Los extremos y fundamentalismos políticos, religiosos e ideológicos en general nos precipitan hacia los mismos males; me refiero a la intransigencia, el absolutismo y el fanatismo. Por lo cual, considero que la mejor decisión que puedo tomar al respecto, es tomar distancia de cualquier posición extrema, con la esperanza adicional de conservar mi sensibilidad y empatía por la raza humana en toda su diversidad. A continuación, expongo algunas de mis razones:
Los extremismos políticos y religiosos han acarreado los mayores genocidios de la historia. Mencionaré casos conocidos, sin pretender ser exhaustiva, sino representativa. Las dictaduras y aún las monarquías del siglo XX arrojaron millones de muertes a lo largo y ancho del planeta: Videla en Argentina, Franco en España, Pol Pot en Camboya, Leopoldo II (de Bélgica) en África, Stalin en la Unión Soviética, Mao Tse Tung en China, Tojo en Japón y Hitler en Alemania son insignes representantes de la tortura y la barbarie en nombre del Estado. Por otra parte, las guerras religiosas, desde las cruzadas, hasta hoy, pasando por las guerras musulmanas, el genocidio armenio, la guerra de Irlanda, la guerra de Bosnia, entre otras, son rédito de la intolerancia en el nombre de dios; aunque estas guerras tuvieron múltiples causas y se dice que la religión es una excusa, finalmente la religión es una forma de pensar que exacerba las emociones.
Los extremismos menoscaban la libertad. Safire expresó que: “tanto la derecha como la izquierda atacan el liberalismo: por la derecha atacan prácticas como el aborto, la homosexualidad y el ateísmo, y por la izquierda atacan la libre empresa y los derechos del individuo sobre el colectivo”. Esa capacidad humana para obrar de acuerdo con su voluntad se vio amenazada por el socialismo de Stalin con la prohibición de la propiedad privada, la libre empresa y con fuertes restricciones a la libertad de prensa, pero también por el fascismo de Mussolini, quién restringió los derechos de las mujeres, anuló los derechos de los judíos, los homosexuales y otras minorías y eliminó la libertad de prensa. Por otro lado, los fundamentalismos religiosos han sido de lejos, los represores de las libertades; su objetivo de amalgamarse con los gobernantes ha sido el de imponer su yugo religioso a través del poder político, y de todas maneras, aunque no puedan desplegar sus tentáculos por medio de ese poder, lo ejercen directamente sobre sus fieles mediante la sugestión y la coacción, esta vez, no amparados en la obediencia civil al Estado, sino establecidos desde la culpa y el miedo a un ser superior que se indigna ante la desobediencia humana.
Los extremismos destruyen la calidad de vida. Si bien el socialismo en teoría, propende por la igualdad y el bien común, no pasa de ser un discurso poético e ingenuo y ha demostrado ser un fracaso; los países adheridos a versiones socialistas severas, han terminado en miseria y hambre para sus pueblos. El capitalismo por su parte, ha sido un hito como modelo generador de riqueza, aunque sumamente ineficiente en su distribución; permeado por vicios propios de la humanidad ha aumentado enormemente las brechas de desigualdad. Empujado a su etapa más salvaje, el capitalismo devora los recursos naturales, deteriora el medio ambiente y profundiza la inequidad; como resultado, la riqueza y el bienestar están concentrados en un muy pequeño grupo de la población. Hay que adicionar también que esta acumulación de riqueza, naturalmente concentra el poder para manipular al Estado y ponerlo a funcionar en favor de los dueños del capital; en palabras de Chomsky “el Estado provee seguridad y apoyo a los sectores privilegiados y poderosos, mientras que abandona al resto de la población para que experimente la realidad brutal del capitalismo. Socialismo para los ricos, capitalismo para los pobres”.
Finalmente, quiero precisar que, los extremismos son fuertemente moralistas. Básicamente quieren imponer su moral y ejercer una vigilancia sobre los otros, cuando lo que realmente se necesita es un ser humano autodeterminado y reflexivo sobre sus actuaciones, incluso si tiene que desafiar los valores tradicionales con el fin de abandonar la esclavitud de pensamiento y comportamiento; en la filosofía de Nietzsche: el ser humano debe abandonar la debilidad y el resentimiento, el hombre debe tener la capacidad de asumir su destino, el hombre no debe alienarse ni tener mentalidad de rebaño.
En consecuencia, manifiesto mi rechazo a los extremismos, fundamentalismos y fanatismos y doy la bienvenida a la diferencia. La realidad es tan compleja que no se puede reducir a izquierda y derecha, a blanco y negro, a hombre y mujer o a malo y bueno. Asumir esta complejidad es una condición esencial incluso para abordar este tipo de debates.
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