Un viejo amigo

Salir adelante, no es dejar el barrio. Salir adelante, es dejar al barrio en lo alto.


Si creía que el tapabocas hacía irreconocible a las personas, era porque aún no lo había visto con el sacol.

La bifurcación de nuestro andar es tan extrema, que se vuelve irrisoria al saber que vivimos en el mismo barrio y nunca nos topamos.  Ya no son días de antaño los que cubren nuestro vivir, ya solo quedan memorias peinadas con nostalgia. De vez en cuando recalco ilusoriamente aquellos cotejos del ayer, donde el “hágame famoso” siempre terminaba en un suspiro por su parte, a la par que compensaba mis autogoles. Usted y yo bien sabemos que lo zurdo solo se me nota a la hora de escribir feo.

Lo más lindo de estos encuentros era celebrar la derrota (cuando la había) haciendo vaca para comprar helado de doscientos pesos. Y aunque todos éramos conscientes de que la señora de la tienda los elaboraba a base del sobrante del jugo del almuerzo, siempre repetíamos. Era en estos momentos donde acostumbrábamos a hablar de nuestro futuro. Por turno, cada uno relataba paso a paso el plan por el cual se haría con todo el dinero del mundo, y como lo derrocharía. Pero, aunque todos planeábamos diferentes vidas con excentricidades alejadas a la realidad, siempre nos encontrábamos en el mismo anhelo: Una casa para papá y mamá. ¿Dónde? fuera del barrio.

En ese momento, siendo usted voz de mando, intervenía. Y sin dejarnos replicar daba rienda suelta a enumerar los pasos que transitaría para llegar a ser el primer policía-astronauta-futbolista del mundo. Seguido de como convertiría una jugada individual al minuto noventa, en el gol que daría al deportes Tolima la primer Champions en su historia. Para al final remarcarnos en como invitaría a la tan anhelada orejona a conocer la cuadra en donde creció. Y así haciéndonos la corrección de siempre, “Salir adelante, no es dejar el barrio. Salir adelante, es dejar al barrio en lo alto”.

Sin embargo, no entiendo lo que pasó. No sé en qué momento la vida truncó la esperanza de todo un grupo de amigos quienes apostábamos en el gran futbolista que se reflejaba en usted. No sé si culpar a las malas andanzas, o a un padre ausente, tal vez la misma pasión que usted sentía por el deporte rey, fue la que lo llevó a establecer relaciones con individuos que temíamos de pequeños. Recuerdo muy bien cuando hace un par de años recorrió por el barrio el dato de cómo tras cambiar de casa, usted se salió de la escuela, para iniciarse en el hurto.

Odio pensar que la vida tiene a sus menos favoritos. Que las escasas oportunidades que encontré, a usted se las hayan embolatado. También, me revuelve el ser al pensar que la selección natural se refleja en los estilos de vida que escogemos con base a la escasez que se nos facilita.

Sin duda, en su caminar se refleja el sobrepeso de dos décadas de (in)existencia. Su sonrisa inextensible se vuelve intermitente al paso de aquel aroma por su boca, y de a luces, se deja ver la ausencia de un par de incisivos. Entre harapos, deslumbra un cuerpo malnutrido que deja relucir los sobrantes de viejas riñas, que más que marcar el físico, dejan huella en la memoria. Misma que no olvida, pero siempre recuerda los sueños que solo relucen con cada inspiración de aquel veneno. Y, sobre todo, su mirada perdida opaca el brillo de aquel niño que quería devorar el mundo, sin salir de la cuadra.

¿Qué nos hace diferentes? Nada y todo a la vez. Al final del día, la ruptura de nuestro andar se encontrará siempre en el anhelo del ayer. Nos recordaremos buscando piedras para armar arcos de altura infinita, Implorando a los vecinos que no alerten a nuestros padres por nuestra algarabía. Y, sobre todo, seguiremos vociferando acerca de cómo lograr enaltecer aquel lugar que nos ha dado nada, sin quitarnos todo.

Buen amigo, viaje.

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Juan Pablo Romero

Semi estudiante de enfermería.

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