En los años noventa, en el Centro de Medellín, existían unos espacios que sin proponérselo salvaron a muchos de las propuestas boyantes del narcotráfico. La librería Científica, la Continental, la Nueva y la que quedaba en la Carrera Sucre diagonal al teatro XXX Sinfonía, el más famoso de la ciudad, la librería Aguirre.
Yo trabajaba en el Edificio Comedal, almorzaba en el restaurante Plátano Maduro y Plateado y luego pasaba a la librería Aguirre. Allí me atendía una señora encantadora llamada Aura López. Me llamaban la atención su estilo y tono de voz. Era mágico ver, sentir y escuchar a esa mujer que me deleitaba cada vez que la sintonizaba en la radio y me leía y me llevaba por el mundo.
Lo que más me encantaba era su mirada sublime y su sonrisa honesta. La felicidad al ver que uno la visitaba se sentía cuando ella estiraba la mano para saludar. Siempre tenía algo para mostrarme. Aura era una librera de vocación, una enamorada del arte, la literatura, la poesía, la cultura, el periodismo, la educación, el psicoanálisis.
Hablábamos de muchas cosas y de nosotros, nunca nos dijimos lo que nos gustaba compartir las pasiones y las reflexiones. Nuestra relación será eterna.
En mi biblioteca conservo algunos libros que son una joya y los compré gracias a su sugerencia. Era una provocadora y sabía que uno se dejaba seducir por ese amor que le tenía a su trabajo. Hojas de hierba de Walt Whitman, Lecturas para minutos I y II de Hermann Hesse, Cartas a un joven poeta de Rilke, Christinne Nostlinger, Serrat, Fernando González, Maguerite Yourcenar, Yukio Mishima, Camile Claudel. Con los libros siempre compraba un separador, eran especiales, se les veía la finura. Parecían traídos de Europa y casi siempre eran de pintores como Manet, Monet, Dalí, Picasso, Camile Pizarro y Van Gogh.
Aurita es la culpable de tanta vida en mi vida y en la de muchos de esta ciudad y del país. Aura era la voz que nos ayudó a deambular por este mundo, era como esa lucecita del candelabro. Aura me amó y yo la amé. Nos amamos y siempre que nos mirábamos sonreíamos de felicidad. Verla era confirmar que ni ella ni el amor eran una fábula.
Gracias. Siempre agradeceré haberla conocido, fuimos cómplices, aliados, amigos. Fui, soy y seré un privilegiado.