Todo honor a la mujer colombiana. Diatriba al establecimiento

La historia colombiana tiene una ramada de deudas como estrofas el himno nacional; entre ellas, el reconocimiento honorífico de la mujer en nuestra gesta libertadora, sobre todo, siendo ellas el espíritu mismo de la rebeldía y el corajudo huracán de libertad

La historia colombiana tiene una ramada de deudas como estrofas el himno nacional; entre ellas, el reconocimiento honorífico de la mujer en nuestra gesta libertadora, sobre todo, siendo ellas el espíritu mismo de la rebeldía y el corajudo huracán de libertad. La imposición de celebraciones patrióticas por parte de esa élite que gobernó, gobierna y gobernará, sirve mecanismo de conservación de privilegios y resabios anquilosados ya en un sistema político vetusto, que ha terminado por vapulear a los partidos tradicionales, convirtiéndolos solo en enormes empresas electorales de carácter regional que, ante la negociación de intereses, asegura también la conservación del poder nacional.

Esa es la élite política y económica que gobierna a Colombia, la misma que aquel 20 de julio de 1810 exigió al rey: participación, en igualdad de condiciones, de las mieles del que posteriormente llamarían mal gobierno, pero esa igualdad de condiciones era entre ellos, los de la élite y sin desconocer ni una pizca la autoridad del soberano europeo. De allí que haya queda relegados en los rincones de las academias de historia, así como en cátedras universitarias, enérgicas iniciativas libertarias como la de la rebelión de los comuneros en el ocaso del Siglo XVIII, o la participación activa de nuestras mujeres en dichas gestas, siendo ellas mismas el espíritu de la rebeldía o la corajuda expresión de la libertad. Pero fue sobre ellas, que los mismos de siempre y hoy, sentaron las bases de los proyectos de olvido sobre los que se cimentaron la memoria patriótica a conveniencia. Esa memoria hegemónica se ha mantenido gracias a la historia oficial construida y reescrita por un establecimiento desvencijado por prácticas políticas totalmente contrarias a la élite pública.

Hoy, tras la bochornosa actitud del presidente de los colombianos Iván Duque Márquez, de llamar despectivamente “vieja esa” a la Senadora electa también por los colombianos, Aída Avella, desempolva esa vieja práctica tiránica y negrera de tratar a quienes no son semejantes a ellos, ellos, los mismos que consideran ser superiores, dignos y naturalmente aptos para regir los destinos de quienes están abajo, los comunes, los del pueblo. Pero el bochornoso episodio va más allá, pues además es el trato a la mujer colombiana, además, con dignidad política de representación democrática. Llámese Aída, Marta Lucía, Paloma, Piedad, María José, Claudia, Amparo, cualquiera, son la herencia viva de quienes sentaron las reales bases de la independencia de este país, imperfecto y en construcción, y a quienes en la historia han desconocido y que hoy, además de olvidadas, las llaman “vieja esa”. En Colombia, la fiesta máxima debería ser el 17 de marzo, día en que una valerosa mujer del común, Manuela Beltrán, dio el grito de independencia total y absoluta, y avivó la chispa revolucionaria que desconocería la autoridad del rey español.

Que no se nos olvide que fue la mujer colombiana el espíritu vivo de la revolución, de la emancipación real, desde el mismo hecho de ser mujeres, que en Colombia lastimosamente ya es un acto puro de rebeldía, más en la historia, al ocupar el lugar protagónico y heroico que, aparentemente, deben llevar los hombres, pero además, de élite, como efectivamente sucedió y como equivocadamente siguen creyendo que es. Lástima, porque ningún hombre, por simple naturaleza, nunca podría acometer el valiente acto patriótico de doña Simona Duque, que entregó a Córdova a sus cinco hijos a la causa patriótica, negando recibir cualquier recompensa por ello. O el de doña Simona Amaya, primer mujer suboficial activa del ejército revolucionario, o independentista, como mejor les suena a los que gustan de lo políticamente correcto. Pasemos a Antonia Santos, a quien de seguro el establecimiento quiere acallar aún más por su descendencia. Antonia fue mujer de armas y de combate, al igual que la Pola, a quien algunos piensan, que fue suficiente con “homenajearla” con una novela, propio de nuestra cultura, más no así con una celebración patriótica.

“Fue Manuela Beltrán (cuando rompió los bandos del opresor, y gritó: ‘mueran los déspotas’) la que los nuevos cereales desparramó por nuestra tierra. Fue en Nueva Granada, en la Villa del Socorro. Los comuneros sacudieron el virreinato en un eclipse precursor”. Pablo Neruda.

Diego Ibarra Piedrahita

Soy historiador, egresado de la UdeA, Magíster en Conflicto y Paz de la UdeM, me he dedicado los últimos 12 años a la función pública, en donde he sido Asesor de Control Interno, Secretario de Salud encargado, capacitador en el programa de Paz y reconciliación de la Alcaldía de Medellín y Coordinador de Alto Gobierno de la Escuela Superior de Administración Pública, Antioquia-Chocó.
Muchas gracias

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