Una vida más acá de la muerte

En Colombia han pasado ya cerca de tres meses desde que se anunció el inicio del confinamiento debido a la pandemia del COVID-19. El virus, la enfermedad, nos confronta con la posibilidad de la muerte, tan solo con eso, con su posibilidad. Si se mira de manera objetiva, la pérdida de vidas humanas que puede llegar a ocasionar la pandemia son de un porcentaje relativamente bajo: la mayoría no tendrá síntomas y quizás ni siquiera se entere de que por sus venas corrió el microscópico agresor: la gravedad pareciera ser producto del azar[1]. Sin embargo, el ser humano es el animal que se reconoce mortal, que sabe sobre su posibilidad de faltar en la cadena de los hechos. Asunto no menor, al menos para un saber como el psicoanálisis.

La pulsión de muerte, ese oscuro concepto freudiano, indica los efectos que tiene para cada sujeto el hecho de contar con su propia finitud. Lo que se llama “sentido de vida” es, en última instancia, un sentido de muerte: el sentido que se le pueda dar a la propia muerte es el que dará un sentido al hecho de la vida. Es de esta manera como puede justificarse una guerra, llena de posibilidades heroicas, un suicidio, la existencia de los mártires, o la presencia misma de la religión en el mundo, pues mientras haya un Dios en la muerte habrá motivos para conducirse de manera correcta en esta vida. La muerte, entonces, organiza el comportamiento individual y colectivo de los sujetos. Vivir en sociedad es una forma de gestionar de manera colectiva el hecho de la finitud y hallar modos en que esta pueda dar sentido a grupos amplios de personas.

Ante la pandemia, con la confrontación directa con la posibilidad de la muerte, los sujetos se ven concernidos precisamente por esta pulsión que, como dice Freud, es silenciosa en la generalidad de la vida. Rara vez se la puede reconocer detrás del comportamiento de los individuos y más bien parecería ser un invento que una realidad. Sin embargo, cada vez surge con mayor crudeza la pregunta por la muerte. Las disputas en las redes sociales y los medios de comunicación se intensifican con acritud. Algunos defienden la cuarentena, no por defender la vida sino por esquivar la muerte, que aunque puedan parecerlo no son lo mismo; de otro lado, se pide el salir, la libertad, para no morir de tedio o de hambre. Detrás del debate, inevitablemente, la misma pregunta: ¿de qué manera deseamos morir? ¿qué muerte está más cargada de sentido? No hay forma neutra de responder a estas preguntas. El sujeto se juega allí, literalmente, a vida o muerte y por eso nunca se trata de una disputa racional. Inevitablemente aparecen la ofensa, la ironía, el desprestigio por el argumento del otro. Cada uno apela a saberes diversos, pero insuficientes, para justificar su posición: algunos a los supuestos médicos, otros a las hipótesis económicas; en ambos casos cuestiones de fe, puesto que ninguno cuenta con la certeza sobre un porvenir necesariamente incierto.

De este modo, el virus nos confronta con el vacío de sentido. En sí mismo el virus no lo tiene, la enfermedad no lo tiene, la muerte no lo tiene. Es esta incertidumbre la que resulta pesada y detestable para el animal cuyo único mérito es producir significados. Allí donde no conseguimos abrochar un sentido aparece la angustia, el cuerpo responde con malestar, con desasosiego, con descontrol. Esto no ocurre solo en la pandemia, toda comunidad humana, toda vida individual se organiza de tal modo que su búsqueda es obturar la angustia que puede emerger ante la falta de sentido. Por eso, es más fuerte el discurso que busca alejar la muerte, su sinsentido.

Es este el campo de trabajo del psicoanálisis, quizás única práctica del sinsentido con la que contamos hoy en día. En la experiencia del diván, al confrontarse con su palabra, cada sujeto termina por confrontarse ineludiblemente con la carencia de significado de sus acciones, con la falta de peso y trascendencia de su existencia, con lo inevitable de su destino. Pero no se crea por ello que se trata de una práctica del pesimismo. La apuesta del analista en este marco es que solo algo nos queda ante el sinsentido: la vida. Pasar por el diván es hallar en sí mismo los caminos para vivir, aunque la vida no tenga sentido, aunque la muerte aceche, aunque cada acto se vaya a diluir en el silencio del olvido. Más que engolosinarse con la trampa de escaparle a la muerte, se trata de sostener un discurso y un acto capaz de apostar por la vida. Quizás entonces este sería un rumbo posible ante las incidencias actuales: ¿Hasta qué punto todas las acciones que se vienen tomando no son más que retoños de la pulsión de muerte, de su afán de imponer el pensar en morir antes que en vivir?, ¿qué vida es posible ante la realidad del virus? Al margen de los cuidados necesarios que cada uno debe tener consigo y con los demás, ¿qué posibilidades hay de seguir viviendo, de disfrutar? Ante la imposibilidad de plantear una respuesta generalizable, estas preguntas se plantean como vías transitables para que cada sujeto pueda asumir una posición ética, no solo ante la contingencia actual, sino ante aquello que se ha llamado la “normalidad”.

 

Bibliografía

Freud, S. (1920/1992). Más allá del principio de placer. En S. Freud, Obras completas Tomo XVIII. Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1921/1992). Psicología de las masas y análisis del yo. En S. Freud, Obras completas Vol. XVIII (págs. 63-136). Buenoas Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1930/1992 ). El malestar en la cultura. En S. Freud, Obras completas Vol. XXI (págs. 57-140). Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Lacan, J. (1959-60/1990). Seminario 7: La ética del psicoanálisis. Buenos Aires: Ediciones Paidós.

 

 

[1] Se recomienda ver el video de aclaración de dudas sobre COVID-19 de Mauricio González, M.D. https://www.instagram.com/tv/CAwAS0_AtIW/?igshid=bkslol8uscml

David Tamayo Uribe

Psicólogo y Psicoanalista, docente universitario, Magíster en investigación psicoanalítica de la Universidad de Antioquia.

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