Si uno le pide a Google que encuentre el texto del Informe sobre la Estabilidad Financiera Mundial del Fondo Monetario Internacional para abril de 2006, el buscador convenientemente pregunta si uno, en realidad, no está buscando la versión de abril de 2016. Estoy seguro de que el FMI nunca intentaría manipular un motor de búsqueda, pero imagino que los responsables de los asuntos públicos del Fondo están felices si la menor cantidad de gente posible puede acceder a la versión de 2006. No fue una de las publicaciones más clarividentes del FMI.
El informe, publicado justo cuando empezaban a surgir las primeras dudas sobre el mercado de hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos, presentaba una visión alentadora del presente y del futuro. Los autores en efecto se referían a si los desequilibrios globales, los derivados y las hipotecas de alto riesgo planteaban una amenaza para la estabilidad financiera. Pero les gustaba lo que veían.
En el mercado hipotecario, el FMI veía perspectivas de un aterrizaje suave. Creía que los desequilibrios globales se irían resolviendo gradualmente. Y elogiaba la capacidad de los mercados y compañías financieras de Estados Unidos a la hora de crear instrumentos innovadores para «atraer y sustentar altos niveles de ingresos de capital». Por cierto, se describía a los mercados estadounidenses como «profundos, flexibles, sofisticados y, en líneas generales, bien regulados».
Pero el error de apreciación más notable aparece en la discusión de la transferencia del riesgo crediticio. El FMI concluía que «una dispersión más amplia del riesgo crediticio ha permitido que el sector financiero se tornara menos riesgoso». En consecuencia, «los bancos deberían volverse más resilientes y financieramente estables» y las consecuencias de esto «deberían traducirse en menos quebrantos bancarios y una provisión de crédito más consistente». Hemos entrado en una era en la que «los bancos comerciales pueden ser menos vulnerables a los stocks de crédito o económicos».
No fue, digamos, el momento más feliz del FMI. Nos recuerda la famosa observación de John Kenneth Galbraith de que los pronosticadores económicos fueron puestos en la Tierra para que los astrólogos parecieran buenos. De modo que tal vez deberíamos tomar con pinzas los informes más recientes del FMI, que están llenos de advertencias oscuras. No debería sorprender que, inclusive una década después, el FMI siga estando influenciado por el hecho de no haber podido advertir con tiempo que una crisis financiera global -la peor en casi 80 años- era un riesgo material.
Y, de hecho, hay indicios de que el FMI ahora ve problemas por donde mire. Pero, si bien los economistas del Fondo pueden correr el riesgo de pronosticar diez de las próximas tres crisis, no sería sensato desestimar por completo sus temores sobre la base de los errores pasados. (Esa ha sido la respuesta absurda de los defensores del «Brexit» a las advertencias de la Unión Europea, el FMI, la OCDE y a que un retiro de la UE causaría un daño importante a la economía británica). El Fondo hace valer algunos puntos fuertes, pero otros no parecen estar tan bien fundamentados.
Los argumentos más fuertes del FMI tienen que ver con China y con los bancos europeos. Sin duda es verdad que la acumulación de deuda en China exige un monitoreo de cerca, y que el desapalancamiento corporativo, que se necesita con urgencia, «debería estar acompañado de un fortalecimiento de los bancos y las redes de seguridad social, especialmente para los trabajadores desplazados en sectores con un exceso de capacidad». No hay ninguna razón por la que esto no pueda lograrse -el balance general de la China corporativa sigue siendo sólido-, pero las consecuencias distributivas internas exigirán una gestión muy cuidadosa.
El segundo gran desafío que identifica el FMI -el exceso de capacidad en el sistema bancario de la eurozona, y el problema relacionado de los créditos en riesgo de ser recuperados- en principio también tiene solución. El Banco Central Europeo es bien consciente del riesgo de los bancos más débiles; pero, en un momento en que la economía de la eurozona depende marcadamente del crédito bancario, ocuparse de él no es una tarea sencilla. Y una continua intervención masiva del BCE en los mercados de bonos no haría más que posponer el día del juicio final, no evitarlo.
Pero el tercer problema detectado por el FMI tal vez no sea un problema en absoluto. El Fondo sostiene que la industria de los seguros de vida podría ser una fuente futura de riesgo sistémico, y por lo tanto debería ser objeto de una prueba de estrés macroprudencial, o colchones de capital contracíclicos, según el modelo utilizado para los bancos.
La primera recomendación es curiosa: el personal del FMI no parece consciente de que ya se ha implementado un régimen de pruebas de estrés para las aseguradoras en algunas jurisdicciones, particularmente el Reino Unido. De hecho, existen pruebas de estrés, y las llamadas pruebas de estrés inversas, mediante las cuales se les exige a las aseguradoras que describan qué tendría que suceder para que quebraran. Y, por supuesto, las aseguradoras -de manera casi universal- estuvieron sometidas a una prueba de estrés en el mundo real cuando se produjo la crisis financiera. La única quiebra importante, AIG, ocurrió como consecuencia de problemas en su actividad no vinculada con los seguros.
De la misma manera, el FMI no hace una defensa concluyente de una estrategia contracíclica macroprudencial para el capital de garantía. El propio análisis del Fondo no demuestra que las aseguradoras se hayan comportado de manera procíclica. Por el contrario, hay evidencia de que actuaron de manera contracíclica en la crisis. Hasta el FMI concluye que «la evidencia no es indiscutible».
Esa es una base delgada sobre la cual proponer un nuevo conjunto de requerimientos de capital, que «se acumularía durante los períodos de bonanza del ciclo financiero y se recortaría durante los períodos de estrés financiero». No se explica por qué esos ajustes son apropiados en el lado de los activos del balance, mientras que los pasivos siguen sin variaciones.
Tal vez sería mejor si el informe del 2006 del FMI pudiera esconderse lejos de todo alcance, detrás de un programa de seguridad o en alguna parte en la oscuridad de la web, en un museo no catalogado de pronósticos desastrosos. Así el FMI podría volver a tener una visión equilibrada, en lugar de pronunciar tantas falsas alarmas que harán que un día nadie las tenga en cuenta cuando estalle un incendio de verdad.
Autor:
(originalmente en Project-Syndicate, publicado bajo su autorización)
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