Winston Churchill y cientos de opinólogos se han dedicado a proclamar la famosa frase de cajón “cada pueblo tiene los gobernantes que se merece” –que retoma cierto auge en tiempos de elecciones- para luego exponer lo que consideran como pobreza mental de sus pares, para juzgarlos, decirles faltos de memoria, señalarlos por doble moral y terminar sentenciándolos a que ya no tienen derecho alguno a quejarse, porque lo que pasa en el país es consecuencia del voto que otorgaron, independientemente de cual haya sido, ya que el juicio va en modo genérico.
Pues bien, yo me cansé de ver como entre muchos le dicen al pueblo que es ignorante, como se chutan la pelota por los males del país mientras nadie quiere apadrinar sus errores. Por mi parte, me cansé de que denigren al pueblo desde una postura tan cómoda, sin tener en cuenta sus luchas sociales, sin tener presente su resistencia. Para mí, el pueblo colombiano es un pueblo resistente.
No entraré a juzgar ni a dar juicios de valor sobre los señalamientos que se dan hacia los colombianos, porque quiero hablar de otra cosa, hoy quiero mostrar la otra cara. Quiero que se reconozca el valor de vivir en estas tierras tan de todos y de nadie, en este país tan herido, tan mutilado, tan vendido. El valor que se requiere para no marcharse, para luchar y soportar muchas veces el silencio como respuesta a nuestras peticiones.
El campesinado ha logrado mantenerse en pie aún con el TLC y Monsanto. Lucharon por sus derechos en épocas de hostilidades y aunque fueron atacados, aún tienen dignos representantes con la cabeza en alto que no cesan.
En el Chocó el pueblo resiste mientras compañías mineras los desalojan. El pueblo chocoano se hace presente en muchos colombianos bajo la indignación por sus infantes muertos a causa de beber aguas contaminadas como consecuencia de la minería, y todos seguimos resistiendo.
La comunidad Wayúu pierde a sus niños pero no abandona su lucha de reconocimiento y cobijo estatal, y el pueblo colombiano, a la par, también siente indignación por sus pérdidas y se suma a ellos con la denuncia pública.
A todo esto sumémosle la corrupción como pan de cada día, una guerra de más de medio siglo, la pérdida de la responsabilidad social de los medios, su unilateralidad frente a la información, la crisis en la salud, entre muchas otras cosas, y seguimos aquí, algunos viviendo, otros sobreviviendo, todos resistiendo.
El pueblo colombiano es un pueblo resistente, es un pueblo empático que se indigna cuando sus niños sufren, cuando atentan contra sus raíces, cuando atacan su dignidad. Es un pueblo que si se debe movilizar por el salario, la educación o los derechos, lo hace; un pueblo que levanta su voz y muestra su inconformidad cuando ve vender su tierra a extranjeros… Pero pueblo, necesitamos algo más que resistir, es hora de empezar a luchar.
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