Las sociedades se deterioran hasta casi desmoronarse cuando quien gobierna concentra tanto poder, que se otorga el derecho a saltarse la separación e independencia de los demás poderes constitucionales, se va erigiendo como un mesías que pone su propia verdad como la verdad absoluta, y va trastocando los valores y los acuerdos sociales a través de anuncios grandilocuentes.
Quienes participamos activamente de la política, me entenderán al decir que este año pareció dos en uno. Y es que la particularidad de vivir una campaña presidencial en la que no se trataba solo de afinidades ideológicas con uno u otro candidato sino de creencias profundas y paradigmas acerca de nuestra visión sobre la política y cuestiones como la economía, la paz, la guerra, la democracia y la sociedad en general, hizo que esta fuera una elección decisiva.
En términos electorales, el resultado final del domingo 19 de junio deja a unos ganadores y a unos perdedores. Gustavo Petro fue elegido Presidente y Colombia da un viraje a la izquierda después de un ininterrumpido régimen político de centros y derechas, pero nunca de una izquierda multifacética en la que se incluyeron sectores moderados y radicales como el del Partido Comunes de la antigua FARC-EP.
Si bien no fue un triunfo contundente ya que la diferencia entre Petro y Hernández, o mejor entre Petro y el antiPetrismo fue de tan solo 687.649 votos, es muy importante que los resultados se hayan aceptado en democracia y no hayan desatado una crisis social que hubiera sido catastrófica por las razones que todos conocemos, entre esas la urgencia de recuperarnos del estallido social del 2021, de los efectos de la pandemia y de un escenario internacional de mucha incertidumbre.
En lo personal, la primera actitud a la que me dispuse con el nuevo escenario político fue la del aprendizaje, la madurez que va dando la experiencia en estas contiendas y el deseo genuino, por el futuro del país, de que al nuevo gobierno le vaya bien. Hasta el momento, he buscado ser muy prudente en mis comentarios y apreciaciones pues quiero hacerlo con fundamentos y ánimos constructivos. De nada serviría intentar hundir un barco en el que vamos todos.
Sin embargo, hoy quiero mencionar algunas cuestiones que considero importantes tener presentes en el ejercicio de las ciudadanías críticas y responsables con el país. Y comienzo reiterando sobre el cuidado de la democracia, del orden constitucional, de las reglas legales, de los valores sociales y de los mínimos éticos en los que debemos ponernos de acuerdo.
Las sociedades se deterioran hasta casi desmoronarse cuando quien gobierna concentra tanto poder, que se otorga el derecho a saltarse la separación e independencia de los demás poderes constitucionales, se va erigiendo como un mesías que pone su propia verdad como la verdad absoluta, y va trastocando los valores y los acuerdos sociales a través de anuncios grandilocuentes sin tener planes concretos ni consensos con los sectores amplios del país, entre ellos ese 47.31% de colombianos que no votaron por Petro y podrían pasar a ser los “nadies” en los próximos años.
Ante cualquier viso de populismo, decisiones antidemocráticas y reformas aceleradas y nebulosas, todos debemos estar ahí, siendo críticos pero constructivos, informándonos sin sesgos y participando en cada municipio y en cada región de Colombia en el cultivo de una unidad democrática, que lejos de ser totalitaria y pretender homogenizarnos, o ignorarnos, conversa, debate, delibera, argumenta, intercambia y se pone de acuerdo en reglas fundamentales como el cuidado de la democracia, que aunque imperfecta, es la mejor garantía para todos aquellos que creemos en la razón, la moderación y las libertades.
PD: en su lista de propósitos para el 2023, no se olvide de poner a Colombia entre las prioridades.
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