iván desahoga su estrés con cada una de sus cualidades: Con su actitud cariñosa, con su oculto talento humorístico y con su ejercicio matutino. Iván sale antes que el sol y trota rigurosamente cada día antes que arranquen sus agitadas mañanas. Fuma uno o dos mentolados diarios, lo que es poco en comparación de los 10 o 15 que se mandaba cuando asumió como senador. La cocina no cuenta entre sus vías de escape, tiene talento para la culinaria, pero por falta de tiempo, almuerza siempre en la calle.

Escolta de la guarda

Para Rolando Díaz la vida solo tuvo dos caminos, el paramilitarismo o una incierta Bogotá. Afortunadamente eligió el segundo, convirtiéndose con los años en uno de los ocho ases que velan (y se desvelan) por la protección del Senador Iván Cepeda Castro.

Cuando hay que referirse a personas como él, el Centro Democrático suele utilizar un eufemismo que resulta infortunado y oculta la realidad del problema: ‘Migrantes internos’. Un término un tanto nefasto, porque Díaz es —en realidad— un desplazado de la violencia: Oriundo de una comuna de Medellín abandonó a su familia y amigos (muchos de ellos muertos o encarcelados). Llegó a Bogotá y se la rebuscó como pudo. Trabajó con indigentes y con la niñez en situación de calle. Realizó con entusiasmo los cursos para convertirse en guardaespaldas. Aprobó el respectivo examen y llegó a su trabajo actual por referencia de un antiguo escolta. Sobre sus amigos de crianza reflexiona condolido: “La vida no les dio otra solución ni otra oportunidad”.

Si queremos algún día tener paz, este punto para él es clave: “Uno en las esferas de acá arriba no se alcanza a imaginar por qué tiene que pasar esta gente y por qué una persona llega a empuñar un arma en este país” ¿Quién mejor que él para afirmarlo? El proceso que le resulta esperanzador, también se le manifiesta como largo, complejo y en estado larvario. Comparto su postura, antes de pintar palomas de la paz hay que sentarse a empollar los pichones de la paz (por favor no se acuerden de los tres huevitos).

Me explica que es el encargado de orientar y coordinar los viajes, de garantizar cualquier tipo de desplazamiento, dejando claro que no es el líder del esquema de seguridad (nadie lo es). También me confiesa que dentro de la ciudad, los espacios más críticos son las marchas y los eventos públicos en general (parques, barrios, colegios, etc.). En las afueras la cosa es más compleja, él debe ser muy cauteloso, estudiar detenidamente el lugar de destino y coordinar con altos mandos de la fuerza pública. Tarea que se torna realmente compleja, cuando esta última no respeta los protocolos de seguridad que deben tenerse en cuenta en estos casos. “En los entrenamientos, siempre te dicen que cuando vas en un vehículo blindado con un personaje, el único espacio donde te pueden requisar es en una estación de policía o en un comando del ejército y muchas autoridades no entienden eso”, remarca. Lo sorprendente de la frase, es que va atada a un episodio bochornoso que vivieron en Montería hace algunos meses (si en Montería, aquella capital del departamento de Córdoba tan mentada en los libros escritos por Iván Cepeda y sus respectivos co-autores) y que tuvo hasta apuntada con armas al senador incluida. Demasiada coincidencia si me preguntan.

Fuente: Periodismosinfronteras.org

—Las casualidades existen, pero cada desplazamiento que nosotros hacemos lo informamos a la policía por medio de un oficio, la gente se comunica, no hay forma de que no sepan que estemos ahí —se permite dudar Díaz.

—¿A qué te referís con que la gente se comunica? ¿A qué la gente ve alguien que no es del lugar y siente miedo o a que colabora con los paramilitares?

—No puedo asegurarlo, hay gente que tiene su cierto rencor por lo que el doctor dice y no está de acuerdo.

—¿Gente de altos mandos o gente del común?

—Gente del común.

El gran día

Debate en puerta, Cepeda notoriamente estresado. Insiste —nuevamente— en que no se trata de miedo, sino de la “inmensa responsabilidad” ante la que se siente y en que considera que sus palabras serán “la voz de mucha gente que no ha podido hablar en Colombia”.

Podría pensarse que el que habla no es él, que el que habla es su ego. Pero en el corto trayecto que estamos haciendo a pie hacia el Senado, varias personas interrumpirán nuestra charla y —me— harán pensar que su reflexión es —por lo menos— pertinente.

