Lo que no podía pasar…, pasó. La economía más estable de Latinoamérica, el país con más alto nivel de bienestar, con un PIB per cápita en 2019 de cerca de 14.900 dólares -.el nuestro es de apenas 6.432 dólares-; Chile, el “de mostrar”, fue presa del “Estallido social”, un eufemismo para la violencia orquestada que recorre el mundo para “socializarlo”.
En esta parte del continente la dirección de esa orquesta estuvo a cargo del Foro de Sao Paulo (1990), que hoy renace con cara lavada bajo el nombre de “Grupo de Puebla” (2019), ciudad donde nació también el “Documento de Puebla” (1979), el manifiesto de la “Teología de la Liberación”, en la que militaron Camilo Torres el “cura Pérez” y Domingo Laín.
¿Qué pasó en Chile? ¿Por qué un aumento en las tarifas de transporte terminó en un “borrón y cuenta nueva” constitucional, aprobado por el plebiscito con una aplastante mayoría?
¿Cuál es el problema con la Constitución? Sencillo; haber sido expedida durante la dictadura, lo que la “ilegitima” para la izquierda y para muchos “centristas” -en todas partes se cuecen habas-, aunque los llamados “enclaves autoritarios” que limitaban el quehacer político hayan sido eliminados en 1989 y 2005.
El problema es su concepción de economía de mercado y democracia liberal, de “Estado subsidiario”, es decir, del que no se mete en todo y le abre puertas a la iniciativa privada con debidos controles, inclusive en los temas de salud y educación, algo que aborrece la concepción estatista de la izquierda, que prefiere un Estado metido en todo, aunque en todo sea paradigma de ineficiencia y corrupción.
Hacia allá apunta la protesta callejera violenta: educación y salud exclusivamente pública y gratuita; pensión y salario mínimo universal a costillas del Estado, objetivos deseables pero imposibles, populistas, inclusive para economías boyantes.
Hacia ese populismo se orientó Piñera con la “Nueva Agenda Social”, una serie de medidas adoptadas bajo la presión extorsiva de la violencia y acompañadas de un “mea culpa” percibido como debilidad. Un gran sacrificio fiscal en plena pandemia, insuficiente para la izquierda, pues de lo que se trataba no era de pedir, sino de forzar el cambio hacia el progresismo. Así es; Chile dio un salto al vacío en medio de esa idea de que “El cambio es el progresismo”, la cual -adivinen- es el eslogan del Grupo de Puebla.
Una nota final. Durante décadas y hasta 1998, cuando cayó del primer puesto en PIB per cápita, el país “de mostrar” en Latinoamérica era Venezuela. Hoy es el cuarto más pobre de la región, superando a Honduras, Nicaragua y Haití, todo gracias al Socialismo Bolivariano “progresista”.
Son muchas lecciones. Hoy asusta Chile y asusta también Colombia, si no logramos aglutinar los valores de la economía de mercado y la democracia liberal, de cara a las elecciones de 2022.
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