Una carrera de ciegos

“Los candidatos se han lanzado a una batalla encarnizada por insultar la inteligencia del votante demócrata e informado; por menospreciar la poca institucionalidad que le queda al país; por mostrarse, en definitiva, como la peor opción para gobernar el país en sus horas más oscuras”.

A falta de un mes para que se realice la segunda vuelta electoral, la carrera por ocupar el sillón de Carondelet se ha convertido en un espectáculo patético de mediocridad y disparos en el pie.

Aunque uno hubiera esperado que, con más del 50% de los votos en juego, los binomios presidenciales optarían por demostrar sus mayores virtudes, comunicar sus mejores propuestas y, como no, lanzar sus más furibundos ataques al contrincante, la campaña presidencial ha devenido en una vergonzosa carrera de ciegos.

Los candidatos se han lanzado a una batalla encarnizada por insultar la inteligencia del votante demócrata e informado; por menospreciar la poca institucionalidad que le queda al país; por mostrarse, en definitiva, como la peor opción para gobernar el país en sus horas más oscuras.

Empecemos por el binomio de la “esperanza”.

Si bien todos vimos como un gran acierto el ocultamiento del candidato a la vicepresidencia, Andrés Arauz, pareciera ser que Luisa González se está empeñando en interpretar su papel de repelente de votos.

A la pregunta de un entrevistador sobre si implantar el “socialismo del siglo XXI” en caso de ser gobierno, a González no se le ocurrió nada mejor que decir que se vive mejor en Venezuela que en Ecuador.

De sobra está decir que vivir en Ecuador a día de hoy no es precisamente un privilegio, pero compararlo con el país con más hambre de América Latina —junto a Haití— y con la dictadura más infame —junto a la de Nicaragua— es una broma de mal gusto para los ciudadanos venezolanos que han debido huir del lugar que los vio nacer y para los ecuatorianos que temen que a la inseguridad haya que sumarle la miseria económica.

Pero si esto resultara no bastar para ahuyentar a cualquier votante medianamente demócrata, el correísmo se ha curado en salud.

Mientras crecen las voces que acusan al correísmo de querer tomarse la justicia, el expresidente Rafael Correa, siempre activo en redes sociales, decidió darle una palmadita en la espalda al presidente del Consejo de la Judicatura tras su novedoso invento institucional de que dos votos de cinco hacen mayoría para destituir a un juez de la Corte Nacional, y apoyar el descarado intento de sus coidearios al interior del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social —órgano supuestamente no partidista— de deslegitimar a la Corte Constitucional, último reducto de institucionalidad que le queda al país.

Y si esto no fuera suficiente, firmes en su afán de reducir su masa de potenciales votantes, han volteado a ver al movimiento indígena, que en primera vuelta no contó con candidato propio, para, sorpresas te da la vida, atacarlo por no subordinarse a la agenda correísta. Las demandas de las organizaciones indígenas son absolutamente irrelevantes cuando la prioridad para el país es el retorno del Amado Líder, ese que llamaba a sus dirigentes “ponchos dorados”.

En términos de calidad de la democracia, el trinomio Correa-González-Arauz no es precisamente esperanzador.

Sea como fuere, lo cierto es que el comportamiento del binomio correísta y su líder es todo menos sorpresivo. A pesar de haber perdido hace dos años una elección en la que tenían todo para ganar, el correísmo no ha perdido su característica arrogancia y su concepción populista de las instituciones democráticas.

Lo que ha sorprendido, más bien, es la metamorfosis sufrida por Daniel Noboa y las ideas de su hasta hace poco desconocida candidata a la vicepresidencia, Verónica Abad.

El debate resultó ser un espejismo, y aquel “joven preparado” que evitó la confrontación directa con el resto de candidatos ha mutado en un cúmulo de contradicciones, propuestas de campaña absurdas y afirmaciones tan falsas como ofensivas.

Auspiciado por el movimiento del expresidente Lenin Moreno, hijo del mayor empresario bananero del país, Noboa afirma que su ideología es de “centroizquierda”.

No soy de los que piensa que para ser de izquierda hay que vivir en una caja de cartón, pero resulta extraño que el heredero de un emporio conocido por las permanentes violaciones de los derechos laborales y una incansable evasión tributaria se considere de centroizquierda. Tan extraño como el hecho de que escogiera como compañera de fórmula a una activista provida y libertaria que perteneció al movimiento del actual presidente Guillermo Lasso.

Si la pareja dispareja tenía la oportunidad de captar el voto progresista que el conservadurismo de González y Correa ahuyenta, Verónica Abad se ha encargado de horrorizar a dicho votante.

De su amplio repertorio de declaraciones censurables podemos recuperar algunas como su negación de la violencia de género en Ecuador, su defensa de que las mujeres cobren menos que los hombres, su propuesta de privatizar la educación y la salud pública, así como la seguridad social o su estrafalaria afirmación de que el marxismo hace feas a las mujeres.

Pero el “preparado” Noboa no se queda atrás, y engrosa nuestro catálogo de despropósitos electorales con afirmaciones como que “las mujeres se embarazan para recibir bonos” o que la gente “se hace meter presa para comer y tener atención médica”. Afirmación ésta última difícil de sostener en un país donde los presos sufren hacinamiento y donde cada mes se registra una matanza carcelaria.

En un país profundamente desigual, donde la violencia contra las mujeres es el pan nuestro de cada día y en el que las cárceles son escuelas del crimen, el binomio Noboa-Abad representa una peligrosa apuesta por radicalizar el desmantelamiento de lo público.

Gris año y medio le espera al Ecuador, con la posibilidad, además, de que 2025 pueda ser peor.


Todas las columnas del autor en este enlace: Juan Sebastián Vera

Juan Sebastián Vera

Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Estudiante de Política Comparada en FLACSO, Ecuador.

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