—¡Doctor Cepeda que siga adelante con ese debate que tiene, en todo el pueblo colombiano estamos pendientes! —le saluda con cierto halo de euforia una abuela esperanzada.

Otros extienden aprobatoriamente el pulgar o sacuden la mano, una señora humilde al salir del edificio del Congreso me ve barbado y con mis dos metros de altura y pregunta varias veces si soy el hijo de Iván. “Ceci ahora hablamos”, le contesta él amablemente, intentando aprovechar al máximo el poco tiempo que tiene para atenderme y para llegar a su destino. En menos de cinco minutos concluye nuestra charla y él se despide acelerado.

El debate está previsto para las nueve de la mañana, pero el Kid Pambelé de la política Colombiana, llega pasadas las nueve y media.

Luce irritado, pero evita alterarse, en un gesto que parece oscilar entre la valentía y la soberbia. Lleva la mano (firme) pegada a su pecho, casi a la altura de ese “corazón grande” del que su partido se enorgullece; en una actitud que por algunos ha sido tildada como irresponsable al descalificar a sus opositores tildándolos de terroristas. Se le ve trasnochado. Quienes le critican tildan su actitud de una ambición malsana de poder, que según ellos ha venido acentuándose a partir del 2010. Cuando por determinación de la ley colombiana, no pudo —a pesar de sus muchos esfuerzos— prolongar su periodo gubernamental. Ha sido acusado de ser un personaje anacrónico. Su cinturón adquirido al noquear de visitante a Raúl Reyes en lonas ecuatorianas, pareciera lucir empolvado y oxidado por los años. Y sea o no el mejor presidente de Colombia (tal como lo afirma Paloma Valencia), lo cierto es, que la normatividad —tal como está fijada— no le permitirá ocupar la silla de Bolivar, al menos por los próximos cuatro años.

Sobra aclararlo, quien ahora hace su entrada es Álvaro Uribe Vélez. Oscar Iván Zuluaga y sus custodios lo acompañan.

Kid Pambelé made in Medallo

Álvaro Uribe Vélez es el Kid Pambelé de la política nacional: Fue enorme en su momento y fue el primer personaje que nos demostró que se podía arrinconar a las FARC (en su libro dedicado a Antonio Cervantes, Alberto Salcedo Ramos cita a Juan Gossaín y explica que gracias a él los colombianos aprendieron a ver que en el deporte la victoria no era un imposible). Recorrió el país de punta a punta organizando consejos comunales y escuchó a los campesinos como si fuera uno de ellos. Hizo calar hondo su máxima “trabajar, trabajar y trabajar”. Basándose en un modelo de cascada, logró transmitir su idea de confianza inversionista a los empresarios y lograr la creación de 150 mil empresas nuevas (y con ellas, la generación de nuevos puestos de trabajo).

Pero ahora ya no está en el poder, y el miedo de que su legado y sus logros se derrumben, convierte sus exabruptos en situaciones constantes.

—Me retiro transitoriamente para dirigirme a la Corte Suprema de Justicia. A radicar pruebas probatorias de la mayor importancia en relación con este nuevo evento difamatorio, promovido por el grupo terrorista las FARC, sus aliados de siempre, los paramilitares, sus nuevos secuaces, sus antiguas víctimas y publicitado por Telesur y Canal Capital, medios de comunicación serviles del terrorismo y ordenado por el Presidente de la República —sentencia un —ya para estas alturas— muy colérico ex Presidente antes de abandonar el lugar. Nuevamente acompañado por Zuluaga y su grupo de escoltas, tardará solo 10 minutos en entrar y salir de dicha corte.

Fuente: Radio Macondo

Iván Cepeda solo tiene una hora para su argumentación, así que aunque no esté en una pelea de boxeo, sabe que ser contundente es clave. Así que arranca con sus acusaciones, esas mismas que están recopiladas en sus libros (y algunas más) y que ahora puede exhibir en el espacio apropiado y en cadena nacional: Que Álvaro Uribe instó a sus adherentes a votar antes de ir a la cárcel. Que Álvaro Uribe y José Obdulio Gaviria tienen —según él— nexos con el Cartel de Medellín. Que Álvaro Uribe otorgó licencias aeronáuticas a Luis Carlos Molina, banquero de Pablo Escobar (luego se hablará también de un permiso de vuelo para Álvaro Suarez Granados, piloto del capo). Que este mismo personaje (Molina), fue condenado por el magnicidio de Guillermo Cano, director de El Espectador.

