¿Somos la misma persona a través del tiempo?

Desde hace no escaso tiempo, filósofos y filósofas de distinta índole se han planteado la cuestión de si los seres humanos, cada uno de nosotros, somos la misma persona con el paso del tiempo


Desde hace no escaso tiempo, filósofos y filósofas de distinta índole se han planteado la cuestión de si los seres humanos, cada uno de nosotros, somos la misma persona con el paso del tiempo. En esta somera columna dejaremos de lado la cuestión, ciertamente interesante, de si este problema podría ser extrapolado a la identidad animales no humanos. Intuitivamente, parece haber cierto consenso en que la respuesta es afirmativa; empero, esto requiere de justificación. Así, la pregunta “¿somos la misma persona a través del tiempo?” torna para aquellos que asientan en “¿qué es exactamente lo que hace que una persona x en un periodo de tiempo t1 sea la misma persona z en un periodo de tiempo t2?” ¿Qué es lo que hace que cada uno de nosotros seamos la misma persona que vemos en una foto de “nosotros” cuando éramos pequeños?

Presumiblemente, aquella persona que se vea impelida por este farragoso problema responderá inmediatamente apelando a que, efectivamente, somos la misma persona puesto que a lo largo del tiempo mantenemos el mismo cuerpo físico (en la jerga académica este criterio se denomina la “continuidad física”). Sin embargo, a poco que se cavile, esta sencilla respuesta comienza a tambalearse. ¿Acaso las células que componen nuestro cuerpo no se encuentran en un proceso de regeneración constante? ¿Acaso en el instante ulterior a la muerte no mantenemos el mismo cuerpo? Pocos dirían que, en un sentido estricto, tras la muerte seguimos siendo la misma persona, sino que la identidad personal simplemente se desvanece.

A las anteriores objeciones, podemos sumar la propuesta por el filósofo oxoniense Derek Parfit a través de un conocido experimento mental: imaginemos que en un futuro se inventa un teletransportador que, a modo de escáner, es capaz de registrar completamente la posición y estado de cada una de las células que componen nuestro cuerpo. En este futuro el teletransportador es empleado como medio de transporte entre planetas y funciona del siguiente modo: una vez escaneado el cuerpo de quien se haya metido en él, la máquina destruye completamente (de forma indolora) el cuerpo y cerebro del sujeto. Este teletransportador está conectado con otro que, una vez recibe la información, crea una réplica exacta del individuo en otro planeta. No mucha gente estaría dispuesta a aceptar que esa réplica, en el caso de que fuese yo quien viajara, no sería yo (tiene mis mismas creencias, deseos, recuerdos, carácter…). Mas según esta concepción de la continuidad física esa persona no sería yo, puesto que no tenemos el mismo cuerpo.

Tras esta retahíla de objeciones, una segunda opción para quien desee mantener que es la misma persona a través del tiempo puede ser la que sigue: por mucho que cambiemos físicamente, nuestra “vida psicológica” se mantiene intacta, por lo que es ella precisamente la que propicia que seamos los mismos siempre. Si bien en la dimensión más académica del debate habría que aclarar enormemente este criterio, para el propósito de esta columna basta con apelar a la comprensión intuitiva del mismo por parte de quien lee estas palabras: acorde a este criterio, somos los mismos individuos puesto que, a lo largo de nuestra vida, nuestras vivencias mentales siguen un único camino hasta el momento de la muerte.

Pese a todo, esta posición también adolece de numerosos inconvenientes. Mencionemos algunos:

  1. A lo largo de los años, en función de nuestras circunstancias vitales, nuestras creencias, deseos, miedos, afectos, necesidades…varían completamente. Por lo que no está nada claro en qué sentido se podría mantener una suerte de “continuidad psicológica” con el paso del tiempo.
  2. Una de las conclusiones que se seguiría de esta concepción consiste en que las personas que sufren de amnesia temporal, respecto por ejemplo a su adolescencia, no serían la misma persona temporalmente, pero, en cuanto recuperen la memoria, lo volverán a ser. Vinculado con esto, las personas con Alzheimer dejarían de ser progresivamente las mismas personas que antes de la enfermedad.
  3. Ni siquiera parece estar claro que cuando tenemos un recuerdo este tenga que ser nuestro necesariamente. Diversos experimentos están mostrando la posibilidad de eliminar o implantar recuerdos. Tal y como ya se está llevando a cabo en ratones de laboratorio. Dejaremos al margen la cuestión de la tergiversación de los propios recuerdos.
  4. Vinculado con lo que acabamos de mencionar, supongamos que en un futuro es posible almacenar estados mentales, como los recuerdos, en ordenadores. A modo de ilustración supongamos que se almacenan todos los recuerdos, una vez muerto, de Justin Timberlake y que estos se introducen en la mente de un individuo cualquiera mediante un implante cerebral. ¿Significa esto que este individuo será Justin Timberlake? ¿No resultaría absurdo que este individuo tuviera recuerdos contradictorios en un mismo tiempo (¿cómo, por ejemplo, estar el mismo día en Los Ángeles y Oporto?).
  5. Recuperemos la imagen del teletransportador de Parfit mencionado antes. Supongamos que por un error, en Marte se crea una réplica exacta de nosotros mismos, pero que no se elimina la de la Tierra. Ambas tienen los mismos recuerdos, deseos y estados mentales en general. ¿Cuál de las dos seríamos? Responder que ninguna nos llevaría a rechazar este criterio psicológico. Pero, decir que las dos resultaría inconcebible y, en cierto sentido, absurdo.

Entre otras muchas, estas objeciones podrán agotar al lector o lectora hasta el punto de llevarlo a afirmar, con desgana, que quizás después de todo no somos la misma persona con el paso del tiempo. Actuamos como si lo fuéramos en nuestro día a día debido a una ilusión (posiblemente fruto de la percepción de la continuidad de un mismo cuerpo y de la semejanza psicológica) pero, en realidad, no somos más que un flujo de percepciones que a lo largo del tiempo va cambiando. Asumir esto último, no obstante, conduce a nuevos problemas sumamente contraintuitivos. Por ejemplo, el sinsentido de preocuparse por “nuestro” bienestar futuro a no ser que se haga por motivos éticos: esto es, imaginen que decido no beber alcohol en exceso no por la resaca que “voy” a tener mañana o la posible enfermedad hepática futura, sino por la resaca o patología que otra persona puede tener por mi culpa. Asimismo, tampoco se debería sentir temor o pena ante la muerte en la medida en que no vamos a ser “nosotros” quienes vayamos a morir. Simplemente va a terminar el flujo de conciencia de las sucesivas personas que lo han experimentado a lo largo de un periodo de tiempo de, pongamos por caso, 80 años. O pensemos en la responsabilidad penal: un acusado de asesinato no debería ser jamás castigado en la medida en que no ha sido él quien ha cometido el homicidio, sino una especie de yo pasado que no es él propiamente. La cuestión acerca de la identidad personal en el transcurso del tiempo nos enfrenta a un rompecabezas de difícil solución en el que, con todo, se nos va literalmente la vida.

Alejandro Villamor Iglesias

Es graduado en Filosofía con premio extraordinario por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Formación de Profesorado por la misma institución y Máster en Lógica y Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerce como profesor de Filosofía en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

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