Cuando se evalúa la gestión educacional, generalmente desde arriba por la instancia ministerial gubernamental, se cometen las mismas equivocaciones, en centrar éstas en el puro marco economicista, como si la inyección de dinero fuera lo único que mejorara el quehacer educativo ( paréntesis, postura endémica de casi todos los gobiernos americanos); además, teniéndose presente que el año pasado y el actual en curso, habrán de ser lejos los más dramáticos para la historia universal que vivimos, acechados por la pandemia y sus consecuencias de dolor y muerte.
Me pregunto, no es esta la oportunidad para mejorar significativamente nuestros sistemas educativos.
Hoy, más que nunca, la educación sistemática, la que imparten los centros educacionales pre básicos, básicos y secundarios, obligan al estado y a la sociedad toda cambiar sus viejos paradigmas (sus premisas teóricas y metodológicas). Desde otro giro, pensarla de una manera diferente, que se ponga a la altura de las circunstancias, poniendo a los discípulos, a sus maestros y el proceso enseñanza-aprendizaje en su centralidad.
Nadie, sin duda alguna, puede refutar que el factor monetario es importante para reactivar la educación siempre carenciada, lo que se cuestiona aquí, con mucho respeto, que el relato oficial sea parcial, y que no aluda a factores fundamentales, cuestiones que nuestra infancia y juventud actual nos demanda.
Pues bien, la educación material, como una ciencia humanista, para progresar necesita recursos, renovados afanes, y sobre manera nuevas ideas. Desde esta perspectiva, la autoridad central, por intermedio del Ministerio de Educación, universidades, centros de investigación pedagógica, gremios docentes, y otros afines, debieran ponerse a la tarea de diseñar un nuevo currículo escolar para un futuro próximo subyugante; pero, en definitiva, instalar un currículo simple, práctico, pero confiable, sepultando todos aquellos modelos “sofisticados”, abstractos o demasiado tecnicistas, que al final distraen a los maestros y alumnos. En definitiva, proponer y ensayar, un nuevo modelo pedagógico, primero, que haga feliz a nuestros hijos. Por ejemplo:
Que privilegie las clases presenciales, adecuando por supuesto, los espacios e infraestructura de los establecimientos, y que todo nivel (curso) no exceda los 15 alumnos, para una enseñanza personalizada; que estén éstos equipados con laboratorios, talleres, gimnasios, sala de enlace virtual, locutorios, salas multipropósito, etc., ya que no es difícil advertir que la praxis es poner en acción las teorías; que se racionalicen la jornada semanal escolar y el plan de asignaturas, en no más de 5 horas diarias, dividido en las áreas científica y humanista, porque está comprobado psicosocialmente que los aprendices precoces aprenden con pocas horas presenciales, y también en libertad, cuando son bien orientados (léase a Piaget, la Educación Constructivista, a Bloom y su taxonomía de objetivos de la educación: dimensiones afectiva, cognitiva y psicomotora).
Y para reforzar el autoaprendizaje, cuestión hoy día de sumo importante, considerar dentro de la jornada semanal una cantidad de horas no presenciales, remotas, y la participación en actividades de libre elección, priorizando las actividades deportivas, artísticas, cívicas, ecológicas y técnicas, especialmente al aire libre, todas guiadas y controladas por el establecimiento educacional. No obstante, para ello, todo alumno debiera tener un computador e internet gratuito y todos los medios para participar en sus actividades de libre elección. Además, valga recordar el axioma sobre entendido para los maestros, se “aprende haciendo”, hoy día mediante la metodología de proyectos.
A modo de conclusión. ¡No soy nadie para dar recetas al respecto! Sin embargo, el artículo de la Sra. Ministra de Educación Nacional, publicado en el diario “El Colombiano”, el día 9 del presente mes, me hace ruido, y me exige, y me induce, y me recuerda, lamentablemente, que vuelvo a leer puras cifras, aquellas que siempre en el pasado han intentado “Resignificar los espacios educativos”, sin producir cambios relevantes.
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