Ahora viene lo difícil: hacer la paz

Aplaudo de pie lo sucedido el 23 de junio en Cuba, donde se podría decir, ya se firmó el fin del Conflicto Interno Armado en Colombia, al menos con las FARC-EP, la guerrilla más vieja y fuerte del país y de América. Eso ya es mucho decir, teniendo en cuenta que ha sido esa guerrilla la que ha montado a casi todos los presidentes que han llegado al Palacio de Nariño bajo el discurso de acabar con ellas por la vía militar o no, entre ellos Belisario Betancur, Pastrana, y ese representante de la extrema derecha paramilitar, pero que gracias a ellos fue presidente de Colombia durante 8 años, y que tanto daño causó  a las clases populares del país, a las que las que ellos decían defender (dimensionen cuán idiota útil ha sido esa guerrilla);  y claro, a Santos, también en dos oportunidades, aunque haya tenido que ser él, un representante de la oligarquía y la clase política tradicional de derecha el que haya tenido que acabar con esa guerra de más de medio siglo con ellos.

Ojo, se firma el fin del Conflicto Interno Armado en Colombia al menos con las FARC-EP, que era el mosquito que tanto molestaba al progreso del país y que montaba presidentes que decían tener el repelente, mas no se firma ninguna paz, que quede claro. Ahora vienen dos cosas, una difícil y otra muy difícil: firmar el fin de Conflicto con las demás guerrillas y grupos residuos del paramilitarismo, principalmente con el ELN, (por qué es difìcil) y las BACRIM; la otra cosa muy difícil es hacer la paz de verdad, no esa que Santos dice que va a firmar.

En lo que tiene que ver con esa segunda cosa, Jaime Bateman, cofundador del M-19, cuestionaba por allá en 1983 si la paz era que acabaran los combates guerrilleros  y darle seguridad a unos cuantos desmovilizados, o que anduvieran por las calles del país personas con hambre, que hubiera que construir ranchos para poder vivir, o si la paz era que buena parte de la población colombiana siguiera desnutrida. Concluía él que la paz pasaba por la justicia social, y sus palabras hoy todavía tienen vigencia.

La justicia social demanda suprimir la opresión que los poderosos ejercen sobre las clases dominadas, o mejor, suprimir esas desventajas enormes que tenemos los de abajo respecto a los de arriba en muchos aspectos: oportunidades de empleo y salario digno, educación y salud de calidad, vivienda digna y acceso  a la información imparcial para crear opinión propia y no impuesta.

En ese sentido, se empieza a hablar de paz cuando yo tengo igual oportunidad que un hijo de algún alcalde o concejal para acceder a un empleo en la Gobernación o en un colegio público como profesor. No se puede hablar de paz cuando las palancas empiezan a estancar a los que están mejor preparados, a sabiendas de que ese estancamiento es el que empuja a muchos ‘pilos’ a espacios donde no deberían estar como la calle o los negocios mal hechos, como dirían las abuelas.

Hablamos de paz cuando yo no tengo que robar para conseguir la carne para la casa, porque tengo un empleo que no me negaron porque no tenía libreta militar o experiencia laboral, y es que cómo la iba a tener si nunca he trabajado, y cómo voy a conseguir esa libreta si no tengo con qué. De hecho, no se puede hablar de paz cuando el Estado roba a los ciudadanos mediante trámites y requisitos inútiles como aquel de la libreta militar. No se puede hablar de paz entonces cuando la sociedad me empuja a la delincuencia porque me cerró puertas de estudio y trabajo, y no encuentro más salida que aquella del dinero fácil, porque sencillamente el otro me es difícil.

Se empieza a hablar de paz cuando tengo una urgencia de vida y no me dejan en las Urgencias de las EPS esperando 5 o 6 horas mientras soy atendido, o cuando tengo cáncer y debo esperar meses para tener mi primera cita con el oncólogo, a sabiendas de que al presidente de la República lo operan de un tumor cancerígeno en cuestión de horas, igual que al vicepresidente y tantos otros ciudadanos importantes. No se puede hablar de paz cuando la Salud mira nuestros bolsillos y no nuestra urgencia de vivir, ni mucho menos cuando hay ciudadanos de mejor categoría que otros.

No se puede hablar de paz cuando ni siquiera tengo vivienda porque he sido desplazado o me han echado de la casa en donde estoy porque no la puedo pagar, pues sencillamente mi salario no me alcanza. No se puede hablar de paz mientras haya millonarios con más de 5 propiedades y otros no tienen más que el techo de un puente y un cartón como cobija.

Justicia social  es cambiar eso de que solo el 1% de la población de Colombia concentre el 40% de la riqueza del país (en 2014), cuyas cifras resultan viniendo además de boca del Presidente Santos,  ese mismo que dice que tenemos un buen crecimiento económico, pero para qué  si eso es para los de arriba y para los de abajo es decrecimiento nada más. Decía un Magister en derecho Empresarial a Semana, que el “crecimiento económico sin redistribución del ingreso, no es progreso; es simplemente aumento de la concentración de la riqueza. Solo hay progreso cuando hay expansión económica hacia los sectores marginados de la sociedad” yendo eso también en consonancia con lo que planteaba Bateman en su momento. Por eso para hablar de paz también hay que hablar con los Sarmiento Angulo, los Ardila Lule, e incluso con los Santos y los Uribes, y también poner en cintura a los Slim y a los Pacific Rubiales.

Paz también es no tener guerra mediática, en donde RCN y Caracol pretenden ir lanza en ristre contra cualquier viso de paz e imponer una agenda de odio, venganza y guerra. Paz tiene que ver entonces con que todos los colombianos tengamos acceso a diversidad de opiniones, y a que haya un tercer canal independiente y para todos. Paz es tener derecho a la información imparcial y no a la impuesta.

Pero sobre todo, este país empezará a oler la paz cuando haya libertad sindical, cuando se respete al opositor, y se le vea como tal y no como enemigo, cuando se comprenda que la unidad se construye a partir de las diferencias, y que las ideas políticas solo puedan llevar al calor de los debates y no al de las bombas y las balas.

Para concluir, con el fin de las FARC-EP entonces, los políticos ya van a tener que ir ingeniándose otra plataforma política y empezar a ver a los verdaderos problemas del país, que alcanzo a esbozar acá algunos de ellos, y empezar a crear soluciones, porque el comodín de las FARC-EP para hacerse con los cargos públicos  ya no va a estar. Ya se acaba la guerra armada, ahora queda darle frente a la guerra social en la cual también hay víctimas y victimarios.

 

 

 

Santiago Molina

Licenciado en Humanidades, Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia.​

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