Una pandemia que cumple tres años entre miedos y milagros

La pandemia ha sido una carrera profesional para la humanidad y ahora, cumplido nuestro sexto semestre, hemos recibido importantes lecciones que llevan a pensar si el conjunto de lo más feo que nos caracteriza se ha movido o transformado un tris.


Tres años se han cumplido desde la declaratoria de pandemia por el virus del covid-19. Tres. Esa cifra cabalística presente en tantos mitos y evocadora de todo aquello que se ha completado, que ha alcanzado su plenitud. En marzo de 2020 cuando apenas comenzaban a operar las medidas de aislamiento, todo estaba atravesado por una sensación de irrealidad ante lo inesperado. Los pensamientos durante ese panorama temprano de la pandemia iban desde lo abiertamente catastrófico, augures del fin en medio de la muerte masiva de los humanos a causa del virus. Aunque tal vez era demasiado cinematográfico para volverse cierto y el virus inteligente como es, hizo una retirada táctica. Para otros era una simple impostura, una conjura global orquestada por los que están en la punta de la pirámide económica y política del mundo; una especie de ensayo a escala planetaria para preparar lo que se le vine a la humanidad en tiempos de crisis climática, de migraciones masivas por el hambre, la inequidad económica y de las guerras que se acentúan en lugar de acabarse. Tres años después, es seguro que hay tanto de lo uno como de lo otro.

Habían y hay muchas otras teorías acerca de la pandemia, algunas delirantes como aquella que veía la mano, la garra, el apéndice o lo que sea, de los extraterrestre en el asunto; o las sesudas y ascéticas ofrecidas por la ciencia quien nos reprendió por encontrar lo que no se nos había perdido en medio de la manipulación sin tregua de la naturaleza, por lo que nos topamos con un golpe de zoonosis después de que en la misteriosa China se manipulara, se sospecha que incluso con fines culinarios, un inocente murciélago (“vampiro” al decir de una senadora de los últimos tiempos o de los tiempos últimos, como se quiera).

Lo cierto es que tres años después, según el dédalo de reportes y estadísticas que llueven por todas partes, aproximadamente un 10% de la población mundial se ha contagiado del “nuevo” coronavirus, lo que representó la muerte de unas 7 millones de personas y, aunque aún no termina oficialmente la declaratoria de pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud -OMS- con todo lo que ello implica en términos de limitaciones a la libertad, movilidad y otros protocolos, se rumora que el fin está cerca, el fin de la declaratoria de la pandemia, se entiende.

Una retrospectiva rápida del trienio nos lleva a la espeluznante imagen de quienes padecieron los tratamientos en UCI (unidad de cuidados intensivos) muchos de los cuales perdieron la partida y tuvieron que ser inhumados en ausencia de sus familiares. Las alertas por brotes o casos cerca de nuestras casas. Los centenares de miles de familias ahogando la angustia cotidiana y domeñando el hambre porque se ganan la vida al día a día y no se podía salir a trabajar. Niños, niñas y adolescentes encerrados, afrontando los traumatismos y las sombras de la falta de socialización. Los rituales de prevención que a muchos llevó a la liturgia del alcohol como lavamanos permanente, incluso lavado de zuelas, mesas, manos, utensilios caseros, manijas de transporte público y todo lo imaginable que estuviera al alcance del puf salvador, aunque fuera solo como ingenuo placebo. Sin olvidar que la liturgia del alcohol también se extendió a los bebestibles.

Pero, de igual manera, trae a la memoria el encierro que para muchos fue como una tregua ante el “grasoso potaje de la vida cotidiana” y que algunos disfrutaron gracias al privilegio de poder cumplir los deberes de manera virtual. Terrible la pandemia, es cierto, pero qué bueno el recogimiento, el silencio, la soledad. El espectáculo de los animales que parecía se ilusionaron con que después de nuestro destructor influjo humano, nos habíamos retirado al fin. Las acciones heroicas y solidarias del personal médico que en todo momento alimentó el hálito de la esperanza de conservar la vida, antes y después de la vacuna. Los artistas presentándose en nuestra ventana porque la montaña no podía ir donde Mahoma, y un gran etcétera de cosas bonitas y agradables que cada quien sabrá añadir.

La pandemia ha sido una carrera profesional para la humanidad y ahora, cumplido nuestro sexto semestre, hemos recibido importantes lecciones que llevan a pensar si el conjunto de lo más feo que nos caracteriza se ha movido o transformado un tris. Lo más seguro es que la ambición, el talante violento, el ánimo depredador y el odio se encogieron el equivalente al diámetro de un virus del COVID-19. Ya es algo.


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Andrés Arredondo Restrepo

Antropólogo y Mg. Buscando alquimias entre Memoria, Paz y Derechos Humanos.

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