Un lenguaje moral común para un diálogo por la paz total

Los tres factores de la retórica son la aptitud para el razonamiento, el conocimiento del funcionamiento de las personas (la psicología humana) y la capacidad más precisa para hacer surgir las pasiones.

Aristóteles, en la política

La ideología es una falsa conciencia.

Marx


En relación al conflicto armado interno que se despliega en algunas regiones de Colombia, pero que por su prevalencia, crudeza y ocupación permanente de la autoridad,  trasciende todos los espacios y espíritus de la nación, hoy, el poder ejecutivo (Gobierno Nacional) intenta erradicarlo mediante el diálogo, o por lo menos minimizarlo tan sólo a grupos desadaptados narco-terroristas, y combatirlos hasta su sometimiento total a la justicia, enarbolando con vehemencia un proceso relevante de PAZ TOTAL. ¡Difícil tarea! Sin embargo, si las partes se allanan responsablemente a la postura de un discurso moral común y práctico, sin duda, el fin es posible.

Pues bien, en primera instancia, debiéramos plantearnos qué condiciones se deben dar para que se produzca un debate particular y público en esa dirección, teniéndose en cuenta que, tanto los grupos involucrados como los individuos que los integran, poseen ideologías opuestas, muchas veces radicales, convicciones tan disímiles, trayectorias vitales muy distintas, ideales, objetivos, estandartes…

Entonces, a la luz de esta circunstancia compleja, ¿podrá encontrarse un punto de vista en común, por lo menos un punto de inicio para el diálogo, partiendo imprescindiblemente de un cese al fuego bilateral? Por lo menos la literatura especializada plantea que sí.

Existen tres circunstancias que hacen posible todo diálogo: las circunstancias sociológica, política y filosófica.

En lo sociológico, una sociedad moderna en donde predomina el capitalismo, un estado nacional, mediatizada por la cultura, se caracteriza por una extrema diferenciación de la vida y la separación radical de las esferas de valor, dicho en otro giro, la sociedad contemporánea es el resultado de una intrincada red de grupos y funciones, más menos estratificadas y los valores de las mismas en una continua fragmentación, a diferencia de una sociedad tradicional, en donde todos comparten una misma conciencia moral tradicional, o aquellos valores y creencias que se transmiten de generación en generación (Max Weber, padre de la sociología moderna). La finalidad de la vida humana se da por sentada (el telos).

Pues bien, la sociología resuelve dicho problema, con una orientación normativa de la acción, lo que Weber denomina racionalización formal y Luhmann, sociólogo contemporáneo, lo llama como una mera legitimación procedimental.

Se dice entonces que, las personas en las sociedades modernas favorecen la racionalidad formal, o una forma de pensar que enfatiza un cálculo práctico de la forma más eficiente de realizar una tarea.

Además, las personas en las sociedades racionales y modernas calculan las posibles recompensas y consecuencias de sus elecciones, evaluando posibilidades, elecciones de trabajo e incluso relaciones. Weber, señaló el desarrollo del capitalismo y la Revolución Industrial como evidencia de la racionalización de la sociedad, o el cambio de la tradición a la racionalidad como el principal tipo de pensamiento humano (facticidad del debate moral).

En resumen, el debate moral en la sociedad contemporánea se salda con puros procedimientos, incluso cuando las descripciones finales en que creemos son tema de discrepancia (en suma, políticamente con diplomacia).

En la cuestión política, el debate se centra permanentemente en evitar la guerra. En esta circunstancia, la política de las convicciones, es decir todo aquello que consideramos admirable como fin último para los hombres, grupos y sociedades enteras, lo que consideramos verdadero y nos cura de los dolores y dramas de la vida, no responden a las expectativas que esperamos de ellas, porque la política no ha sido, no es ni será la fuente de la felicidad; la política no responde nuestras dudas, no cura el dolor ni sutura nuestras heridas; no busca la verdad, ¿porque qué es la verdad?; menos aún es la fuente de la felicidad en el mundo; ¡quizás la religión nos de las respuestas y soluciones a estos dramas! ya que es campo propio de ella; ¡tajantemente!, la política de las convicciones no solucionan los problemas de la sociedad moderna; no soluciona lo del pasado ni solucionará lo del futuro, y todo, porque esta “noble señora”, llamada política, no es más que una controvertida malabarista en la lucha por el poder.

En relación, cabe señalar a Luhmann, cuando señala la paradoja de que la legitimación racional-legal carece, en realidad, de toda racionalidad, puesto que los procedimientos ajustados a criterios de corrección meramente formales permiten, en principio, legitimar cualquier cosa. Siguiendo procedimientos legislativos establecidos, previsibles, públicos y controlables, “cualquier cosa puede ser verdad, si adopta la forma política de una ley universal”.

Por lo tanto, en resumen, la ética de las convicciones, aunque parezca cínica la expresión, se ha transformado para nuestras sociedades occidentales democráticas, en una ética de la responsabilidad, en donde sólo cabe resignarse ante las utopías.

Y en la circunstancia filosófica, en las condiciones modernas, el debate moral se debe obviar, porque se independiza de toda ontología o metafísica, es decir, no interesan los fines últimos y esenciales, lo que pensemos sobre el bien y el mal, la pregunta por la pregunta, nuestras reflexiones acerca del hombre, del mundo y su destino; en términos prácticos, los debates éticos contemporáneos se difieren, por ello se habla de la ética del discurso, del cómo proceder, de los pactos, del lenguaje comunicacional, de la ética de Lacan (sostiene Lacan, el acto ético es aquel que es conforme con el deseo del sujeto, tanto como el acto no ético, el acto culpable, es aquel en el que el sujeto cede -es decir: renuncia- a su deseo).

Se subraya entonces, la ética contemporánea es puramente procedimental: de un paradigma de derecho natural a uno procedimental (Método o modo práctico de proceder).

Estimados lectores, cuando la nación colombiana se enfrenta a una tarea de sumo relevante, nada menos que solucionar el estigma de la violencia, creo redactar a todos, en la prosecución de una paz duradera, proceso que lidera el actual gobierno, pero que se nutre de la actitud y acción de muchos en décadas ya pasadas. Sin embargo, creo también, que si mantenemos el statu quo del debate, no se logrará la PAZ DEFINITIVA. Por esa razón esgrimo estos razonamientos académicos, precisamente para incitar a Ustedes a preguntarse “el qué” y “el cómo” de mi participación, aunque pertenezcamos a veredas opuestas.


Otras columnas del autor en este enlace:  https://alponiente.com/author/victorhbu/

Víctor Henríquez Bustamante

Profesor de Estado en Castellano y Filosofía

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