Indica el filósofo Roberto Blatt que el primer proyecto de quererse implantar un monopolio estatal de la verdad en dinámicas totales y terrenales a través de la propaganda y sus estrategias dirigidas hacia la adoctrinación fue el de la Revolución Rusa, en cual se alfabetizó a las masas y desde el cine, se vendió una realidad, o mejor, la ilusión de una realidad.
Aún, entre posibles fallos de interpretación a ese episodio y las conjeturas históricas o narrativas que se tengan, lo anterior permite dar claridad sobre que la politización del uso o no -como estratagema- de la propaganda y del control de los medios para una masificación ideologizada de la realidad, del acto y del posible futuro bajo esa idea (que venda y se convierta en popular), no es posible. Actualmente, no es cuestión de hablar de acercamientos a la verdad por somera superficialidad de ser de derecha o izquierda, lo que se opone a la tesis: es verdad o se convierte en verdad según el sector ideológico que diga, narre o describa. Pero es posible, detectar en la historia, contextos sociopolíticos en donde el uso del discurso hacia una verdad ideal y conveniente se integraba al modelo contrario de la areté & veritas.
El populismo y su corriente natural utiliza la teoría de la comunicación afectiva para venderse y masificarse -es casi un proceso natural y difícil de aislar-, entendiendo que dicha teoría puede leer e intervenir a la sociedad entre los polos del miedo y la esperanza. Lenin y Stalin entendían lo anterior y el papel de la forma discursiva del cine y la conexión vital con el ser humano y su mente desde el ideal, por encima de lo racional. Esto es porque fácilmente, como lo proclaman ideas marxistas, el cine termina siendo lo que puede reemplazar a la taberna y las iglesias para la transformación y modelamiento de las masas.
En lo actual, tal vez, y sin reparos entre corrientes ideológicas, la atención se centra en las redes sociales virtuales del des-conocimiento y la tergiversación. Las miradas pueden dirigirse a lo que Mathew D´Anconda, periodista del New York Times indica que uno de los mitos más nocivos para nuestro tiempo, se da en el total alejamiento y distancia entre una elite intelectual (muy culta) y la gente corriente (la del mundo real), y esta brecha, la del ideal y lo real, es el escenario propicio para el pseudo revolucionario.
Y simplemente, porque la sincronía de elementos entre lo que pasa en el escenario político y el criticar -destructivamente- todo lo que se hace desde el orden y la institucionalidad, es un proceso que gana amores y seguidores entre la juventud. Esa misma que ante el concreto hecho de construir esferas de análisis, se limita al romance de lo ideal aislando la figura de lo real y su realidad.
La nacionalización de la industria del cine por parte de Lenin en 1919 apuntaba al objeto del fortalecimiento del Comisariado del Pueblo para la Instrucción Pública (Narkomprós), y así, el cine sería una ruta para el adoctrinamiento de las masas bajo el discurso de la alfabetización de éstas: referir la historia desde la perspectiva comunista.
La participación de los públicos en ese proceso de democratización de la información y la manifestación escrita se convierte en una plataforma para la posible venta de ideas vacías pero emocionales (las cuales se conectan y pueden estar viciadas de mentiras repetidas), que no permiten confrontaciones de ideas menos populares. Es tal el nuevo feminismo, en donde la investigadora y profesora Camille Paglia exterioriza que “el objetivo no es absolver a los hombres jóvenes de su deber de comportarse honorablemente. El gamberrismo no se puede tolerar. Pero tampoco podemos seguir contemplando la vida entera a través de la estrecha lente del género. Si las mujeres esperan un trato igual en la sociedad, deben abandonar el infantilismo de exigir medidas de protección especial. La libertad implica una responsabilidad individual”.
El problema no es la democratización -real o ideal- de la expresión masiva en la red, el impedimento se vislumbra en mayor efecto, cuando las masas evitan la discusión y el intercambio de ideas y argumentos, por el miedo a la confrontación, con aquello que puede sonarle real, pero alejado de su idea. Y alejarse de la idea de lo que se considera verdad, puede llevar a la fatalidad y pérdida de su propio ego ideológico y esa es una correspondencia constante entre verdad, masas e ideas.