¿Y si vemos el vaso medio lleno?

Con el coronavirus entendimos que el esfuerzo colectivo, la ayuda mutua, el sentimiento de empatía y la resiliencia general, nos conducen a un estadio superior como seres humanos.


Sin lugar a duda, la pandemia causada por el Covid19 ha traído consigo una crisis sanitaria, económica y social en las que las innumerables desigualdades de nuestro país se han profundizado mucho más. La pandemia puso en evidencia la fragilidad humana. Un diminuto virus puso en jaque nuestra libertad, nuestro relacionamiento, nuestra estabilidad mental y laboral. Un virus que no repara entre ricos y pobres, negros y blancos, gordos y flacos; todos estamos en el mismo nivel de vulnerabilidad.

Según la OIT, en sólo tres meses quedarían desempleadas 195 millones de personas en todo el mundo, los grandes imperios económicos se fueron al piso, gran parte de los medianos y pequeños empresarios quebraron debido a los múltiples cierres, hoy se cuentan un poco más del millón de fallecidos y más de 35 millones de casos confirmados. Los sistemas de salud de las grandes potencias mundiales colapsaron, y ni se diga de los países que no cuentan con el rótulo de “desarrollados”, en muchos de los cuales los muertos se veían tirados en las calles. América latina retrocedió socialmente, la pandemia nos ubicó económicamente a como estábamos hace 10 años.

Frente a un panorama tal, ¿cómo podríamos decir que la pandemia trajo algo bueno? ¿cómo no ser pesimistas frente a millones de contagios y muertes? ¿cómo ser optimistas sin rayar con el idealismo y la utopía? Eso trataré de hacer en este espacio, exponer brevemente algunos elementos, quizá un poco alentadores, que nos produjo la pandemia.

Pues bien, una primera lección que nos deja este virus es la ratificación de que los seres humanos podemos unirnos ante una amenaza común y establecer fines colectivos para imponernos ante cualquier adversidad. La pandemia propició que empresarios, gobiernos, artistas y personas naturales se unieran, dejando de lado las diferencias y dándole sentido a lo que nos reúne y a lo que nos identifica. Con las guerras conocimos los peores alcances a los que podemos llegar como humanidad, descubrimos la capacidad de destrucción casi sin límites que nos caracteriza; no obstante, con el coronavirus entendimos que el esfuerzo colectivo, la ayuda mutua, el sentimiento de empatía y la resiliencia general, nos conducen a un estadio superior como seres humanos.

Rescatemos también de esta dichosa pandemia una lección sobre el escaso valor que le dábamos a nuestras relaciones sociales. La imposibilidad de ver nuestros rostros completos, abrazarnos, hablar de cerca, compartir momentos que antes eran cotidianos, nos hicieron comprender el valor de la cercanía, de la sonrisa sincera, el abrazo reconfortante, la caricia fraterna, la conversación mirando a los ojos y leyendo los labios; y las largas pausas callejeras. Todo ello y más, eran acciones que dábamos por sentadas y a las cuales no atribuíamos la importancia merecida. Con dicha realidad, nos vimos obligados a generar otro tipo de interacciones antes impensadas. Con la capacidad de adaptación que nos caracteriza, migramos de las invitaciones en sobres y con excesivas decoraciones, a un simple enlace vía correo electrónico; de la participación alzando la mano, a teclear un simple ícono que anuncie nuestra intervención; del saludo cordial en la entrada del trabajo, a mayores momentos de soledad funcional. Así, aprendimos nuevas lecciones que seguramente se van a quedar por un buen tiempo, que nos invitarán, cuando todo ello acabe, a comprender el valor de compartir con el otro, a verificar conexiones y no precisamente digitales.

Si bien la interrupción de varios sectores de la industria y el comercio dejaron pérdidas económicas y sociales de gran magnitud, no podemos negar que después de tanta agitación, una pausa fue más que justa para el planeta. El cierre temporal de fábricas y el cese al alto flujo de tránsito por medios terrestres y aéreos provocaron una gran disminución en la emisión de gases contaminantes en el planeta. Según Matt McGrath, corresponsal de medio ambiente de la BBC:

«Ninguna guerra, ninguna recesión, ninguna otra pandemia, ha tenido un impacto tan dramático en las emisiones de CO2 durante el último siglo como el que ha logrado el covid-19 en pocos meses»

La paralización del turismo irresponsable y las restricciones de movilidad en muchos países, provocaron que un alto número de animales silvestres se tomaran las ciudades y circularan tranquilamente por allí, sin temor a ser cazados o lastimados por las personas; observamos también la cristalización de muchos ríos y quebradas que cotidianamente veíamos con colores turbios y desagradables. Es claro que estos impactos ambientales fueron temporales y no tuvieron mucha duración; sin embargo, permitieron visibilizar sin vacilación alguna, que somos nosotros el gran lastre con el que carga el planeta.

Es un momento para leer el mundo con optimismo, para no dejar morir la ilusión, para unirnos todos bajo unos propósitos comunes, para ver el vaso medio lleno.

Andrés Trujillo Ossa

Mi nombre es Jorge Andrés Trujillo Ossa, estudiante de noveno semestre de Pedagogía de la Universidad de Antioquia. Soy un ciudadano inconforme al cual le gusta escribir y expresar sus ideas en el papel, pero que se siente en la obligación de compartir su opinión con el resto de la ciudadanía y de esta forma ser la voz de muchos que hemos permanecido relegados y casi silenciados.

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