La economía mundial evitó impactos graves sobre el crecimiento y el empleo del colapso bursátil de 2007 gracias a la política monetaria a ultranza de los grandes bancos centrales y, principalmente, a que la mayoría de países resistieron la tentación proteccionista, permaneciendo fieles a sus acuerdos de libre comercio y a las reglas de la OMC.
En 2009 el comercio mundial cayó 23%, pero en cada uno de los dos años siguientes creció 20%, de tal suerte que en 2012 había superado en 15 puntos porcentuales el nivel previo a la crisis. Contrariamente, en su clásico libro La crisis económica 1929-1939, cuenta Kindleberger que, en 1930 el comercio mundial cayó solo 9%, pero en los tres años siguientes lo hizo 33%, 35% y 18%, respectivamente, de manera que, en 1933, en lo más profundo de la depresión, era la tercera parte del registrado en 1929. Esto como consecuencia de la guerra comercial desatada por el arancel Smoot-Hawley.
La mayor comprensión del funcionamiento del mecanismo monetario y de los efectos nocivos de las guerras arancelarias ha evitado al mundo que las crisis cíclicas del capitalismo – de las que se han presentado unas 7 desde el final de la Segunda Guerra Mundial – se transformen en depresiones profundas y le ha permitido una gran expansión de la riqueza con un comercio internacional cuya tasa de crecimiento ha duplicado la del PIB mundial desde mediados del siglo XX.
A pesar de la mayor comprensión de los grandes beneficios de la libertad comercial – que significa libre movilidad de mercancías, capitales y personas – el proteccionismo y el mercantilismo siempre están al acecho y con frecuencia toman la dirección de la política económica de los grandes países. El discurso de Donald Trump representa el resurgimiento del proteccionismo mercantilista y es además un hirsuto ataque a la inmigración que, dicho sea de paso, ha sido el soporte de la expansión de Estados Unidos en sus 248 años de existencia.
Repugnaba a Adam Smith la idea de un soberano convertido en comerciante, pero mucho más le repugnó la situación real de un grupo de comerciantes convertidos en gobierno, a cuya crítica está consagrada buena parte de la argumentación de La Riqueza de la Naciones, cuyo libro cuarto es un extenso alegato, en general, contra el mercantilismo y, en particular, contra la British East India Company, la encarnación británica de los ideales y las prácticas mercantilistas.
Cuando alcanzan determinado nivel de actividad, todas las grandes empresas han tenido desde siempre un interés mercantilista, es decir, obtener protección de la competencia. Todos aspiran a ser como la British. Ocurrió en el siglo XIX con el carbón y los ferrocarriles y en el XX con las empresas petroleras, las del automóvil, la aviación, etc. Es lo que desde hace años está ocurriendo en China, con su mezcla de despotismo político y mercantilismo económico. Es a ese dominio sobre los gobiernos a lo que aspiran, en el siglo XXI, las grandes empresas tecnológicas y sus acaudalados propietarios.
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