Un fantasma recorre Colombia: el fantasma del progreso

La peor mentira que nos han podido contar es que la historia avanza. El progreso como idea, argumento y excusa, es una construcción social, histórica y evidentemente política. El historiador francés Jaques Le Goff traza una ruta temporal que ubica la idea de apología a la tradición en la Edad Media, en contraste con la apología al progreso y al porvenir del renacimiento; mientras que los medievales construían sociedades apegados a cánones legitimados en el pasado, los renacentistas construían sociedades abocadas al desarrollo buscando un sentido de mejora de las condiciones pasadas. En abstracto, la idea de progreso representa la dialéctica entre lo viejo y lo nuevo.

Siendo el progreso una construcción occidental, toma como punto de inflexión la llamada Revolución Industrial. Las diferentes transformaciones que sufrió el trabajo y la utilización de la tecnología para cambiar de una vez y para siempre la economía rural y agrícola por la economía industrializada y urbana, crearon un mito de progreso económico, como bien indican los sociólogos Richard Sennet y Manuel Castells. En el mismo siglo XVIII, cuando se fundó la idea de progreso económico relacionado con la innovación, se fundó una crítica a sus consecuencias; los obreros se encontraron con que ese progreso no les pertenecía, que ellos no mejoraban, sino que al contrario, eran víctimas de su invención; unos perdían su empleo y otros trabajaban más horas. Ese progreso económico era beneficioso para los dueños de las fábricas, no para la mano de obra que seguía siendo pobre.

El imaginario social que se construyó en la guerra de baja intensidad, llamada Guerra Fría, ubicó geopolíticamente al capitalismo como representante del progreso y al socialismo como antagónico a las condiciones económicas de vanguardia. En este sentido llegó a Latinoamérica la disputa en un modelo simple: el establishment capitalista que se oponía a las guerrillas; Nicaragua, El Salvador y Colombia vivieron años y años de intensas guerras civiles. En Colombia hay una genealogía del progreso, hay hechos que marcaron épocas por su larga duración; después de la muerte de Luis Carlos Galán, en la conmoción por la violencia del narcotráfico, se empezó a vender un discurso de mejora y cambio bajo las políticas neoliberales; un movimiento que Foucault esbozó en abstracto, diciendo que el neoliberalismo se configuraba cuando el Estado dejaba de regular la vida política, y la medida para ello era calificar su incidencia en el mercado: entre más incidencia tuviera en las decisiones que involucraban al mercado, menos neoliberal se podía concebir. De ahí que en Colombia el plan económico poco a poco ha ido entregando al mercado la capitalización de los derechos fundamentales para el bienestar de sus ciudadanos: educación, salud, vivienda, etc.

Así las cosas, no existe un solo progreso. El progreso económico es confundido como una totalidad política cuando no tiene empíricamente nada que ver con el progreso social. ¿Puede un país progresar con tan marcada desigualdad? ¿Únicamente es posible el progreso de unos cuando hay estancamiento de otros? Walter Benjamin, filósofo alemán, nos enseña que debajo de la idea de progreso siempre hay un cúmulo de vencidos, derrotados o asesinados, un derrotero de despojados y desplazados, desarraigados e indefensos. Las victorias del progreso están encima de un colina de sangre y de invisibles, como diría Judith Butler.

En la coyuntura electoral actual hay dos ideas y proyectos de progreso; por un lado Iván Duque que sigue los lineamientos del progreso para los dueños de las empresas, las élites económicas y sus cercanos, invertir en innovación empresarial para que los pequeños negocios sean escalables; nada nuevo. La línea sigue siendo movilizar el aparato fiscal para propiciar una “cultura” corporativa: Neoliberalismo puro y duro, el mercado por encima de las problemáticas sociales. Por otro lado, Gustavo Petro tiene un proyecto de progreso donde el plan económico es transversalizado por una agenda social; es decir, gravar al capital improductivo, tener una educación pública de calidad y cambiar el proyecto privado de salud. Ese es el progreso de los más, no el progreso de los menos. ¿La pregunta de siempre es cómo financiar un proyecto de progreso social? Esto se puede responder atendiendo a la declaración de la Procuraduría, que en febrero de 2017 afirmó que el flagelo de la corrupción le cuesta al país 50 billones de pesos al año; algo así como el 4% del Producto Interno Bruto (PIB).

Esa idea de progreso lineal, abstracta, sectorizada y marcadamente citadina hace que Iván Duque conquiste al apolítico sector privado colombiano con promesas de modernización y de tecnificación del campo; en cambio la idea de Gustavo Petro, aunque provoca resistencia en los más privilegiados, parece ser un proyecto donde los diferentes intereses de un país dialogan en un plan común, lo que el prestigioso economista chileno Manfred Max Neef ha llamado desarrollo a escala humana; que no es un estancamiento, sino una reflexión entre los intereses públicos y privados dentro de un plan humanista.

El progreso como discurso ha servido a los candidatos de centro-derecha para ahondar en el imaginario del ciudadano-emprendedor, aquel que moviliza la economía y crea empleos para lo más necesitados y se convierte, de la noche a la mañana, en un millonario, cuando los datos demuestran que la emancipación ciudadana no es posible en un contexto de privatización de los derechos fundamentales, y que los emprendedores con mayor éxito vienen de familias de clase media-alta y sus ideas son financiadas por fondos que calculan extremadamente bien el riesgo. Con todo esto es fundamental pensar que esa idea de progreso no se sostiene sola; sigue siendo replicada sin fundamentos reales y extendida en coyunturas electorales que involucran a candidatos de derecha.

Por último, en la idea de Gustavo Petro hay una cercanía al planteamiento de Cioran sobre el progreso orgánico; la Colombia Humana está hablando de cuidar el medio ambiente y de vigilar las consecuencias que trae el mercado para el deterioro del ecosistema, habla de cambiar a energías renovables y limpias, de respetar los animales, de cero fracking. Cioran y Petro se encuentran en aquel respeto por el vitalismo cósmico, en entender a la naturaleza como un circuito de vida. Como dice el siempre enigmático Cyril Connolly: “Mientras más veo la vida más advierto que únicamente la comunión solitaria con la naturaleza es capaz de darnos una idea de su riqueza”.

El progreso económico es un fantasma y como dice Cioran “Si el progreso es un mal tan grande, ¿Cómo es posible que no hagamos nada por deshacernos de él inmediatamente?…

Juan Pablo Duque Parra

Colombiano y vivo en México. "Con edad de siempre, sin edad feliz".
Psicólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Mágíster en Psicología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y Magíster en Comunicación de la UNAM. Estudié Escritura Creativa en Aula de Escritores (Barcelona). "Un jamás escritor a un siempre lector".
Profesor universitario, sea lo que eso signifique.