Qué participó en la junta directiva de una empresa que probablemente era fachada del Cartel de Medellín, dice sin titubeos refiriéndose a la junta de Comfirmesa S.A. Esta reconocida por el propio Yepes como instrumento de lavado de dinero y verificada posteriormente por el recién liberado alias Popeye, como una herramienta para dicho fin.

A continuación Cepeda se refiere al apoyo del ex mandatario a la creación de las Convivir, agrupaciones armadas pensadas como cooperantes de la fuerza pública que hoy en día aparecen ligadas al paramilitarismo y sus crímenes.

—Siempre he creído en la colaboración de la ciudadanía con la fuerza pública—responderá enfático el ex Presidente al regresar a la sala y tener su turno para hablar.

Sobre sus nexos con Comfirmesa S.A. devela una carta en la que pide amablemente a dicha empresa retirarlo de la junta directiva, en la que según él nunca solicitó participar. Pero será el propio diario El Espectador, el que un día después del debate, dará a conocer una respuesta a la misma en la que se da a entender que la relación entre ambos era de vieja data.

Por haberse retirado del recinto, Uribe llega a contestar los descargos que no escuchó. Entonces muchas de las dudas expuestas por Cepeda —al menos de momento— quedan sin respuesta. Antes de retirarse, apunta contra el también senador Jimmy Chamorro y arremete contra el Presidente Juan Manuel Santos. Al primero lo acusa de nexos con el narcotráfico y al segundo de aliarse con el paramilitarismo para sacar del poder al ex Presidente Ernesto Samper.

El debate en el Senado nos dejará varios recuerdos para la posteridad: Al Centro Democrático sugiriendo abordar la historia “no contada”, y proponiendo un contra-debate (este sobre Farc-Política) que solo dos días más tarde será aceptado y alentado por Cepeda. A Claudia López explicando que no hay paz posible sin reconciliación y desplegando una frase lapidaria (“por paz ni vamos a entregar en grilletes a Uribe ni a colgar a Timochenko”). Y a Horacio Serpa refiriéndose a la enorme capacidad de mutación que tiene el paramilitarismo colombiano (por mencionar algunos). El resto puede resumirse en la conclusión que Ricardo Silva Romero (El Tiempo) esboza en su columna ‘¡Guerra!’: “Acá jamás nos vamos a entender, seguiremos siendo más hinchas que adeptos hasta que la muerte nos separe, pero nada de eso importa si por fin acordamos no matarnos, si por fin acordamos dejarnos en paz”.

Periodistas de medios opositores (y algunos independientes) argumentarán que el espacio fue interesante pero que no aportó una sola prueba reina, que no cambió la opinión de nadie. La pregunta es: ¿Debía existir una prueba reina? ¿Realmente somos tan ilusos como ciudadanos para creer que el uribista promedio va a cambiar su parecer con un programa de televisión? En el continente de la memoria a corto plazo, combatir el Alzheimer social no es una labor de mamertismo, sino una de superviviencia.

La tesis del triángulo

El Representante a la Cámara Alirio Uribe —quien paradójicamente también ha sido el defensor de los intereses jurídicos de la familia de Jaime Garzón— tiene su propia visión del conflicto armado en Colombia y la explica con lo que él llama ‘La tesis del triángulo’: La conjunción de las tres caras de un polígono violento (conformado por guerrilla, paramilitares y el sector corrupto de la fuerza pública), que es el culpable de la guerra.

“Mi tesis es, y por eso me ha parecido importante el debate que ha hecho Iván, que si estos ejes no los visibilizamos y el país no entiende que la paz pasa por desmontar todo esto, la matazón después puede ser impresionante”, explica quién con los años no solo se ha convertido en el abogado del senador Cepeda, sino también en un amigo muy cercano. Dejar las fuerzas paraestatales en la oscuridad, es abrir la puerta a que gente como él y a que representantes de izquierda en general, queden indefensos ante un verdugo invisible. El debate del miércoles 17 de septiembre no buscaba una prueba reina, buscaba luz, así ésta fuera de unas pocas velas.

Fuente: PoloDemocratico.net

Según el Centro Nacional de Memoria Histórica 1173 de las masacres cometidas por grupos armados en Colombia están atribuidas a los paramilitares, 295 a autores no identificados, 238 a la guerrilla de las FARC, 139 a la Policía Nacional y al Ejército y 56 al ELN (la investigación reúne datos entre 1980 y 2012). Un proceso de paz y perdón en nuestro país debe contemplar —por lo menos— a la ilegalidad de las organizaciones armadas recién referidas. No en un ánimo de convertirse en una cacería de brujas contra los culpables, sino de encontrar la verdad.

