Es difícil hablar de política en Colombia porque este ejercicio está desvalorizado y deslegitimado. Varios imaginarios dan forma a lo que nosotros decimos que es la política; y esos imaginarios se vinculan con las personas que la han ejercido desde la época colonial. Creemos que los políticos son unos ladrones de cuello blanco, unos corruptos descarados y unos cínicos. Mucho de esto no es infundado y tiene sustento real. Buena parte de la clase política colombiana nada en un lodazal de casos de corrupción, mentiras y desfachatez.
Otro de los imaginarios poderosos que ronda la clase política colombiana es que la única forma de acceder a un cargo es es si tienes dinero. Cierta clase de políticos, en lugar de entregarse al servicio de la ciudadanía, piensan los cargos de representación como una inversión en la bolsa: “invierto tantos millones en mi campaña y estos retornan, rápidamente, en un tiempo estimado y con réditos de poder al lado”. La trampa es que terminan gobernando para quienes los financian.
Por último, está el legado colonial de nuestras prácticas políticas que tiene dos caras: los cacicazgos y los delfines. O tienes una gran maquinaria al lado, o eres hijo o nieto de un político. Y así entre delfines y caciques hemos perdido las instituciones que son de todos; algo que yo llamo el poder oligárquico.
En lo que sigue, quiero exponer siete razones de por qué es urgente hacer política hoy, a pesar de los imaginarios asociados a los políticos.
Primero. Colombia atraviesa una crisis institucional sin precedentes. El presidente, la fiscalía, la contraloría y buena parte de los congresistas gobiernan exclusivamente para ellos y sus familias. Es claro que al gobierno de turno solo le importa su imagen y su prestigio frente a sus financiadores: los bancos y las grandes empresas. Todos los discursos sobre el pueblo y la reducción de la pobreza están vacíos; ellos no ejecutan acciones para solucionar los problemas nuestros y derrochan el erario en imponer un legado que no han construido.
Segundo. En Colombia vivimos de una crisis de representación política. La mayoría de quienes hoy ostentan cargos de elección popular no viven, ni sienten – ni siquiera les interesa – la vida de la mayoría de los ciudadanos. Sus decisiones políticas lo demuestran: ningún beneficio para las mayorías y todos para ellos y sus amigos. El Centro Democrático, en alianza con los partidos tradicionales, ha reforzado un desprecio sostenido por las clases medias y populares que hoy se catapulta en el proyecto de Reforma Tributaria presentado por el “técnico neoliberal” Alberto Carrasquilla. Adolecemos de líderes políticos y abundan los tecnócratas.
Tercero. La clase política colombiana está permeada por la cultura mafiosa del narcotráfico: “todos me sirven a mi, o son mis enemigos”; las instituciones del Estado se convirtieron en un botín que ha sido capturado para sostener estilos de vida y privilegios económicos; mientras la mayoría trabaja y estudia incansablemente para vivir dignamente. Si hay un poder oligárquico, también debe haber un poder mafioso.
Cuarto. Hoy nos enfrentamos a la mayor crisis económica de los últimos tiempos y las decisiones del gobierno están orientadas a salvar a las grandes empresas y a los bancos, mientras la mayoría queda abandonada a su propia suerte, yo quisiera preguntar: ¿dejaremos que estos políticos hagan lo que quieran? Una suerte de neoliberalismo a la colombiana; es decir, con la lógica de la privatización y salvando sus propios fines.
Quinto. Contrario a esa clase política creo que hacer política tiene que ver con quebrar la indiferencia y enfrentar a esos de siempre que se creen dueños de todo, es clave convertir en el principio ético de una política renovadora la de idea de que nunca más puedan los políticos tomar una decisión en contra de la gente.
Sexto. Hacer política tiene que ver con escuchar y dar todo lo que tenemos, en términos profesionales y humanos, por el bienestar de todos, incluso de aquellos que no piensan igual a nosotros. Apostarle a un gobierno democrático distinto al que tenemos tiene que ver con remover esos valores de la vieja política y avanzar en la construcción de una nueva generación de líderes inteligentes, luchadores, osados y comprometidos.
Séptimo. Porque debemos transmitirles a todos que las decisiones políticas afectan nuestra vida diaria, desde el precio de la comida, hasta la forma en la que pensamos y los espacios más familiares. Hacer política tiene que ver con fijarnos en esas decisiones, en cuestionar los intereses de quienes siempre toman las decisiones y en preocuparnos por la injusticia que padece una inmensa mayoría gracias a esas decisiones. Debemos sacudirnos de la idea de que la vida es así, de que no hay alternativa. Estoy convencido que la política es justo la manera de producir alternativas y posibilidades comunes que se oponen, claro, a los intereses de esa minoría privilegiada. ¿Vamos a dejar que todo siga igual?
Efectivamente no debemos creer que la democracia se tiñe sencillamente con la libertad que detenta un ir a las urnas. El voto del colombiano no es libre porque la libertad de conciencia es ya un espejismo. Es tiempo de educar la conciencia. Para mí, el octavo punto debería remitir a poner los ojos en el cuarto poder.