Un hombre que dio mucha Guerra

Fuente: RCN Radio

En 1945, Bernardo Guerra Serna salió de Peque, en el lejano occidente antioqueño con el fin de continuar sus estudios de bachillerato en Medellín. Estando en la capital de Antioquia, sucedió la muerte de Gaitán, líder del que tanto oyera hablar en casa, de voz de Francisco Guerra, su padre, un comerciante campesino que dedicó lo mejor de su vida a la educación de los hijos. El joven Bernardo participó de las marchas en protesta por la muerte del caudillo y esos momentos habrían de marcar su existencia.

Al cabo de varios años Guerra Serna se tituló de abogado de la Universidad Libre, de Bogotá, pero nunca ejerció el Derecho pues su sino estaba marcado por la política. A principios de la década del 60 como miembro del Movimiento Revolucionario Liberal que orientaba, quien luego fuera su amigo, Alfonso López Michelsen, se involucró en las lides políticas y desde entonces se convirtió en uno de los liberales más influyentes de la Colombia de la segunda mitad del siglo XX.

Esta semana próximo a cumplir 92 años, murió, luego de haber sido diputado, concejal en tantos pueblos, alcalde de Medellín, representante a la cámara y senador de la república. Bernardo Guerra dejó una huella importante en la política colombiana y su poder se vería reflejado principalmente en los años 70 y 80, cuando en sus listas sacaba una docena de representantes y casi media de senadores. .

Con Guerra Serna es fácil caer en el prejuicio, o en el estereotipo “del viejo clientelista” como se solía hablar de él. Y claro, el mito dice que “le dio trabajo a 50 mil personas en la Alcaldía de Medellín y en la Gobernación de Antioquia” y que con base en este “clientela” construyó poder. Y podrán tener razón. También se habla de un “manzanillo” armador de “componendas”, y “hombre de carácter osco” que “a veces trataba mal a la gente”.

Sin embargo, basta hablar incluso con muchos de sus enemigos para comprobar que Guerra, debido a su origen provinciano sabía de la dificultad de alguien para hacerse a un trabajo, y le ayudó a muchas personas, sin mirar si eran liberales, conservadores, incluso comunistas que eran tan poco bien vistas en la muy conservadora capital paisa. Así mismo, sobre su carácter osco, habría que decir que no es fácil salir en las condiciones que él dejó su pueblo, y hacerse persona y profesional lejos de su gente. Ese “Indio Guerra” como se dirigían muchos a él, tuvo que templarse en medio de las dificultades y eso hizo de él un tipo de temperamento muy fuerte, al que tampoco ayudaba mucho su presencia gruesa y su mirada penetrante de ojos glaucos. En él quedaba claro que el espacio termina por definir el carácter de la gente.

Y claro, es fácil hablar de sus yerros, desde un cómodo sofá, en algún escritorio con airecito acondicionado, pero otra sería conocer y contar la historia de un hombre que tenía que ausentarse semanas, incluso meses, de su familia e irse a recorrer a pie, a caballo, en lanchas la extensa geografía antioqueña principalmente en el occidente lejano y en el Urabá atlántico. Guerra no tenía horarios ni obstáculos a la hora de ir detrás de 20 ó 30 seguidores para sus causas políticas.

Guerra Serna fue una especie de salmón. Siempre tuvo que trabajar contra corriente y cargar en su lomo el inri de todos los males de la política. Y no obstante, su nombre sobrevivió, dio la pelea, dio luchas desde dentro del partido, contra la élite que mandaba, y promovió dirigentes interesantes como Bernardo Ruiz, Héctor Abad Gómez, Darío Londoño, Antonio Roldan Betancur –gobernador tristemente asesinado por el narcotráfico-. Pero de eso poco se habla. Además, Guerra dio cátedra de coherencia política, siempre al lado del partido Liberal, lo cual lo llevó incluso a algunas molestias familiares.

No soy el llamado a defenderlo, porque la Historia es la que debe reivindicar sus luchas. Además, los vicios que se le imputan no son medianamente comparables con los que permean la política actual.

En 2018 pude acercarme a Guerra y conocer al Bernardo: abuelo mimador, padre consejero, esposo amable de su inseparable Lucía; facetas poco conocidas de este hombre que enardecía plazas y tribunas en sus años más febriles, y que al cabo del tiempo, cuando la política ya no era su espacio, prefirió el calor del hogar, “recuperar” el tiempo al lado de los suyos, y desde allí estar cerca de mucha gente, “hacerle mandaditos” a paisanos necesitados, apoyar, aconsejar, pues era un nombre que tenía las capacidades, la experiencia para brindar un consejo porque ya “estaba sobre el bien y el mal”. Ese hombre que tanta Guerra dio, prefería estar en familia, ir a su finca costera, a mirar pastar las vacas, rumiando nostalgias él, y en ocasiones viajaba hasta Peque, a darle vuelta al pueblo que nunca salió del corazón. Y donde seguramente reposen sus cenizas, pues era uno de sus deseos.

Cuando asumí el reto de escribir la historia de Guerra lo hice desde la extrañeza y el reto que me generaría contar cómo alguien salido de un pueblo remoto terminó siendo el hombre más influyente por muchos años en el congreso, amigo de presidentes –en especial de López y de los Lleras-, consultado por ministros; un hombre incluso más respetado en la fría Bogotá que en su misma comarca.

Y claro, sabía, porque había escuchado hablar, de los problemas del viejo Guerra, pero en el camino fui encontrándome a un hombre que ayudó a mucha gente y que eso que llaman “clientelismo” despectivamente fue la única forma de que alguien en una aldea remota tuviera alguna presencia del Estado: El caudillo que iba a llevar recursos para un puesto de salud o un acueducto, era el Estado. No había otro. Guerra fue ese caudillo.

Escarbando en su vida me encontré también, para mi sorpresa, que pese a que estuvo solo unos meses en la Alcaldía de Medellín, tenía mirada de avanzada, y algunas obras como la creación del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, vías y puentes que conectaron las dos bandas de la ciudad, la Avenida Oriental, la Plaza Mayorista y el Metro de Medellín, tienen el sello de este “indio de Peque”.

Cuando se habla con la gente de a pie es más la gratitud y el afecto por el viejo Guerra, contrario a lo que dicen ciertos dirigentes, cierta prensa. Y al final de la investigación entonces, me quedaron dos dudas: por qué a la dirigencia le cuesta tanto aceptar que Guerra tuvo aciertos en su vida pública, que llevó recursos, que proyectó liderazgos, que fue visionario; una más, y es por qué no se habla con tanta vehemencia de los vicios de los caciques conservadores antioqueños de esos tiempos que compartían el poder con Guerra Serna.

Seguramente porque era liberal, venido desde muy abajo y eso en estas tierras tan conservadoras es motivo de sospecha. Porque en estas ciudades clasistas, donde pululan “los políticamente correctos” sino se viene de “provincia” con un buen “padrino” es muy difícil triunfar en el manejo de la “Cosa pública” y en tantas otras facetas de la vida.

Guillermo Zuluaga C.

Comunicador Social Periodista de la Universidad de Antioquia y Magister en Historia de la Universidad Nacional de Colombia.

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