En medio de tanta sangre, la reconciliación sin franqueza es francamente imposible (valga la redundancia).

Colombia tampoco puede ignorar las denuncias que el Centro Democrático ha hecho sobre presuntas amenazas de las FARC y el carácter que tiene dicho partido como principal opositor al proceso de paz impulsado por Juan Manuel Santos. Y eso hasta el propio Cepeda lo tiene claro: “Yo estoy en contra de cualquier forma de violencia y de persecución, no puedo estar de acuerdo con las amenazas, no hay que ponerlas en duda. Colombia es un país donde han matado por razones políticas gentes de todos los partidos”.

Ocho días después de transcurrido el debate, el grupo paramilitar ‘Los Rastrojos’ declarará “objetivo militar” a Iván Cepeda, a Claudia López y a Piedad Córdoba. Advirtiéndoles que de continuar con su “proselitismo político (…) pagarán las consecuencias”.

Tres meses después

Esperé que el año concluyera para terminar esta crónica. En parte por inconvenientes que se presentaron en el camino, pero también porque quería ver que ingredientes le aportaba el tiempo a mi análisis.

Los elementos recogidos no son pocos: El extraño secuestro del general Alzate (y desde luego, la humillación a la que este expuso a las fuerzas militares al entrar en una zona prohibida sin la protección debida), la ruptura temporal del proceso de paz y la posterior suspensión bilateral del fuego cruzado, la polémica y cuestionable pero acertada decisión de que Piedad Córdoba viaje en calidad de víctima a La Habana y la inaudita marcha en contra de dicho proceso impulsado por Juan Manuel Santos.

Ante esta última me limitaré a citar aquella magnífica frase de Mahatma Gandhi, que de forma tan oportunista desgasta el hijo del Presidente: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”.

El primero de estos episodios, un escenario propicio para una nueva confrontación entre Iván Cepeda y Álvaro Uribe Vélez. Cuando días después de la privación de la libertad del alto mando del ejército, el primero de ellos exigió al segundo no filtrar información de inteligencia que pudiera intervenir a la hora de negociar la integridad del militar. “Yo espero que si se produce la pronta liberación del general Alzate se pueda hacer con condiciones de seguridad y no vayan a aparecer coordenadas en la cuenta de Twitter del senador Uribe”, ironizó entonces. En los  últimos meses, Cepeda también ha dado su pulgar arriba a la decisión del gobierno de mandar a Córdoba a La Habana. Según él por considerarla fundamental en el proceso, quizás también, porque Piedad tiene claro que en Colombia los actores del conflicto son tres y no dos. Tal como lo explicaba Alirio Uribe en su ‘Tesis del triángulo’, referida párrafos atrás.

Ningún enfermo de cáncer ha luchado contra su karma con el ímpetu y la vehemencia que lo hace Colombia. La razón es simple, tienen más aguante 47 millones de personas unidas, de lo que puede tenerlo una sola. Y a decir verdad, aún estamos a tiempo, Colombia puede ser esa tierra alucinógenamente feliz que nos venden los noticieros.

Quisiera pensar que el asesinato de Jaime Garzón tuvo un costo muy alto para sus responsables, que en la martirización del periodista y humorista está la clave para que un crimen así no se repita en Iván ni en ningún otro ciudadano. Pero sobre todo, quisiera pensar que nos queda un cachito de humanidad para condenar todo tipo de amenazas, sin importar contra que personaje o partido político sean. Quisiera pensar que Iván puede llegar a tener una familia, salir a la calle sin escoltas, poder hablar públicamente de personas que me solicitó no mencionar en esta nota a fines de proteger la seguridad de las mismas. Quisiera pensar que Iván puede llegar a encontrar una verdad, descubrir quién mató a su padre y convertir sus conjeturas en la respuesta más importante de su vida. La incertidumbre mata y Cepeda lo sabe bien…

…Y para alcanzar la paz, es vital pactar con las incertidumbres, encontrar las verdades. Reitero, no por venganza, sino porque la paz también se construye desde adentro.

[author] [author_image timthumb=’on’]http://38.media.tumblr.com/47cfec1330d7abecd87e0b6271f4bd90/tumblr_n8ppg8pNA11sczcayo1_400.jpg[/author_image] [author_info]Pablito Wilson – http://pablitowilson.blogspot.com/- @PablitoWilson[/author_info] [/author]

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