“No existe pues ya una visión de las personas como personas, sino como productos y potenciales consumidores de otros productos (personas), el capitalismo pasó de comercializar el objeto, para comenzar a comercializar el sujeto, consumirlo y ofrecérselo a los demás como objeto consumible.”
Varios elementos de la sociedad se han visto influenciados por el modelo económico-político de turno, desde la antigüedad, las dinámicas sociales han cambiado bajo los determinantes que se estableciesen por medio de los sistemas de gobierno y la manera en la que, de una u otra manera, se le da manejo a las posesiones, las formas de pago e intercambio de bienes o servicios y el rol particular de los individuos dentro de dicho sistema.
Sin embargo, el actual sistema de libre mercado y consumo no solo ha influenciado a la sociedad en aspectos que en otros momentos nada tenían que ver con el sistema de gobierno, o el modelo económico establecido, sino que, se ha apoderado de todo elemento que compone al ser humano y lo ha puesto a su favor, aspectos como la cultura, el arte, los estados de ánimo e incluso las emociones han sido aprovechados, mercantilizados y puestas sobre el aparador con su respectiva etiqueta de valor monetario.
Las emociones, los sentimientos y las formas de relacionamiento no han sido ajenas a dicha mercantilización y hoy, por medio de la capacidad manipulativa y amplificadora del ideal económico que tienen los avasallantes sistemas de información, se ha manipulado a la gran masa humana con un solo objetivo; desvincular a los individuos, arrancarles de cuajo cualquier signo de apego a algo o a alguien y sumirlo en un ciclo interminable de insatisfacción y vacío emocional.
El mercado no se ha limitado a los bienes materiales y a los servicios, se ha incrustado de manera repugnante en el día a día relacional de las personas que, a través de los grandes canales de infoxicación, se ven bombardeados a diario con mensajes que poco a poco le arrancan la idea del cuidar, del querer, del reparar, del extrañar, no solo a los objetos, sino a las personas, personas que han pasado a ser objetos bajo el modelo del capital.
No existe pues ya una visión de las personas como personas, sino como productos y potenciales consumidores de otros productos (personas), el capitalismo pasó de comercializar el objeto, para comenzar a comercializar el sujeto, consumirlo y ofrecérselo a los demás como objeto consumible.
La insatisfacción surge pues primero con los objetos materiales, se inhibe la capacidad de crear vínculos con los objetos haciéndolos fugaces, fáciles de romper y tirar, cuando su valor de uso es más prolongado y el producto puede ser utilizado (siendo útil) por más tiempo, superando toda obsolescencia programada, entonces se tiene otra estrategia, la devaluación social y comercial, se indica pues que este objeto ya no es tan bueno, que hay otros mejores, te llenan las pantallas de anuncios casi obligándote al cambio; “el que tienes no es tan bueno como este”, “es viejo ya, cámbialo por este otro”, “este tiene más características y es mejor en todos los sentidos, tira ese”.
De esta manera las personas no generan una conexión emocional con los objetos, percibiéndolos inútiles e inferiores tan pronto como son adquiridos, entrando así en el ciclo de comprar, tirar, comprar, no pudiendo alcanzar nunca una satisfacción verdadera con aquello que poseen y compran, pues dicha satisfacción solo se encuentra en el vínculo con el objeto, en el apego, en la visión de valor agregado, lo que sentían los abuelos por sus viejos discos, lo que siente un coleccionista, no es su utilidad, sino su valor como objeto obtenido con tiempo de vida.
No es pues suficiente para el capitalismo dicho ciclo de consumo e insatisfacción objetal, aún existían los vínculos entre las personas y en la búsqueda de una insatisfacción total vital del individuo el sistema se volcó a la comercialización de las emociones, los sentimientos y los vínculos entre seres humanos.
El proceso fue más o menos el mismo, los objetos ya producían la insatisfacción deseada y las personas compraban más de lo que necesitaban, sentían la constante necesidad de adquirir, tirar, volver a adquirir para tratar de calmar dicha insatisfacción, al menos esa es la idea que se ofrece; “compra esto y serás feliz”, “compra está experiencia y estarás viviendo de verdad”, pero la emocionalidad con los otros aún evitaba que se diera un boom absoluto de consumo, entonces se empezó a introducir la idea del otro como objeto.
El otro como objeto surgió de la misma manera que el producto, por medio de la dictadura de la información, que nos rodea cada día, se empezó a introducir la idea de un otro menos valioso, la preocupación narcisista y obsesiva por el sí mismo, la ruptura de los vínculos, del reemplazo del otro, lo innecesario del amor, el dolor que genera tener un vínculo con otro, el ponerse siempre por encima de todo lo que nos rodea.
Poco a poco los vínculos entre los individuos se fueron deteriorando y la insatisfacción relacional floreció tal como el mercado lo esperaba, insatisfechos pues con los productos que compramos y las relaciones que tenemos, el sistema hizo lo suyo y empezó a vender sus falsas soluciones; comprar más, tener más, “vivir más”, pero no a nuestro modo, sino al modo del capital.
Por ello, cada producto se nos ofrece como una verdadera cota de alegría para nuestra vida, como la satisfacción de ese vació que llevamos, y ahora, también nos ofrece modos de vida para que saldemos y satisfagamos nuestro vacío emocional vincular con el otro, el Reggaetón cumple sin duda una de las más fructíferas tareas desvinculantes al servicio del mercado, no solo nos vende vidas “felices” y de “ensueño” con cadenas, vehículos de alta gama y ropa costosa, sino que pone al otro como objeto de consumo; otro que pueda usar y tirar, sujeto de una noche, de no vinculación emocional, poniendo al sexo como centro de valor del otro y, tal cual como pasa con los objetos, vende la idea de que a mayor número de personas con las que tenemos sexo, a mayor número de relaciones de una noche, a mayor desvinculación, más satisfacción.
Lo que se encuentra al final es que no hay satisfacción, la felicidad como estabilidad vinculante se desdibuja del horizonte, al contrario, la ausencia de vínculos reales con otro, es decir, vínculos de
historia, de tiempo, de compartir, de preocupación por el otro, de escuchar, genera una insatisfacción aún más profunda que la que genera comprar el televisor más moderno de alguna marca y ver que al otro día publicitan uno mejor, la insatisfacción emocional en la ausencia del otro como vínculo es sin duda un factor clave en la actual ola de depresión que golpea al mundo.
Las soluciones distan de ser encontradas, pues hace falta una verdadera revolución emocional que se desvincule del hipercapitalismo en el que estamos inmersos, las leves chispas de aversión a dichos modelos no son más que alineaciones al modelo capitalista de las emociones, camufladas en una alternatividad inexistente, por ello, el poliamor no resulta siendo más que una desvinculación emocional paralela a la que promueve el reggaetón, un espejo, pero con toques ilusorios de anarquía, ancestralidad u otros elementos que hacen que los pocos que se preguntan sobre el valor emocional, resulten inmersos en un sistema igual de insatisfactorio, el final es el mismo, insatisfacción, una vuelta más al ciclo de comprar y tirar, personas y objetos.
Vivimos pues una época convulsa, difícil de comprender, sumamente alienante y desvinculante, cada uno de nuestros pensamientos, ideas, sueños, emociones, gustos, movimientos, son dictados, o por lo menos vigilados, por un sistema que nos desea cada vez más insatisfechos, más tristes, más desesperados, para vendernos las soluciones y que las consumamos incansablemente, para que nos sumerjamos infinitamente en el ciclo de comprar y tirar, incluso personas, de consumir, mientras nos consumimos a nosotros mismos.
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