Umbral

Aquí no existen ni nacen ni se necesitan salvadores, aquí todos nos podemos salvar y ayudar si aprendemos a pensarnos en función del otro”


El 29 de octubre se surtirán las elecciones regionales. De nuevo la oportunidad reciclada de apostar por proyectos de cambio sólidos o la inveterada necesidad de seguir en el ensayo-error de evaluar cuál es el límite de nuestras malas decisiones.

Como es habitual los escenarios y panoramas no son lo más optimistas, pues no es extraño que siempre nos toque jugar al papel del hechicero para convertir tanta fatalidad en esperanza. Lo que está por venir suele ser siempre una navegación en contracorriente, intentos e intentos de lograr consolidaciones que permitan la prosperidad de programas y propuestas integradas en fortalecer y brindar reales soluciones y atenciones a problemáticas de vieja data que nunca se acaban, solo metamorfosean su nombre y sus formas de habitar, pero siguen presentes e intactas.

Construir sobre lo construido es una de las tareas más difíciles en la política y en la vida, pues, cada cierto tiempo salen del pantano mesías salvadores. Y ese es uno de mis puntos; nos falta madurar en la forma de realizar la política, de realizarse como un ser político determinante.

Es típico que en nuestro país se desarrollen candidaturas cuyo epicentro es la persona como faro político y moral de la sociedad, el político como ese ser por cuyo eje circula la política y la esperanza siendo todo lo contrario; es el político el que circula por la política, él es un medio, no una finalidad, es la política la que nos brinda los elementos necesarios para alcanzar los fines primeros y últimos de la sociedad: el bienestar general. Entonces, lo que hacemos es enroscarnos alrededor de personas sublevadas y erigidas como la única alternativa para el “cambio”. Cito “cambio” en comillas porque el discurso desde años siempre es el mismo, luchar, propender, ser, representar la consigna del cambio que la sociedad reclama a voz de trompeta. De tanto hablar de cambio terminamos haciendo lo mismo de todos los tiempos, el sentido orgánico de la palabra se desdibuja en la mandibular de los oradores politiqueros que la mastican, le sacan sabor para endulzar oídos y luego la escupen al salir del atril de los discursos.

El ejercicio político no es de unos cuantos, es de todos, naturalmente somos seres políticos, nadie debería considerarse como tal, quienes lo hacen a juicio de sus libertades personales tienden a pecar porque desconocen un aspecto inherente de su ser del que no se desprende con el simple hecho de verbalizarlo. La apolítica es antipatía en el sentido del desinterés. Tanto que nos viene costando la falta de importancia por lo que sucede en nuestro entorno y, aun así, se siguen avalando esas posturas que como tal no lo son, pues no toman posición, solo se abstraen como si fuera posible dejar de ser alguien de la noche a la mañana.

La política es de todos y en esa línea es competencia de todos involucrarnos en su desarrollo; sentir o percibir que la política es de unos pocos afecta las pluralidades de opiniones e ideas, todas en su forma alimentan y edifican posibilidades, alternativas que con el paso del tiempo se materializan. La política es de todos y para todos, con sus divergencias, contradicciones y contraposiciones es un mecanismo que nos permite jugar en el rol del protagonista y no ser suplentes.

Muy pocas veces nos hemos unido y cuando lo hemos hecho ha sido para dañar al rival. Que tanto nos cuesta desprendernos de los egos y personalismos para apostar por ideas comunes. Parte de ser un buen líder y político subyace en la facultad de soltarse de sí mismo para vincularse en pro de otros idearios, pensarse no como un todo absoluto sino entenderse como parte de ese todo que no es una persona sino una confluencia de las mismas. El ser humano no ha obtenido nada grande en la historia de la humanidad por cuenta propia, los momentos más estelares del hombre han sido aquellos en donde se han mancomunado las existencias diversas, en donde nos hemos olvidado de los personalismos para ser la convergencia de varias personalidades y aquí sí que se nos es difícil el trabajo en colectivo, el desprendimiento del yo por el ello, la asociación en equipo, no en grupo, en equipo que es una palabra que amalgama, no es unir por unirse, es unirse para aspirar a ser una maza. Ha sido, viene siendo y tal vez siga siendo complicado apostar por uniones robustas que nos permitan crear y cocrear proyectos de perspectiva amplia que acojan la semántica pluralidad de visiones sobre el mismo tema. La política es un ejercicio democrático fundado en la voluntad de poder de toda una sinergia social según la filosofía de Rousseau y no una monarquía absolutista al estilo del “Estado soy yo” de Luis XIV. Aquí no existen ni nacen ni se necesitan salvadores, aquí todos nos podemos salvar y ayudar si aprendemos a pensarnos en función del otro.

Hablando de filosofía, que tan útil viene siendo regresar a las bases de la filosofía política de grandes pensadores como Aristóteles, Rousseau, Locke, Maquiavelo y Hobbes. Cada uno a su manera y con la brillantez de sus postulados trazaron una ruta académica y pedagógica del ejercicio político desde su naturaleza abstracta y fundamental en la consolidación de verdaderas sociedades. No queda nunca de más volver a ellos para recuperar el sentido propio de la política, los políticos, el gobierno y el pueblo, pues en tiempos de crisis presente usualmente volvemos la vista atrás para reaprender lo que supuestamente habíamos aprendido, pero que degeneramos por los vicios de las dinámicas atómicas de nuestros días. Etimológicamente la palabra filosofía significa “amor a la sabiduría” y por supuesto la política y quienes la ejercen desde el fundamento del manejo de gobiernos y estados deben amarla y propender por ella, igual nosotros, que hacemos de ellos el vehículo para la obtención de nuestras finalidades.

La palabra que titula este escrito puede entenderse como un sinónimo de comienzo, de inicio. Los colombianos somos buenos coleccionistas de comienzos y oportunidades como si fueran pegatinas de un álbum Jet. Nos agrada empezar para terminar igual o peor. El aprendizaje es un proceso doloroso, al parecer nos gusta más el dolor que la enseñanza. Escribir y hablar de política siempre es difícil, muy seguramente mis palabras se devolverán en mi cara como tomates podridos, a algunos les incomodará, peor fuera que eso no pasará; aquí no hay premisas profundas ni tesis ideológicas, solo hay palabras reunidas para la reflexión, no pretendo ser un intelectual, aspiro seguir el camino del infinito aprendizaje y tal vez vuelva a escribir sobre este tema, pues hay que hacerlo, hay que ponerlo sobre la mesa, discutirlo, abordarlo. De nuevo, otra vez y otra vez, tenemos la alternativa de elegir bien, nos la dejan difícil cuando no nos han enseñado a elegir y si lo han hecho, lo hemos olvidado. Un nuevo reto para demostrar que somos capaces de hacerlo bien, de consolidar, unificar, apostar con criterio; eso lo espero yo y todos. Ojalá lo hagamos, digo ojalá como una petición, un rezo, una añoranza, porque nos gusta caer a los abismos empujados por nuestra propia mano.


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Víctor Andrés Álvarez Sánchez

Soy estudiante de derecho en la Institución Universitaria de Envigado; apasionado por la literatura, la política y el cine; creo en el ejercicio democrático como el más importante mecanismo para impactar positivamente la sociedad

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